Toman su nombre de la novela de Bernardo Verbitsky Villa Miseria también es América (1957), donde se describen las terribles condiciones de vida de los migrantes internos durante la Década Infame (1930-1943). Son lo que en Brasil se conoce con el nombre de favela, y en España como chabolas.

Durante los distintos gobiernos argentinos, civiles o militares, se ha intentado desplazar a estas personas de dichos asentamientos con distintos métodos, ya sea reubicando a las familias en otras zonas con acceso a servicios básicos de vivienda, o directamente usando la fuerza policial, dejando decenas de heridos y muertos.

Las villas miserias proliferan sin cesar por todo un país que, aunque basto en recursos, es una prospera fábrica de ingentes. Hoy se calculan alrededor de 20 millones, en un país de no mucho más de 40, y la suma sigue creciendo día a día nutriéndose de una clase media siempre al borde de la extinción, los que se conocen en Argentina con el nombre de “Nuevos pobres”.

El muro de la infamia

Durante la celebración de la Copa Mundial de fútbol de 1978, los militares que gobernaban el país en ese entonces, pretendieron mostrar al mundo que en Argentina se respetaban  los derechos humanos con todo tipo de escenografías, típicas de la propaganda de un gobierno de facto.

Dentro de toda esa representación de supuesto país próspero, hubo un hecho infame y escandaloso que hasta hoy recuerdan algunos de los que padecieron dicho proceso. Cito a continuación las palabras del Premio Nobel de la paz Adolfo Pérez Esquivel:

“Durante el Mundial de Fútbol realizado en Argentina en 1978, me encontraba en la cárcel de la Unidad 9, prisionero de la dictadura militar. Los militares trataron de tapar el horror de los desaparecidos, las torturas, los asesinatos y las prisiones con el slogan: “los argentinos son derechos y humanos”. Prepararon estadios y armaron la escenografía para recibir a las delegaciones. Siempre me preocupó la complicidad de la FIFA y otros organismos que facilitaron que la Argentina de la dictadura militar fuera la sede del Mundial de Fútbol y hayan avalado la dictadura.

La escenografía para recibir a las delegaciones debía ocultar la realidad; como toda escenografía, y una de las cosas que más me preocupó fue que, para tapar la pobreza, los militares construyeron un gran muro en la ciudad de Rosario para que no se viera la miseria de la Villa las Flores, una de las más paupérrimas del país con miles de personas en situación de miseria y sin solución a sus problemas que sobreviven comiendo gatos,  algunos de la pesca, y algunas changas, es decir, trabajos temporarios y puntuales, como vender hierros, plásticos, papel, cartones y botellas, entre otras cosas que pudieran encontrar.

Los militares construían el muro de día y la gente les robaba los bloques de noche. La necesidad y la creatividad en la resistencia no tienen límite. Los pobladores de noche les robaban los bloques de cemento y los escondían para luego hacer sus casas. La situación era semejante al hilo de Ariadna.”

Ricos contra pobres

Los últimos treinta años de historia del país, se han caracterizado por seguir un plan que en ningún momento pareció siquiera perder su rumbo: La desindustrialización nacional, y la imposición violenta del neoliberalismo, que comienza con el golpe de estado de 1976.

Durante la dictadura militar, mediante una fraudulenta fuga de las divisas que ingresaron al país como préstamos, con el supuesto objeto de constituir reservas en el Banco Central. La fuga de capitales se efectuó entre 1980 y 1983, mediante una quiebra masiva de bancos y financieras, y un mecanismo denominado “seguro de cambio”, que garantizaba el precio futuro de las divisas, pese a la enorme inflación existente. Durante los 90, con Menem en el poder, la convertibilidad garantizó a los especuladores un dólar barato y se facilitó el endeudamiento externo, además de la privatizaciones masivas, la destrucción total de lo que quedaba de la industria nacional dejando millones de parados, y la fuga de divisas que tuvo su efecto más devastador a finales de 2001 con la caída del gobierno de Fernando De La Rúa, con la salida del país de los fondos de los ahorristas, que hasta hoy siguen sin ser devueltos.

