Eran casi las doce de la noche y el frió arreciaba, sin embargo tuve la extraña sensación de que su escalofrío no provenía de la baja temperatura que reinaba en el ambiente, y que su cuerpo delgado también hubiese sentido frío en pleno verano.

Siguió andando un rato más hasta detenerse ante un portal de aspecto elegante. La calle estaba desierta y sólo se escuchan sus pasos. Yo crucé casi de puntillas al mío, y me introduje en él, enfrente casi del suyo. Subí a mi casa. Cuando iba a bajar mi persiana, una tenue luz apareció en una de las ventanas de la fachada de enfrente, dejando entrever la silueta del hombre. Apagué la luz y me quedé en la penumbra mirando a través de mi ventana. Intentaba mantener derecho su cuerpo al andar por el cuarto espacioso, pero se encorvó como si al término de la jornada no pudiese permanecer erguido por más tiempo…hasta que la luz se apagó y los parpados de madera de la persiana se cerraron. Todo quedó inmóvil, silencioso. Yo seguí allí inmóvil, incapaz de abandonar aquel lugar y dejar de mirar aquella ventana.

¿Qué impulso me hacía permanecer allí? Pensamientos confusos se fueron sucediendo en mi cerebro, mientras me preguntaba porque sería. Poco a poco mi mente se fue quedando en blanco, serena. Y comprendí quien era el hombre. El descubrimiento me dejó profundamente triste: Era el hombre anónimo que puebla las ciudades y que todos los días nos cruzamos en cualquier calle o esquina y ante el que pasamos indiferentes y ajenos a su vida. Apagué la TV, que emitía la cansina repetición de historias que lanzaba un enfebrecido tertuliano, y me fui a dormir.

Al día siguiente había un camión de mudanzas en la acera de enfrente. Al salir a la calle pregunté al conserje si sabía quien se mudaba de aquel edificio. Contesto que sí. Era el hombre gris. Uno más que se marchaba del país. Un hombre que había trabajado en una empresa que cerraba debido a la crisis y donde era el empleado de la sección 21; a efectos legales era el número de su carné de identidad; si caía enfermo era el de la cama 225 pero nadie conocía sus angustias y sinsabores ni nada más de él. Indagué y me enteré que el hombre gris se iba a la India: quería vivir de otra forma, sentir olores y colores y darse cuenta de la existencia de los árboles, los pájaros, las flores, los niños. No se lo que haría en India ni con quien iría. Era sólo uno más de los que marchaban.

Caminé pensando si el hombre se encontraría vacío, solitario, deprimido, pensando en huir como única salida. De nada le sirvieron, seguramente, los consejos, los sermones, las sugerencias. Era un hombre pálido y gris, como tantos miles o millones ¿Qué y quien habían hecho con él semejante locura? ¿Que estaba pasando con todos nosotros?

No supe dar una respuesta, y mientras mi mano limpiaba disimuladamente mis ojos, supe que algo tenía que cambiar.