Dicha estrategia llevó a borrar cualquier rastro en la memoria colectiva sobre que antes de la independencia existió un modelo político, económico y cultural que funcionaba. Se pasó del potencial paraíso pre-hispánico a las nuevas naciones formalmente independientes. Entre medio necesariamente sólo podía haber oscurantismo, crueldad, corrupción e ineficacia. Pero ¿es esto cierto?, ¿o una cortina de humo para tapar los errores y horrores de otros?

La América pre-hispana no era ningún paraíso idílico rousseaniano, otras potencias colonizadoras cometieron mayores excesos y fracasos que España (la leyenda negra de África está por escribir), y después de la independencia no sólo se produjo una enorme caída de renta sino que tuvieron lugar varios intentos de exterminio de indios: pastusos en Ecuador, araucanos y mapuches en Chile, mapuches y tehuelches en Argentina, el 65% de los indios paraguayos, chiriguanos en Bolivia o yaquis y mayas en México.

La sociedad Hispana posee un elevado grado de mestizaje.

Si los Virreinatos españoles hubieran sido tan malos, ¿cómo se explica que duraran más de tres siglos?, ¿cómo aceptar que algunas de las tríbus indias más conocidas e incluso liberados negros (Tomás Boves) apoyaran a la Corona en la guerra de la independencia? Parece que algo se nos escapa.

En realidad, la América virreinal supuso un mestizaje real de razas y culturas, y constituyó una región enormemente próspera. Como señaló Azorín, la decadencia tal vez podía predicarse de la metrópoli (también por las deudas que le ocasionaba mantener un territorio tan extenso), pero no de sus colonias que prosperaban en paz y de forma bastante independiente.

El Virreinato de Nueva España era la región más rica, culta y avanzada no sólo de América, sino superior a muchas naciones europeas y del resto del mundo. Lideraba la economía global gracias a las rutas comerciales que unían China y Japón con Cádiz y Sevilla, el real de a ocho de plata como primera moneda de circulación universal y a las imprentas, la primera establecida ya en 1539, que permitieron el intercambio y difusión de ideas y cultura.

En términos sociales, las Leyes y Ordenanzas de Burgos de 1512 junto a otras firmadas por Carlos I en 1528 y las “Leyes Nuevas” de 1542, completaron un verdadero germen de derecho laboral con normas como: la prohibición del trabajo de mujeres a partir del cuarto mes de embarazo, de niños menores de 14 años, el derecho a una vivienda digna para los trabajadores, un periodo de descanso por año e incluso la jornada laboral máxima de 8 horas, cuatro por la mañana y cuatro por la tarde salvando las de más calor.

Desde el punto de vista científico, España no habría podido llegar a América, mantener rutas marítimas seguras y estables a lo largo del planeta y dominar el Pacífico sin unos conocimientos científicos a la altura de tamaña empresa. Se construyeron veintisiete universidades y tampoco pueden ser despreciadas expediciones científicas de enorme relieve, además de la de Balmis (1803-1805) que vacunó al continente hispano de la viruela, mientras los colonos del norte regalaban mantas contagiadas a los indios para causar su muerte.

En cuanto al modelo económico, la visión hispana del liberalismo que diseñó la Escuela de Salamanca, fue el contrapunto olvidado a la visión triunfante finalmente impuesta por el mundo anglosajón. Durante los siglos XVI y XVII se sentaron las bases del funcionamiento del mercado así como los principios del crecimiento económico, que se demuestra, por ejemplo, en la influencia que tuvo Juan de Mariana sobre John Locke y John Adams, o Suárez en Descartes y Spinoza.

La América virreinal tuvo menos prejuicios morales respecto al ejercicio del comercio que la Península y por ello prosperó más. Se crearon hasta doce consulados de comerciantes. El sector del tabaco llegó a constituir un negocio a escala continental, siendo desmantelado, como tantas otras cosas, a causa de la independencia.

La economía era rica y variada, y la carga fiscal nunca fue abusiva (Humboldt dixit), parecida a la de Francia e inferior a la de Inglaterra. Existía una solidaridad interna entre virreinatos donde los más prósperos (México y Alto Perú) transferían rentas a los más deficitarios (Río de la Plata, Filipinas y Nueva Granada).

Se fundaron cientos de ciudades y se levantaron importantes construcciones: monasterios, iglesias, conventos, formidables fortificaciones y defensas, grandes obras hidráulicas o una impresionante red de calzadas, incluida la que cruzaba los Andes. Se construyeron más de 40 hospitales donde se practicaba una medicina mestiza (incorporando fármacos del mundo indígena) y se atendía sin distinción de raza desde un principio.

Restos del Hospital San Nicolás de Bari, el primer hospital construído en América.

Por último, cabe hablar del buen gobierno hispano. España ha contado con cuatro de los mejores reyes-gobernantes de todos los tiempos: Isabel I, Fernando II (y V), Carlos I (y V de Alemania) y Felipe II. Cinco si añadimos al cardenal Cisneros, al que cabe considerar como el quinto rey, superior a Richelieu. Ellos diseñaron el marco político-institucional de la América virreinal. No podía ser tan malo. Estaba formado por el Consejo de Indias, los virreinatos, los gobernadores y los alcaldes mayores.

Cabe destacar la institución de “la residencia” por la que una vez cesada una autoridad o magistrado éste se sometía durante entre treinta y cincuenta días (en las que permanecía en su “residencia”) a un examen de su gestión, pudiendo presentarse quejas o elogios por parte de “todos” los gobernados, incluidos los indios.

La duración del mandato de un virrey era de tres años, renovables a otros tres, inaugurando así la limitación de mandatos. Tal vez por ello Humboldt destacó, a principios del siglo XIX, que a ninguno de los gobernantes de México se le podía acusar de corrupción o falta de integridad.

Las Audiencias reales impartían justicia de forma independiente, dedicando tres horas por la mañana a asuntos de los criollos y cinco por la tarde a los de los indios, que eran grandes litigadores. Asimismo, el derecho de petición se aplicaría en los primeros años de la conquista, donde todos los súbditos de la Corona, incluidos los indígenas, podían mandar peticiones al virrey para dar cuerpo a las primeras normas.

El renacimiento de la América hispana no pasa por buscar chivos expiatorios en sus propios abuelos y tatarabuelos, aunque los crean ajenos, ni por tratar de aplicar recetas indigenistas pensadas para un mundo que ya no existe, ni por acudir a planteamientos foráneos que ya han demostrado su fracaso, aunque se presenten en versiones bolivarianas.

La mejor opción es recuperar su mayor periodo de éxito y de prosperidad: un espacio económico unido, cuna del mestizaje, polo de progreso económico y social, conexión comercial del mundo, ejemplo de solidaridad interterritorial, con moneda única, idioma y religión común, y honestidad y eficacia de sus dirigentes.

Un modelo que ya quisiera para sí la actual UE o incluso la misma España.

Autor Javier Nadal