“…Y podrán tener todos los fundamentos que quieran para defender la modificación genética, pero el problema central es el modelo de introducción de esas semillas al sistema agroproductivo nacional:  viene en paquete con el insecticida, se aplica a grandes monocultivos que queman territorios biodiversos y complejos vitales con lo cual desequilibran ecosistemas completos, disminuyendo diversidad alimentaria y entre otras cosas el agua y el oxígeno de ellos mismos y de  tierras altas, contribuyendo al calentamiento global en general. Además de desencadenar plagas y pandemias. Este modelo es negocio ahorita para algunos y sequedad dentro de poco tiempo para el ecosistema. No toman en cuenta que el bosque brinda frutos en tal diversidad que pueden alimentar a todo el país con calidad, integralidad y perspectiva de futuro”. 

Este fragmento de conversación copiado de un grupo whatsapp podría ser de cualquier país donde actualmente se utilizan semillas transgénicas, porque el modelo de aplicación de los paquetes agrotecnológicos es transnacional y produce los mismos problemas donde fuera que se apliquen y todos los seres humanos participamos activamente en las cadenas de complicidad, que son las mismas cadenas que caracterizan a los contagios que provocan todo tipo de pandemias como la del consumo irresponsable de comida que no alimenta.

¿Cuándo participamos en una cadena de complicidad?

En el caso de Bolivia, estos son algunos ejemplos:

  • Al comprar pollo que ha sido criado con comida balanceada que contenga soya: siendo que la soya es producida con semillas transgénicas empaquetadas con el insecticida glifosato, que viene condicionado por el vendedor. Todas las grandes empresas bolivianas alimentan a su ganado avícola con ese tipo de comida.
  • Al comprar carne vacuna de ganadería intensiva: este tipo de ganadería se encuentra en los departamentos de Beni y Santa Cruz, donde suman más de 5 millones de cabezas de ganado vacuno, entre las cuales existen razas que llegan a pesar una tonelada, para cuya alimentación siembran pastos de crecimiento rápido como el sujo africano, habilitando terrenos con el método de chaqueo que implica quemar bosques, con lo que se pierde biodiversidad alimentaria, así como pulmones naturales, agua y hábitats.
  • Al comprar gaseosas: para cuya elaboración se utilizan grandes cantidades de azúcar. En este ejemplo explicaremos tres dimensiones de la peligrosidad del consumo de azúcar. 

Primero, el azúcar en grandes cantidades es dañino para la salud y es por esta razón que en Chile, un país al que frecuentemente se cita como ejemplo de modernidad, el Ministerio de Salud obliga a usar en las etiquetas de los alimentos el sello negro que indica “alto en azúcares” por contener una cantidad que supera el límite establecido, por lo tanto, este sello se encuentra en las etiquetas de Coca Cola.  Como en Bolivia también existe la empresa embotelladora de esa misma bebida, la franquicia le obliga a respetar la misma composición. Por su parte, en las investigaciones reconocidas por el Ministerio de Salud boliviano, se tiene registrado un incremento en los problemas de diabetes, caries y obesidad que tienen origen en el desproporcionado consumo de azúcares, lo cual es corroborado por la Organización Panamericana de la Salud.

Segundo: en el mes de mayo de 2020, mediante el Decreto Supremo 4292, en Bolivia se pretende introducir una semilla transgénica de caña de azúcar, para incrementar los rendimientos en la producción, a pesar de que que existe una permanente disponibilidad de azúcar refinada en los mercados internos, nunca se ha sufrido desabastecimiento y además su exportación tiene cifras de crecimiento.

Tercero: las plantaciones de caña de azúcar, en su estado actual, sin semillas transgénicas, requieren tal cantidad de agua que termina despojando de agua a las especies convivientes en el área, animales y vegetales. Y para variar, también se aplica el chaqueo para su cultivo, perdiendo más bosque amazónico. En el caso del Ingenio Azucarero San Buenaventura, creado mediante Decreto Supremo 637 de septiembre de 2010, se obligó a los indígenas tacanas a ceder 4.000 hectáreas de su territorio para la plantación de caña, cuyos efectos fueron evidenciados por las familias tacanas que en su actividad cotidiana de recolección y pesca, encuentran los arroyos secos.

Por eso, mientras más consumimos estos productos, somos más cómplices y activos participantes de las cadenas que justifican e impulsan los incendios en los bosques, el biocidio de especies animales y vegetales, los monocultivos, los desequilibrios ambientales que desencadenan proliferación de virus, epidemias, pandemias, etc. constituyéndose en crímenes ambientales.

Frecuentemente la gente tiende a responder resignada: ¿nosotros qué podemos hacer?, como si nada tuvieran que ver en el problema. Bueno pues la acción concreta que está al alcance de todos es elegir tipos de alimentación que provengan de sistemas que hoy se categorizan como Agricultura Familiar, es decir, aquella agricultura que trabaja en policultivos donde una sola familia campesina puede ofrecer más de 20 alimentos diferentes en una sola cosecha, en cultivos al aire libre o aplicando técnicas no dañinas como la carpa solar, ya sean verduras, tubérculos, granos, cereales, lácteos, frutas, flores comestibles, miel, especias o plantas curativas.

Asimismo, con respecto a las familias indígenas que viven en los bosques, desde siempre han aplicado un manejo armónico para obtener suficiente alimentación sin agricultura, es decir, a través de la recolección, la pesca o la caza, siendo parte de una cadena alimentaria que no deforesta ni depreda otras especies para vivir. Además, de acuerdo con la amplia diversidad que poseen los bosques, la economía indígena puede ser perfectamente capaz de comercializar alimentos de bosque sin chaqueos industriales, e incrementar la variedad de alimentos a partir de los árboles, con lo cual los consumidores en general tendríamos una oferta lujosa entre la agricultura de altiplano y valles, y los bosques de tierras bajas, con lo cual podríamos ser parte de una cadena de vida y no de la actual cadena de muerte a la que aportamos borazmente.

Si lo difícil es saber la procedencia de la comida, la tarea es tomar la cadena y rastrearla, para lo cual una metodología recomendable es pasear en el campo y acercarse al productor para comprarle sus cosechas, perder el mútuo miedo que se tienen campo y ciudad, aproximar relaciones y participar en ferias o fiestas rurales, de manera que en los mercados urbanos uno sea capaz de distinguir cada vez mejor la comida local de aquella proveniente de monocultivos, de importación y de contrabando.

Ser consumidor de cadena corta es ser responsable con la naturaleza no por bonita, sino porque dependemos de ella y necesitamos proyectar una despensa racional con alimentos, agua, oxígeno y medicinas para hoy y para mañana, para humanos y para todas las especies, mirando a nuestros hijos con la conciencia limpia y el orgullo de poder saber de qué está hecho nuestro propio cuerpo y cómo disfrutarlo.