Como escritor he pecado de ingenuo, pensaba que todos partíamos de una relativa igualdad de oportunidades, y que luego era el lector quien, a través de sus gustos y de la calidad de los libros, iba decidiendo qué obras ganaban su aprecio y atención, con la guía de los siempre presentes críticos literarios y poderosos blogs culturales.

Pero parece ser que estaba equivocado, que no es así… desde luego es bastante justo que muchas editoriales, como en la que yo publico, coloquen sus creaciones en librerías de todo el país, y se queden en sus escaparates y estanterías un par de meses en régimen de depósito, sin cobrar al dueño del negocio por tenerlos expuestos. Pasado ese tiempo, si desean conservar el libro o reponerlo, las distribuidoras acostumbrar a facturarlo, dadas las expectativas creadas de vender ese producto. Lo que desconocía, era que las grandes editoriales que forman parte del “oligopolio cultural” dominando el mercado (me atrevería a señalar que “sodomizan” al mercado), obligan a comprar sus productos a las librerías y centros comerciales si desean exponer a sus todopoderosos autores.

De esa forma, se garantizan un número de ventas fijas, que no son reales, dado que son libros distribuidos, no vendidos, aunque los dueños de esos negocios se hayan visto forzados a comprar esa mercancía de la que se tienen que liberar cuanto antes, pues ya han pagado por ella. Esa es la razón por la que en muchas ocasiones, los escaparates y demás lugares “privilegiados” y a la vista, estén ocupados por libros pertenecientes a ese “oligopolio cultural”, un grupo reducido de editoriales y de escritores todopoderosos, a los que nadie les puede hacer sombra… y claro, como escritores, nosotros hacemos múltiples presentaciones en librerías, casas de cultura, bibliotecas, cárceles, institutos… y después de tanto trabajo y de vender un número respetable de ejemplares, a pesar de ello, vas a las librerías de siempre, y quien está en sus escaparates siempre son los mismos. Tus libros aguardan ocultos y de canto en anaqueles lúgubres, perdidos al fondo del pasillo, donde nadie los va a ver…

Y llega este crudo invierno, y resulta que una mujer promocionada desde hace tiempo por programas televisivos en horario de máxima audiencia, desempeñando el rol de diva del espectáculo más inocuo y voceando como nadie para llamar la atención, y con carencias de vocabulario más que evidentes, publica sus reflexiones en un libro difícilmente clasificable, y un prestigioso sello editorial, le regala una publicidad descomunal, lo que consigue que en muchas librerías y centros comerciales, ella ocupe los lugares más privilegiados.

Los libreros de siempre te reconocen que no les hace ninguna gracia dar semejante publicidad a ese libro, pero que se han visto obligados a comprar un número considerable de ejemplares y por ello no les queda más remedio, que deshacerse de ellos y venderlos cuanto antes. Conclusión lamentable, que libros de autores como yo, no aparecemos por ninguna parte…

Siempre me quedará la conciencia tranquila, sabiendo que mi camino es más duro y lento, que poco a poco voy ganando lectores trabajando mucho, con múltiples actos para darme a conocer, escribiendo a diario para mejorar la calidad de mis textos… y garantizando a mis lectores que soy el autor de mis libros, desde la primera palabra, hasta la última.

El oligopolio cultural que domina el mercado literario de nuestro país, debería reflexionar sobre si todo vale en esta guerra en la que ellos son los ganadores, y la cultura, la gran perdedora.