Como ha ocurrido durante los últimos 21 años desde el acontecimiento de Río de Janeiro en 1992, en muchos países se organizan propuestas sociales para llevar al evento climático o manifestar localmente sus demandas, denuncias y propuestas. Por su parte en Bolivia, en octubre reciente y después de 5 años se llevó a cabo la II Conferencia Mundial de los Pueblos frente al Cambio Climático y los derechos de la Madre Tierra, en Tiquipaya-Cochabamba. La primera versión del 2010 convocó sobre todo amplia expectativa y participación popular, pero la segunda fue muy cuestionada por la absoluta inconsecuencia que tenemos gobiernos y pueblos al momento de cumplir con la Madre Tierra.
La hipocresía impera y las contradicciones son la política oficial, al mismo tiempo que la crisis climática avanza a una velocidad que no va esperar que las sociedades queramos actuar, simplemente ya nos está engullendo, mientras la mayoría confía en que los científicos resolverán todo, cuando son ellos mismos los que están gritándole a la población que reaccione. Y no son científicos locos, entre otros están los del Panel Intergubernamental de Naciones Unidas – IPCC con los Informes anuales de Desarrollo Humano.
No podemos seguir derritiendo los polos ni facilitando el avance del cáncer al ritmo actual, que es más frecuente que hace tres décadas. Ambas cosas, derretimiento y cáncer se están dando por consumos no racionales ni selectivos de cualquier cosa que ofrezca la industria, sin verificar o medir su composición, las normas que cumpla, ni la verdadera utilidad o placer que nos otorgue.
Entre las misiones que nos habíamos puesto en el primer Tiquipaya del 2010 estaba exigir que los procesos de producción mundiales no contaminen, no depreden, no extraccionen, no produzcan desechos tóxicos, cambien matrices energéticas de fósiles a limpias, eliminen los monocultivos y los desalojos de pueblos enteros de sus tierras. Treinta y cinco mil asistentes de todo el mundo trabajaron estas propuestas en 17 mesas temáticas y cinco años después evaluamos que hemos avanzado poco. Seguimos consumiendo para vivir mal, las luchas se suavizan asustadas con las masacres y los amedrentamientos a las marchas indígenas, quedándonos a medias, además que los gobiernos supuestamente comprometidos nos abandonan. Aquél año como ahora, la emblemática rebelde Mesa 18 fue la única clara y contundente para denunciar el apoyo gubernamental a la industria extractiva y plantear una revolución menos lenta en las acciones humanas para recuperar nuestro planeta.
Como estamos en una sociedad individualista, tendremos que actuar individualmente. Esto también es válido, ya que asistimos al consumo masivo de chatarra como individuos solos, si empezáramos a consumir con calidad, deleite y equilibrio ecosistémico interno, pues tal vez podríamos lograr impactar en el ecosistema externo a nuestros cuerpos. Nos metimos en este lío climático por individualistas, parece que podemos salir con este método también. Al final toda forma de lucha es válida, si individualmente nos autoexigimos una vida limpia, podríamos lograr mucho. ¿Y qué es una vida limpia? Pues ante todo ser consumidores responsables exigentes con nuestro cuerpo y a partir de él, con el entorno planetario en el que vivimos.
Mientras tanto París nos convoca a movilizarnos de manera respetuosa, sana, limpia y en intercambios internacionales de pueblos que trabajan por arreglar el clima. Las movilizaciones se llevarán a cabo muy cerquita al recinto de la COP 21 donde los gobiernos firmen las decisiones, esperando que decidan algo que valga la pena. Incluso Amy Goodman en su columna radial de Democracy Now destacó una posible segunda Toma de la Bastilla que, aunque sea inteligentemente pacífica, debe accionarnos.
Además de París, todos pueden participar en sus propias ciudades el día 29 de noviembre en la marcha mundial que, en el caso de La Paz, está organizada por el mismo Gobierno Autónomo Municipal con su propia agenda climática.
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