El principal ganador será Cuba. Desde la revolución, los cambios estratégicos en la política exterior de la isla han garantizado la sobrevivencia del régimen castrista. A diferencia del gradualismo económico y político interno, la política exterior se ha caracterizado por su extremo pragmatismo y su flexibilidad ante las diversas coyunturas internacionales. El cambio de las alianzas externas de Cuba ha sido un factor decisivo para garantizar la continuidad del proyecto político revolucionario y post-revolucionario. Esta realpolitik a la cubana forjó durante la guerra fría la lucrativa alianza económica con la URSS con la que intercambió petróleo y azúcar, un esquema que se repitió tras la caída del Muro de Berlín con Venezuela, su principal socio económico que suministra crudo y recibe recursos humanos de la isla.
Consciente del alto riesgo que supone el negocio con un Estado frágil como Venezuela, máxime cuando la revolución bolivariana podría tener los días contados después de la muerte de Chávez y la caída del precio internacional del petróleo, el Gobierno cubano se ha buscado un nuevo aliado más poderoso para garantizarla sobrevivencia económica y política: Estados Unidos, el enemigo histórico que justificó durante décadas el cierre de filas y la lógica autoritaria de la fortaleza sitiada. Seis años después de su mutuo anuncio de restablecer relaciones diplomáticas, Raúl Castro y Barack Obama han enterrado décadas de aislamiento y enfrentamiento.
Sin duda, es un paso histórico que cambiará las relaciones para siempre. Probablemente, el precio político que tendrá que pagar Cuba sea más alto que el de las alianzas anteriores con la URSS y Venezuela con los que compartía una ideología común. Abandonar el discurso legitimador del enemigo exterior obliga a avanzar en el plano de las reformas internas. De hecho, este fue el primer paso que dio el Gobierno de Raúl Castro desde que asumió el poder en 2006. Fue un proceso gradual, a cuentagotas, pero el resultado es una isla diferente, más abierta al mundo y con más libertades económicas e incluso nuevos espacios políticos –todo ello sin cambiar la naturaleza autoritaria del régimen castrista.
El acuerdo entre Obama y Castro podría considerarse casi una traición desde la perspectiva del presidente venezolano que calificó el acercamiento bilateral como “una victoria de Fidel (no de Raúl) y del pueblo cubano”. Probablemente sea el principio del fin de una frágil alianza entre dos países con estructuras productivas débiles y economías muy dependientes del exterior. En la actual situación de emergencia económica, Caracas difícilmente podrá mantener el envío de unos 90.000 barriles de petróleo diarios a la isla o el pago de más de 30.000 profesionales cubanos. Esto no quiere decir que de la noche a la mañana Cuba deje de recibir crudo venezolano o retire sus asesores del país vecino, pero con el acercamiento a Washington servirá para reducir la dependencia de Venezuela que representa un 40% de su comercio. Económicamente es una apuesta más segura: Si EE UU ya es el quinto socio comercial de Cuba y el principal suministrador de productos agrícolas, el restablecimiento de relaciones bilaterales potenciará aún más el turismo, las remesas y las inversiones dentro de los márgenes que permite el embargo.
A nivel regional, entrará en declive la idea de crear una alternativa Martíbolivariana a la tradicional hegemonía estadounidense y al incipiente liderazgo de Brasil. Cuba podría jugar un papel menor en el club del ALBA. Hace tiempo que el gobierno castrista optó por un bajo perfil en la alianza y prefirió dar un mayor protagonismo a su participación (en 2014 había asumido la presidencia pro tempore) en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) que se perfila como principal interlocutor externo de la región. La alianza alternativa del ALBA se basa en el eje cubano-venezolano al que se sumaron otros países con gobiernos que querían distanciarse de Washington. Cuba garantizó el ingrediente ideológico de este proyecto y Venezuela su financiamiento, gracias a la avalancha depetrodólares que llegaron al país. En la nueva coyuntura internacional, ninguna de las dos aportaciones están garantizadas.
La luna de miel entre Cuba y EE UU cambia el mapa geopolítico e ideológico del continente. Por primera vez se celebrará, en abril de 2015, una Cumbre de las Américas sin la habitual crítica a la exclusión de la isla. Y con dos discursos (el de Raúl y el de Obama) –que nos demuestran que el mundo es el que construimos – se ha desarticulado gran parte del argumento antiimperialista del grupo de países ALBA. Hay que abrir nuevos frentes para seguir sosteniendo el discurso de la hegemonía de EE UU. Al mismo tiempo, mejores relaciones con La Habana podrían facilitar una distensión entre Caracas y Washington.
El restablecimiento de relaciones entre Cuba y EE UU es una victoria para América Latina, Canadá y la UE que habían predicado durante décadas de que las sanciones son contraproducentes al servir para cementar el autoritarismo castrista. América Latina insertó Cuba en la región sin ningún tipo de exigencias y presionó a Washington a abandonar la vía de las sanciones. En esta misma línea, Canadá, el principal aliado occidental de Cuba, fue el anfitrión del diálogo secreto entre los enemigos históricos. Curiosamente –y como ya parece habitual–, la UE es la gran perdedora de su propia apuesta: desde hace un año negocia sin éxito un acuerdo de cooperación que ha dejado de interesar a la contraparte cubana ante la perspectiva de una apertura con EE UU mucho más prometedora que el engorroso diálogo con una UE que casi nunca se pone de acuerdo y, además, exige condiciones que el Gobierno cubano se resiste a cumplir.
Desde el inicio, la revolución cubana ha sabido aprovechar las coyunturas internacionales para sus propios fines de sobrevivencia que siempre han sido más importantes que objetivos colectivos. El restablecimiento de relaciones con Washington es parte de esta lógica, pero implica también la voluntad de cambiar el discurso y la realidad cubana que durante tanto tiempo fue impregnada por la Guerra Fría con EE UU. Quizás Estados Unidos –para bien y para mal– ya no tiene una política hacia América Latina, una región que juega un papel secundario en la acción exterior del gobierno de Obama, pero la apertura de relaciones con la isla es el mayor paso histórico que desde los tiempos de Jimmy Carter haya dado un presidente estadounidense para superar el principal escollo en las relaciones hemisféricas: el país de cuatro letras a noventa millas de EE UU.
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