Esta premisa alcanzó su máximo exponente a finales del siglo XIX con Herbert Spencer y sus planteamientos del darwinismo social. Este modelo explicativo se basó en aplicar el mecanismo de la selección natural darwiniano al estudio de las sociedades humanas. Según esto, el devenir histórico de los países, las etnias o las clases sociales se habían (había) articulado en una competición en las cual los mejor adaptados ocupaban y debían ocupar los lugares privilegiados. Este tipo de formulaciones trascendió de forma casi inmediata al campo de la política y sirvió para justificar, desde un falso empirismo científico, las políticas imperialistas y raciales de finales del siglo XIX y buena parte de la primera mitad del siglo XX.
Hoy en día sabemos que esto no fue así y que en nuestra evolución, junto al mecanismo de la selección natural, hubo otros factores como la cooperación y la solidaridad que fueron claves para el desarrollo de nuestro género, el género Homo desde hace 2,5 millones de años. Sin embargo estos factores no son características exclusivamente humanas. En el reino animal podemos encontrar ejemplos de solidaridad en chimpancés, orangutanes, delfines o incluso en los pingüinos. Mientras que acciones cooperativas es fácil rastrearlas tanto en otros mamíferos, aves, reptiles y peces. Lo que nos diferencia del resto de animales es que nosotros a lo largo del proceso evolutivo hemos desarrollado la cooperación y la solidaridad como elemento clave para potenciar la cohesión del grupo y conseguir ocupar todos los ecosistemas del planeta por muy adversos que estos sean, desde el Ártico hasta el Himalaya pasando por la Amazonia o el desierto del Sáhara.
Pero, antes de continuar, conviene definir el significado básico de estos dos conceptos claves en nuestra historia evolutiva. Según el Diccionario de la Real Academia Española, la cooperación es “obrar juntamente con otro u otros para la consecución de un fin común”. Mientras que la solidaridad es la “adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros”. En el caso que nos ocupa la principal diferencia entre ambos conceptos podemos encontrarla en que mientras la cooperación se realiza entre individuos iguales, la solidaridad se da entre desiguales. Es decir, él o los individuos que muestran su solidaridad hacia otros individuos están por encima en alguno de los planos biológicos o sociales. El plano biológico podríamos limitarlo a aquellos individuos que poseen una salud óptima. Mientras que en el plano social es más complejo y lo reservaríamos para aquellos individuos que por diversas circunstancias están mejor considerados dentro del grupo, por cuestiones como la edad o la organización social (líderes). Estos individuos socialmente mejor considerados mostraron su solidaridad al adherirse circunstancialmente a la causa de otros individuos que están por debajo de ellos, sin esperar nada a cambio.
El trabajo cooperativo permitió que nuestros antepasados sobrevivieran
Si extrapolamos estos conceptos teóricos al estudio de nuestros antepasados tenemos que en las actuales Kenia, Tanzania y Etiopía, encontramos numerosos yacimientos datados entre 2.5 y 1,8 millones de años que tienen, además de los primeros fósiles de nuestro género (Homo habilis y Homo rudolfensis), restos de las primeras herramientas de piedra y fragmentos de grandes herbívoros con marcas de corte. Estas marcas evidencian el consumo de estos animales por parte de estos homininos. El despiece e ingesta de estos elefantes, rinocerontes e hipopótamos cabe considerarlos como los primeros consumos comunitarios realizados por nuestros antepasados. Este reparto del alimento puede entenderse como el desarrollo de una acción conjunta para la consecución de un fin común: la alimentación del grupo, por lo que estaríamos ante la primera evidencia de cooperación en la historia de la humanidad. El trabajo cooperativo permitió que nuestros antepasados sobrevivieran en la sabana compitiendo por los recursos cárnicos con tigres, panteras y leones.
Por lo que se refiere a la solidaridad, nos encontramos que en el año 2003 en el yacimiento caucásico de Dmanisi (Georgia) apareció una mandíbula humana con una antigüedad de 1,8 millones de años. Este fósil perteneciente a la especie Homo georgicus presenta una ausencia total de dientes y de los alvéolos que alojaban sus raíces. En otras palabras, al “viejo de Dmanisi” se le habían caído sus dientes y el hueso circundante a los alvéolos invadió los vacíos dejados al desaparecer las raíces de los mismos. Ahora bien ¿cómo un individuo sin dientes pudo alcanzar los 40 años de edad hace 1,8 millones de años? Evidentemente sin una ayuda por parte del grupo este individuo no hubiera alcanzado esa edad. Muy probablemente, sus compañeros se tuvieron que dedicar a masticarle los vegetales y trozos de carne cruda para que luego él los pudiera digerir. Estos cuidados representan la primera prueba de solidaridad documentada en la historia de la humanidad. Desde entonces son cada vez más las evidencias que tenemos de este tipo de comportamiento en el registro fósil que demuestran que el desarrollo de la solidaridad ha sido una característica esencial en nuestro propio proceso evolutivo.
Rodrigo Alonso Alcalde, Responsable de Didáctica del Museo de la Evolución Humana, Junta de Castilla y León
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