Se hace de ese par de afirmaciones y a veces de oposiciones, en muchas oportunidades, bajo diferentes formas y en algunas, sin que nos demos cuenta, una base de imágenes que dominan los pensamientos de lo negativo y  lo positivo, en general, en nuestras vidas cotidianas. El filósofo y el hombre común y normal, que también es un filósofo, a su medida y gusto, piensa con los términos de dentro y lo de afuera, el ser y el no ser, aunque a veces, no lo sepa.

La metafísica se ha enraizado así en una geometría implícita que se quiera o no, es decir se dé cuenta uno o no, piensa el pensamiento en términos espaciales. Lo abierto y lo cerrado son para él pensamientos, metáforas que añade a todo, incluso a sus temas de investigación y en asuntos personales.

Por ejemplo, Jean Hyppolite, un filósofo que ha estudiado la sutil estructura de la denegación, bien diferente de la simple estructura de la negación, ha podido hablar justamente de un “primer mito de lo de afuera y lo de dentro”; y añade a lo que normalmente se cree: ”Ustedes sienten el alcance que tiene ese mito de la formación de lo de fuera y lo dentro, muchas veces, sin saberlo: en verdad es el de la alienación que se funda sobre esos dos términos. Lo que se traduce en su oposición formal, se convierte más allá en una alienación de hostilidad entre ambos”.

Y así, la simple oposición geométrica, aunque cueste creerlo, se tiñe de agresividad. La oposición formal no puede permanecer tranquila. El mito la trabaja. Pero no debe estudiarse ese trabajo del mito, a través del inmenso dominio de la imaginación y de la expresión, dándole la falsa luz de las intuiciones geométricas.

El más acá y el más allá, repiten sordamente la dialéctica de lo de dentro y de lo de fuera: todo se dibuja, incluso lo infinito. Se quiere fijar el ser y al fijarlo se quiere trascender todas las situaciones. Se enfrenta entonces el ser del hombre con el ser del mundo, como si se tocaran fácilmente las cuestiones primitivas.

Se hace pasar a la categoría de absoluto, la dialéctica del aquí y del allá. Se da a esos pobres adverbios de lugar, poderes de determinación ontológica, quizá, no tan bien pensados, como podamos creer. Muchos metafísicos exigirían una cartografía del tema en cuestión. Pero en filosofía todas las facilidades se pagan, y el saber filosófico se inicia erróneamente cuando resulta a partir de experiencias esquematizadas.

Pero veamos un poco más de cerca esta cuestión del tejido lingüístico de la filosofía contemporánea.

En efecto, parece que una sintaxis artificial viene a soldar los adverbios y los verbos para formar excrecencias. Esta sintaxis, multiplicando las uniones, obtiene lo que se llama: frases-palabras, así junto, como si fueran una palabra solamente, y es una manera de expresar algo que se intenta dilucidar.

Las fachadas de las palabras se funden en su interior. La lengua filosófica se convierte en lengua aglutinante. A veces, a la inversa, en vez de soldarse, las palabras se desligan íntimamente. Prefijos y sufijos-en especial los prefijos- se separan: parece que quieren pensar solos. Entonces, a veces las palabras se desequilibran.

¿Dónde está el peso mayor del estar allí: en el estar o en el allí? De todas maneras uno de los términos debilita siempre al otro.

De todas maneras, tal vez, se trate de ver el problema expresivo en distintas lenguas conocidas, para llegar a conclusiones más verdaderas y a la vez, más singulares y diferenciadas, para intentar comprender mejor su sentido en su uso, porque allí es donde esté tal vez, la diferencia entre unas y otras.

Jaime Kozak es miembro de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional.