El enfrentamiento marítimo más relevante de la guerra Hispano-Cubano-Americana fue la batalla naval de Santiago de Cuba, acaecida el 3 de julio de 1898, a la salida de la bahía de Santiago, entre la flota española al mando del almirante Pascual Cervera y Topete, y la estadounidense dirigida por el almirante William Thomas Sampson. Estaba claro que las fuerzas navales estadounidenses eran superiores a las hispanas, a pesar de la inflamada retórica de políticos y periódicos españoles que hacían de la armada ibérica la mejor del mundo.
A mediados de abril, el gobierno español había enviado otra escuadra, al mando del almirante Cervera, a defender las islas españolas del Caribe. Obligada a partir precipitadamente de la península, sin instrucciones precisas, y escasa de combustible que no logró comprar en ninguno de los puertos en que hizo escala, la flota se refugió en Santiago de Cuba para reponer carbón, víveres y aguada. Allí y ante la imposibilidad de acceder a la Bahía debido a las fortalezas defensivas españolas, los estadounidenses optaron por bloquear la entrada al puerto con la escuadra del almirante Sampson.
Cervera que nunca fue de la opinión del “más vale honra sin barcos…” quiso inutilizar sus buques y contribuir con su tripulación a la lucha por tierra, pero forzado por el gobierno se vio obligado a abandonar el puerto y enfrentarse a un enemigo contra el que poco podía hacer.
El día 3 de julio perdía todos sus barcos en un combate desigual. Lo de los norteamericanos fue un simple ejercicio de tiro de barraca de feria.
El 2 de julio de 1898, el capitán general español de la isla de Cuba, Ramón Blanco, ordenó desde La Habana al almirante Cervera que abandonara la bahía de Santiago de Cuba ante la inminente caída de la Plaza, rodeada por tropas norteamericanas y cubanas. Cervera sabía que iba al suicidio. Se enfrentarían, por España, el crucero acorazado Cristóbal Colón, los cruceros protegidos Infanta María Teresa (buque insignia donde navegaba Cervera), Vizcaya y Almirante Oquendo y los destructores Plutón y Furor; la escuadra de Estados Unidos la componían los modernos acorazados Iowa, Indiana y Oregón, el crucero acorazado Texas (similar al Maine), los cruceros protegidos Brooklyn y New York, el cañonero Ericsson y tres cruceros auxiliares, Gloucester, Resolute y Vixen.
A las 9:35h de la mañana del 3 de julio, el almirante Cervera dio la orden de partir y salió al frente de su escuadra a bordo del crucero Infanta María Teresa.
El almirante Sampson estaba en tierra conferenciando con el general Shafter, comandante de todas las tropas terrestres de Estados Unidos, que asediaban Santiago de Cuba. Había ido en el crucero New York y regresó al final de la batalla, que fue dirigida por el comodoro Schley, a bordo del Brooklyn. Según órdenes de Cervera, los barcos españoles fueron saliendo por el estrecho canal de la bahía, en orden decreciente de tamaño y potencia de fuego. Todos siguieron la misma ruta: hacia el oeste, pegados a la costa para, en caso de desastre, embarrancar y salvar las tripulaciones que llegarían a la orilla.
Al salir del canal, Cervera enrumbó el Infanta María Teresa hacia el Brooklyn, que era el buque enemigo más cercano. Tal maniobra hizo que el comodoro Schley, a bordo del Brooklyn, diera la orden de dar media vuelta y alejarse para evitar un “espoloneamiento”; pero al ver que el Infanta María Teresa no intentaba esa estratagema, sino huir, ordenó regresar y en esa maniobra casi choca con el Texas. Entonces, la armada estadounidense rodeó al Infanta María Teresa y lo cañoneó a mansalva: toda la escuadra contra un solo buque. En ese tiempo, salieron de la bahía el Vizcaya y el Cristóbal Colón, que se alejaron intercambiando disparos a larga distancia. Le siguió el Almirante Oquendo que recibió la andanada de la flota americana.
Los últimos en salir fueron los destructores Furor y Plutón, que sufrieron importantes daños en poco tiempo; con su pequeña artillería poco pudieron hacer contra el enemigo. El Plutón se hundió rápidamente y el Furor presentó duro combate hasta que estalló sin dejar sobreviviente alguno. A bordo del Furor murió el capitán de navío Fernando Villaamil (oficial de mayor rango muerto en el combate), jefe de la escuadrilla de destructores e importante marino español (diseñador del primer destructor de la historia), héroe de la batalla. A Villaamil se le erigió un monumento, en 1911, por suscripción popular (encabezado por la entonces reina regente de España: María Cristina), en su natal Castropol.
Tras liquidar los dos destructores hispanos, los buques americanos persiguieron al Vizcaya y lo acribillaron: luego fueron por el último buque que quedaba, el Cristóbal Colón que, al verse alcanzado, embarrancó para salvar a marineros y oficiales a bordo.
