En momentos de particular vorágine y bullicio, cuando los valores-guía se alejan progresivamente de las hojas de ruta del comportamiento cotidiano, cuando el gigantesco poder mediático nos convierte en espectadores enardecidos en lugar de actores implicados y eficientes, cuando la tecnología informática nos lleva a confundir con frecuencia información con conocimiento, cuando el PIB sustituye al desarrollo humano y sostenible y la capacitación a la educación… es necesario y apremiante buscar y hallar espacios de serenidad para tener en cuenta las lecciones del pasado, para analizar el presente  y decidir con lucidez y ponderación un nuevo diseño del futuro que es, en último término, lo único que importa.

Porque el por-venir -a pesar de los procesos potencialmente irreversibles que enfrentamos a escala global- todavía está por-hacer en buena medida: y esto es lo único relevante cualitativamente. Es imperativo alcanzar y poner rápidamente en práctica un gran pacto para evitar el deterioro progresivo de la habitabilidad de la Tierra, de la calidad de vida de todos los seres humanos. Unir manos y voces ahora que, por fin, “Nosotros, los pueblos” -como tan lúcida como entonces prematuramente se inició la Carta de las Naciones Unidas- podemos  expresarnos libremente e intervenir con firmeza en un nuevo diseño del destino común. Y este gran compromiso de responsabilidad intergeneracional se refrendó en 2015, en la Asamblea General de las Naciones Unidas, cuando adoptó la Resolución sobre la Agenda 2030 “para transformar el mundo”.

Luego, Donald Trump, fiel representante del Partido Republicano de los Estados Unidos que hace ahora cien años, al término de la primera guerra mundial, dejó ya claramente establecido su rechazo frontal al multilateralismo democrático, reclamó inmediatamente después de tomar posesión mayor inversiones en defensa, para seguridad territorial, y anunció, con inmensa irresponsabilidad, que no llevaría a cabo los Acuerdos de París y los Objetivos de Desarrollo Sostenible, decididos por su antecesor. Y nadie se opuso, ni nadie se opone actualmente… debido a la irrelevancia de los demás “grandes”, que siguen obedeciendo las directrices de los grupos plutocráticos G7, G8 y G20, sin darse cuenta de que, en realidad, como decía el Prof. Juan Antonio Carrillo, se trata siempre de acatar lo que decide el ¡G1!

La Unión Europea es irrelevante desde un punto de vista demográfico. Sólo la India y China multiplican casi por tres el número de sus  habitantes. Pero era muy relevante cualitativamente –y eso es lo que no debemos olvidar nunca y menos en los momentos actuales- porque era el símbolo de la democracia, de la solidaridad, de la visión global, del multilateralismo…

Cuanto más “conectados” pudiéramos estar, nos hallamos más fragmentados, más aislados, menos multilaterales. Acuciados por procesos irreversibles que nos acechan por primera vez en la historia y conscientes de que “mañana puede ser tarde”, es ahora inaplazable aparcar los oprobios del pasado y del presente y pensar exclusivamente en el futuro, archivar provisionalmente recuerdos de situaciones pretéritas y mirar a los ojos de los jóvenes y niños… Sólo si somos capaces de unirnos rápidamente en grandes clamores populares podremos ser relevantes a escala local y global y reconducir las sombrías tendencias actuales.

Arsenio Rodríguez citaba a Ernesto Sábato en un excelente artículo del 31 de octubre  en el “Wall Street International”, que leí en “Othernews”: “Cuando nos hagamos responsables del dolor del otro, nuestro compromiso nos dará un sentido que nos colocará  por encima de la fatalidad de la historia…”. Sólo si somos capaces de asumir este compromiso y de darnos cuenta de que únicamente sumando millones de voces y uniendo millones de manos lograremos que sean, por fin, los pueblos, la gente, cada uno de nosotros, irrelevantes cuantitativamente pero muy significativos cualitativamente, los que tomemos en nuestras manos las riendas del  mañana.

Sólo hay, a estas alturas, frente al “gran dominio” financiero, militar, energético, tecnológico y mediático, una solución: aproximarnos a los demás, “aprojimarnos”, construir puentes y derribar muros “con el amor a cuestas”, como escribió el inmarcesible Miguel Hernández, con quien tanto queremos cambiar los rumbos presentes.

Todos a una, de aquí y de allí, de todos los lugares, lenguas y culturas, en un gran pacto que debe alcanzarse sin demora. Hagamos un llamamiento conjunto y global advirtiendo al Presidente Trump y a los grandes consorcios que lo secundan, que si no contribuyen todos a la inmediata puesta en práctica de los acuerdos que pueden esclarecer el devenir de la humanidad, dejaremos cada uno de nosotros, muy relevantes si actuamos unidos, de consumir sus productos.

Sí: no podemos seguir permitiendo que la Tierra entera se doblegue, insignificante, a los desvaríos de unos cuantos.