En principio, me digo: ¡la puerta!

Es un cosmos de lo entreabierto, me parece.

Es un especie de imagen ”prínceps”, como si indicara un origen de un ensueño donde se acumulan deseos y tentaciones, como la de abrir el ser en su trasfondo, el deseo de explicarles otros mundos a los seres reticentes a nuevas ideas, como si vibraran en otro registro, más apegado a la dura realidad, que es una de tantas.

La puerta esquematiza dos posibilidades fuertes, que clasifican con claridad dos clases de ensueño.

A veces está cerrada, con los cerrojos echados, encadenada. En otras oportunidades, está abierta de par en par. También llegan las horas de mayor sensibilidad imaginaria. Las noches de invierno, cuando tantas puertas están cerradas, apenas hay una entreabierta.

¿Bastará empujarla suavemente para entrar?

Los goznes están bien aceitados.

Entonces, un destino se dibuja.

¡Y tantas puertas que fueron las puertas de la vacilación!

Recuerdo que en la “Romanza del retorno”, ese fino y tierno poeta, Jean Pellerin, escribió:
La puerta me olfatea, vacila.

En este único verso, hay mucho psiquismo transferido al objeto que un lector adherido a la supuesta objetividad, no verá en el más que un simple juego de ingenio, pero no es así, como es lógico.

Si semejante documento, procediera de alguna mitología lejana, quizá lo acogeríamos con más facilidad.

Me pregunto entonces: ¿Por qué no sentir que se encarna en la puerta un pequeño y efímero dios del umbral de las cosas?

Porfirio, en el “Antro de las ninfas” ha dicho: ”Un umbral es cosa sagrada”.

Otro poeta, sin pensar en Zeus, puede muy bien escribir, descubriendo en sí mismo la majestad del umbral:
“Me sorprendo definiendo el umbral como el lugar geométrico de las llegadas y las salidas en la casa del Padre”.

¡Y todas las puertas de la simple curiosidad que han tentado al ser para nada, para el vacío, para para lo desconocido que no está siquiera imaginado!

¿Quién no conserva en su memoria un gabinete de Barba Azul que no hubiera debido abrir ni entreabrir?

¿O- lo que es igual para una filosofía que profesa la primacía de la imaginación- una puerta que no debería haberse imaginado abierta, susceptible de entreabrirse?

! Cómo se vuelve todo concreto, en el mundo de un alma cuando un objeto, cuando una simple puerta viene a dar las imágenes de la vacilación, de la tentación, del deseo, de la seguridad, de la libre acogida, del respeto!

¿Contaríamos gran parte o toda nuestra vida, si eso fuera posible, si hiciéramos el relato de las puertas que quisiéramos volver a abrir?

Sin embargo, me puedo preguntar: ¿es acaso el mismo ser, el que abre una puerta y el que la cierra? ¿A qué profundidad del ser pueden llegar los gestos que pueden dar conciencia o de la seguridad o de la libertad? ¿No se vuelven tan normalmente simbólicas en razón de esta “profundidad”?

Autor Jaime Kozak