Han pasado 4 horas y la escuadra española del Atlántico ha sido aniquilada.
En el puerto de Santiago tan solo permaneció el crucero Reina Mercedes, buque que no pertenecía a la escuadra de Cervera y que ya se encontraba allí cuando Cervera llegó. Al inicio del conflicto, el crucero “Reina Mercedes” había recalado en el puerto de Santiago de Cuba al tener las calderas en mal estado. El Gobierno presumió que allí sería más útil puesto que con su artillería y la columna de desembarco, podría prestar servicio como auxiliar lo que dotaría de algo más de fuerza a la mermada defensa de la plaza.
El «Reina Mercedes» fue hundido finalmente por su tripulación el 3 de julio de 1898 con el objetivo de taponar el canal de acceso tras el hundimiento de la escuadra del almirante Cervera. También fue sometido al bombardeo de los buques «Texas» y «Massachusetts». El plan no fraguó y la deriva lo llevó a hundirse a la playa. El crucero, construido en Cartagena para honrar a la Reina esposa de Alfonso XI, fue reflotado posteriormente por los norteamericanos y llegó a participar en la Segunda Guerra Mundial.
La escuadra española fue totalmente destruida, sufrió 371 muertos, 151 heridos y 1 670 prisioneros, entre ellos Cervera. Los norteamericanos tuvieron un muerto y dos heridos y como en España somos de aquella manera, al almirante Pascual Cervera y sus oficiales sobrevivientes se les formó un Consejo de Guerra, pero el clamor popular en España y en el exterior dieron como resultado el sobreseimiento de su causa y le fue restituido su honor de almirante. Quien suscribe puede dar fe de que a día de hoy por la Carretera Granma en dirección a las pequeñas playas de Daiquirí y Siboney, pueden verse los restos de los barcos encallados o hundidos de la flota de guerra española.
Pero no todo fue aplastante superioridad norteamericana y falta del submarino de Peral como se ha tratado de vender en muchas ocasiones. Debe hacerse autocritica al respecto y reconocer los errores propios; desde la mala calidad del carbón hasta las discutibles decisiones de Cervera, primero de meterse en una ratonera como Santiago y después de salir de ella plan en pleno día habiendo tenido noches de luna llena para hacerlo.
Habrá de recocerse que puso su nave en primer lugar para atraer el fuego enemigo, pero lo cierto es que no presentó batalla en la que más que posiblemente hubiese perdido también , pero quizá no con el resultado de todos los barcos perdidos, 323 muertos, 151 heridos y 1.720 prisioneros., resultando además que, salvo el Furor y el Plutón, el resto de barcos fueron hundidos por los propios españoles. Todo fue más un huída con posterior cacería de feria que una batalla, pero con trágicos resultados humanos y materiales.
Honra sin barcos
La frase “más vale honra sin barcos que barcos sin honra” es un tópico español, que expresa la preferencia por la honra u honor antes que por las ventajas materiales y en numerosas ocasiones se le ha atribuido erróneamente al Almirante Cervera con ocasión de la Batalla de Santiago de Cuba.
La frase simbolizaría a la vez el estereotipo nacional del valor temerario y lo quijotesco.
La expresión en realidad se debe a Casto Méndez Núñez, almirante en la Guerra del Pacífico en 1865 y 1866. Y fue la respuesta de Méndez Nuñez a una carta del ministro de Estado del 26 de enero de 1865, que decía: “…que más vale sucumbir con gloria en mares enemigos que volver a España sin honra ni vergüenza.” La respuesta de Méndez Núñez habría sido del 24 de marzo del mismo año, en el sentido de haber cumplido fielmente sus órdenes, concluyendo de esta manera: “…primero honra sin Marina, que Marina sin honra.”
Según otras fuentes, la frase estaría dirigida por Méndez Núñez a las marinas de guerra inglesa y estadounidense como respuesta a su amenaza de atacarle si bombardeaba Valparaíso, tal como le había ordenado el Gobierno de España, y como efectivamente haría el 31 de marzo de 1866. La frase literal sería: “La reina, el Gobierno, el país y yo preferimos más tener honra sin barcos, que barcos sin honra”.
La conmoción del desastre de 1898 desencajó toda la maquinaria del estado. Los diecisiete años de la regencia de doña María Cristina estuvieron plagados por los conflictos internacionales. Las tribus cabileñas de Marruecos se sublevaron; a un anarquista italiano le dio un arrebato y se llevó por delante a Cánovas, la escuadra norteamericana nos echó de casi todas nuestros territorios de ultramar y, finalmente, Sagasta, la pareja de baile que componía el perfecto dueto de los dos partidos instalados en el turnismo, murió allá en 1903.
España se sumía en una suerte de depresión colectiva y minusvaloración de lo propio que todavía no nos hemos sacudido del todo.
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