⁃ La camiseta es bonita – comentó su padre.
Respondí de forma automática lo siguiente:
⁃ Si, pero es un incordio para las madres ( refiriéndome a que el color blanco de la camiseta haría que ésta se ensuciara más fácilmente)
· ¡Para las madres! Corregí inmediatamente mi afirmación ante la mirada reprobadora de los que allí estaban presentes, y añadí “y para los padres claro”. Sin embargo, ya estaba dicho…
Hasta hace no mucho, no me consideraba a mi mismo machista. Siempre he sido una persona que ha condenado y condena vehementemente la violencia de género, tachando a todo aquel que lo practica de “cobarde” o “escoria”. A esto cabe añadir que he defendido siempre la igualdad entre hombres y mujeres, sobre todo en el terreno laboral, que al final es el lugar donde todos aquellos que no nos consideramos machistas (aunque lo seamos) centramos el debate.
No obstante, soy machista, y mucho.
Como cualquier defecto y/o prejuicio, el primer paso para luchar contra él es reconocerlo. Diría más, como ocurre siempre, el primer paso es comprenderlo para luego reconocerlo.
Comprender que vivimos inmersos en una sociedad patriarcal que introduce una enorme cantidad de prejuicios de base que calan en nuestro cerebro. Una sociedad en la que el concepto de igualdad de género es erróneo, pues suele centrarse en el terreno laboral o jurídico en la mayoría de los casos, para dejar de lado el puramente social, que es la base de todo.
Comprender que el machismo no es sólo el maltrato físico o psicológico, que son tan sólo la punta del iceberg, sino que está en nuestro día a día, en la actitud que adoptamos hacia el sexo contrario, en nuestra idea del papel del hombre con respecto a la mujer, en nuestra confusión dolorosa de términos como feminismo e igualdad, en nuestro lenguaje cotidiano..
Lo comprendo y me arrepiento tremendamente.
Me arrepiento de los tiempos en que quise influir aunque fuera mínimamente en la forma de vestir de mi pareja, de los días en los que fui posesivo y controlador, en los que mi inseguridad y mi estupidez me llevaron a creer en mi papel de macho alfa, en mi personaje del “protector”.
Me arrepiento de la forma en la que muchas veces miro a las mujeres y de no entender su sexualidad, de mi lenguaje cotidiano jalonado de tópicos e imbecilidades y de la contribución que, aunque fuera indirectamente, hice y hago con ello a seguir manteniendo una sociedad en la que SON ASESINADAS (no “MUEREN” como se empeñan en titular los medios) mujeres día si, día también.
Lo comprendo, me arrepiento y prometo luchar.
Prometo luchar, en primer lugar, contra mi mismo, contra prejuicios y estereotipos como los que se ejemplifican al principio del artículo, que están introducidos desde hace largo tiempo en mi subconsciente y que requieren, por tanto, un ejercicio individual continuo de comprensión de la desigualdad de género, de la estructura de la sociedad en la que se enmarca dicha desigualdad y de los sedimentos que ésta ha dejado y deja en mi raciocinio y mi criterio.
Prometo luchar por entender la utilización que, de forma peyorativa e intencionada, se hace del término feminismo y la tendencia a añadirle sufijos como “radical” o “nazi”, conflicto de naturaleza semántica pero con un trasfondo eminentemente social. Feminismo no es lo contrario de machismo. Feminismo es lucha por alcanzar derechos sociales, machismo es la vulneración de estos derechos. El feminismo lucha por alcanzar la igualdad, la igualdad no es radical, no es un extremo, es el punto medio, el de equilibrio.
Feminismo es la lucha por los derechos de la mujer en la sociedad, y gracias a ella avanzamos todos, confundirlo deliberadamente con radicalismos siempre tiene como fin la pervivencia del sistema patriarcal. Nadie niega la existencia de las denuncias falsas de maltrato o de las posibles desventajas en el sistema jurídico que puedan existir contra el hombre en la solución de conflictos de carácter matrimonial, pero esto no tiene absolutamente nada que ver con el feminismo, y querer responsabilizarle de ello es manifiestamente incoherente y supone un lastre.
Debemos ser conscientes de que el problema de la violencia y la desigualdad de género es un problema incrustado en las raíces de la sociedad, y por tanto, el marco jurídico y las medidas de carácter legal que puedan tomarse, sin dejar de ser imprescindibles, no pueden más que servir de complemento a una concienciación profunda de la comunidad en general. Es necesario potenciar la educación, el debate y la pedagogía en este sentido (mujeres y hombres) y, sobre todo, es imprescindible el ejercicio individual de cada uno de nosotros (hombres) para ser conscientes de una verdad irrefutable: vivimos en una sociedad machista, y demasiado a menudo nosotros ayudamos a alimentarla.
Por mi parte, comprendo que soy machista, me arrepiento y prometo luchar.
No Comment