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Callad, amantes, y ocupad el labio

con el beso. No pronunciéis palabras vanas

mientras se busca vuestro corazón

en otro pecho, jadeante y pobre

como el vuestro,

Ya al filo de la aurora.

 

Cuando te poseí por vez primera

tocaban a maitines

en el Convento de las Mercedarias.

La tiniebla del aire estremecieron

repentinos palomos alterados.

Titubeante el alma sonreía,

sin comprender por qué, en torno a tu cintura.

Y luego, hasta la alcoba recién inaugurada,

fueron entrando laúdes y alabanzas

que mi alma repetía con orgullo

suavemente en tu oído.

 

Callad amantes y ocupad

el labio con el beso.

 

 

 

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