Sumados a esos deseos comunes, generales y ampulosos para el nuevo año, yo quisiera añadir para cada una de las lectoras y lectores de Otro Mundo es Posible, el logro de  las aspiraciones íntimas y escondidas de cada uno de ustedes. Esas pequeñas cosas que ni  nos atrevemos a mencionar en alto porque parecen banales e intrascendentes ante tanta voluntad excelsa de paz, felicidad, salud y logros importantes.

Sí, mis deseos aspiran a que se cumplan los pequeños retazos que les harán sonreír, disfrutar y perpetuar la memoria del 2020. Son esos pequeños frutos que, por cotidianos, no les damos toda la importancia que tienen. La llegada de un autobús a tiempo; la visión de una película o de una obra de teatro que nos impactará agradablemente, cuando solo esperábamos un par de horas de entretenimiento; el reencuentro casual con un amigo distante en el tiempo o en la distancia; un semáforo en verde; el wáter desocupado en un momento de apuro; Esas cosas mínimas que, como el efecto mariposa, nos llevaran a la consecución  de otros proyectos más ambiciosos y más espectaculares. Son los logros de esos pequeños deseos que surgen a diario en la continuidad de nuestras vidas y que las convierten en largas y fructíferas.

La paz mundial, la solución a las urgencias del cambio climático, una salud que perdure todos los días del próximo año o que nuestro equipo sea el campeón, son logros a los que podemos aportar algo para su consecución, pero que dependen de muchos factores externos. Sin embargo, la sonrisa cuando aparece el autobús que nos levará puntuales a una cita o aquel semáforo que nos facilita el encuentro puntual e inesperado con un viejo amigo… o con el amor, depende solo del aleteo de una mariposa lejana y de un deseo escondido que provoca que, la lepidóptera en cuestión, alce su vuelo oportunamente. Créanme, en los detalles pequeños está el secreto de que 2020 sea un año excepcional. Agárrenlo por enero y no lo suelten hasta diciembre.