En los basurales, son cada vez más los que día a día buscan allí algo con que alimentarse, y ya no hay muro suficiente para tapar tanta aberración, tanta injusticia. Los miserables, que se cuentan en millares inundan los vertederos de residuos y las calles, de los cuales muchísimos no superan la niñez.

Los señores que viven en la otra cara de la realidad argentina. Esos que recortan por las mañanas sus bigotes, y leen La Nación para ver cómo marchan sus prósperos negocios,  como por ejemplo el señor Mauricio Macri, actual alcalde de la ciudad de Buenos Aires, y líder del partido derechista Pro (Propuesta Republicana), entre otras actividades, como ser el gerente del Sionismo en Argentina, cosa que pocos saben, uno de los que más se han beneficiado de todos estos obscenos años de corrupción y negociados. Para esta clase de gente, los indigentes  son vistos como los residuos tóxicos de las centrales nucleares, los cuales deben desaparecer. Personas que no consumen los que ellos venden, personas que no existen. Un genocidio económico pretende borrar del mapa a más de la mitad del país. Suena absurdo, pero estas son las pretensiones de la actual extrema derecha argentina.  Cada día, decenas de pibes villeros mueren asesinados por la policía, lo que se conoce como gatillo fácil, a plena luz del día, pero en la más negra oscuridad, la del olvido. Sus familias reclaman justicia, pero no pueden pagarla.

La cultura en contra del olvido

Pero allí donde haya gente, viva como viva, se creará cultura, y hace ya bastante tiempo que las expresiones culturales de los excluidos han atravesado las barreras de la marginación. La cumbia villera es su expresión artística más genuina. Las letras de las cumbias retratan el día a día de los pibes de las villas mejor que nada. Por supuesto se han levantado voces reaccionando contra el contenido explícito de sus canciones, que a menudo hablan de consumo de drogas, y sexo, entre otras cosas.  O quienes tildan a esta música de ser un flagelo social, como la delincuencia.  No nos deben extrañar que la gran mayoría de esas voces provengan de una ciudad como Buenos Aires que, en la que  según encuestas recientes, más de un 45% de sus habitantes opinan que los inmigrantes provenientes de Bolivia, Perú, o Paraguay, entre otros, deberían vivir en guetos cerrados, alejados de la sociedad.  Sin olvidarnos de algunos intelectuales y cantautores de protesta, que, aunque bien intencionados, dicen cosas como: Yo hablo por los que no tienen voz. No señores, no. Los marginados tienen mucho que decir, solo hay que escucharlos.

La Garganta Poderosa

El título de este párrafo, hace mención al nombre de una revista publicada mensualmente por jóvenes  del barrio de Zabaleta, provincia de Buenos Aires. Es la primera revista hecha por y para la gente de las villas. Los jóvenes que trabajan en ella, en el staff aparecen bajo un Consejo de Dirección que reza textualmente: “Todos los vecinos de todas las asambleas de todos los barrios de La Poderosa en América latina”. La Poderosa (http://lapoderosa.org.ar/) para quienes quieran visitar su sitio, entrega mes a mes entrevistas de lujo a figuras admiradas por la juventud, que aceptan realizar un reportaje muy a fondo y una sesión de fotos de tapa y contratapa de fuerte peso simbólico y político. Esos grandes nombres, como Diego Maradona, el Indio Solari, Carlos Tevez, Charly García, y Lionel Messi, encarnan no en los ídolos, sino en las personas que llevan esos nombres. Y eso sucede porque los jóvenes entrevistadores son capaces de hacer las preguntas que los periodistas profesionales nunca hicieron, porque los interpelan desde sus propias vivencias, y en esas largas notas hay tanto del entrevistado como de los entrevistadores.  Esta revista es una idea brillante que crece en número de lectores diariamente.

“Marchan los dedos en dirección a la mano, marchan los dientes en dirección a la boca, Los dientes quieren ser boca, los dedos quieren ser mano. Hay una creciente conciencia de la necesidad de juntarnos para que la democracia deje de ser algo cada vez más ajeno a la gente…”. Eduardo Galeano.