Pero un año después, cuando la pandemia global ha copado toda la atención, no parece posible captar la atención ni los recursos internacionales para atender los incendios con la rapidez mínimamente coherente, siendo que una de las causas que desencadena las pandemias es justamente los desequilibrios ambientales.

Si bien cada año se autoriza al agronegocio, la quema y ampliación de la frontera agrícola en zonas de selva, durante el 2019 se ha perdido entre la cuenca amazónica al Noreste y el bosque seco chiquitano al Este, más de 5 millones de hectáreas que en consecuencia tiene un daño a la exuberante fauna cuya extinción ya está siendo calculada por los expertos, pero aún no se puede tener datos porque el fuego no deja investigar. El cálculo de emisiones de gases de efecto invernadero y su contribución al calentamiento global desde esta parte del planeta, va en incremento superando a las tres causas principales establecidas por la Convención Marco de las Naciones Unidas frente al Cambio Climático (brazo ambiental de Naciones Unidas) que eran la industria, las guerras y el transporte automotor.

Si ese panorama es catastrófico, el año 2020 resulta apocalíptico porque las quemas aumentaron en 20% a nivel nacional y los calificativos de biocidio o ecocidio son los más utilizados para describirlo, pero aun así no alcanzan para que el cerebro humano entienda y dimensione las pérdidas reales, lo cual se refleja en la actitud contemplativa de las ciudades, de los gobiernos y de la ciencia, porque quienes están encarando los incendios con acciones concretas son los activistas pidiendo ayuda con campañas de colecta e incluso arriesgando sus vidas, en lugar de que los países estén disponiendo los respectivos recursos, tecnología, operativos y fuerzas políticas para apagar el fuego. Las acciones gubernamentales se reducen a vergonzosos discursos de consuelo y afirmaciones minimizantes del problema, siendo el factor que combina perfectamente con esta indiferencia suicida, el mediático, donde el periodismo movilizador no está en acción ni siquiera teniendo en las manos más que suficiente material para el morbo comercial, la cobertura informativa no está destinando espacios suficientes que se respeten como proporcionales a la magnitud del problema y en consecuencia tenemos una opinión pública más interesada en las elecciones presidenciales en Bolivia o los contagios de coronavirus, asuntos por demás importantes pero que no definirán el futuro del país tanto como la pérdida de la biodiversidad, que nos ha introducido en una escalada de crisis pandémica por deficiencia de oxígeno y agua que desde luego son los dos elementos más irrelevantes para el negocio de la vida.

 

A estas alturas el fuego se está convirtiendo en una de las causas del desplazamiento humano, así como lo son las guerras o los terremotos y estamos lejos de tener las inconvenientes estadísticas de poblaciones en situación de refugiados, que vivían de los afluentes alimentarios naturales o de la agricultura familiar. Todos están esperando las lluvias para terminar con el problema, siendo que para este año el fenómeno del Niño ya pronosticaba variaciones en los regímenes pluviales que ya se han sentido en la ausencia de las nevadas esperadas de julio y agosto que congelen las cumbres para tener el respectivo reservorio hídrico anual.

Una de las constataciones de las investigaciones científicas indica que romper el equilibrio ambiental dado por la coexistencia armónica entre las especies, desencadena fenómenos como las pandemias, y que el COVID 19 – cuya velocidad de contagio ha sido difícil de controlar por desconocimiento de vacunas, por debate médico inconcluso sobre los medicamentos y decadencia en las nuevas costumbres alimentarias – es una muestra que corona la negligencia humana por proteger las relaciones vitales interregeneradoras entre los cuerpos vivos tierra-semilla-árbol-agua-aire-alimento-nido-animales, dinamizadas por las acciones naturales que se están quedando sin sus operadores naturales como polinizadores, fertilizadores, compostadores, fabricantes de humus o regulares interespecie que nos dan la vida a todos, incluso a los que creen que se reproducen solitos y que no necesitan a ninguna especie más, como los humanos.

Por diseño, los países dependientes de la economía hegemónica no somos capaces de solucionar los problemas causados por ella y su determinante método extractivo para el control de los territorios, inclusive cuando ella los condiciona para el ensayo de sus caprichos y ocurrencias mercantiles, aunque sean insostenibles para la naturaleza. Ella exige materias primas, renovables o no renovables y experimenta agronegocios dejando el desorden de la fiesta y sus costos para que lo limpie y pague el dueño de casa.

Es así que el proyecto político anticonstitucional del actual gobierno transitorio boliviano es la introducción de nuevas semillas transgénicas inconsultas sobre las cuales la discusión e información en todo el mundo no ha terminado. Lo conocido hasta ahora es que no vienen solas, sino que corresponden a un paquete agrotecnológico que contiene insecticidas como el glifosato, la semilla se compra cada año porque según su creación, producen solamente fruto para la venta y no contiene semilla para la reproducción, por lo tanto, no hay posibilidad de almácigo lo cual amarra la dependencia del proveedor. A eso sumamos que el modelo agroindustrial bajo el que se han estado aplicando las transgénicas en el oriente boliviano es el monocultivo, que implica el uso de fuego para habilitar miles de hectáreas de tierra y también para ampliar la frontera agrícola, que son los factores de incendio progresivamente incrementado en la selva, año tras año desde hace dos décadas.

Es decir, parece no existir manera de evitar el suicidio colectivo junto con el crimen sobre las otras especies, principalmente si tenemos personas que celebran noticias como la de que McDonald’s volverá a Bolivia, y es que tal vez no podríamos merecer más apropiada extremaunción.