Por ejemplo, en una novela de Thomas Hardy, un puñado de musgo es un pinar.
En una novela de pasiones finas y múltiples: “Niels Lyhne”, J.P. Jacobsen describe el bosque de la felicidad: las hojas de otoño, los serbales doblegándose “bajo el peso de los racimos rojos”; y completa su cuadro con “el musgo vigoroso y espeso parecidos a los pinos, y a las palmeras”. Y “había también ese musgo leve que recubría los troncos de árbol y hacía pensar en los trigales de los elfos”.
Que un autor cuya tarea es seguir un drama humano de gran intensidad como sucede con Jacobsen, cuyo libro era para el poeta Rilke un libro de cabecera, interrumpa el relato de una pasión para “escribir esta miniatura”, he aquí donde a modo de ejemplo encontramos una paradoja que debería dilucidarse con el fin de tomar una medida exacta de los intereses literarios.
Viviendo de cerca el texto, parece que algo humano se afina en este esfuerzo de ver el bosque minúsculo, engastado en el bosque de los grandes árboles.
De un bosque a otro bosque, del bosque en diástole al bosque en sístole, respira algo cósmico.
Venimos a distendernos en un pequeño espacio.
Éste es uno de los miles de ensueños que nos sitúan fuera del mundo, que nos colocan en otro mundo, y el novelista lo ha necesitado para transportarnos a ese más allá del mundo, que es el mundo de un amor nuevo, o un nuevo amor que relativiza los anteriores..
La gente apresurada por los negocios, problemas personales, la política grande y también la pequeña, y los beneficios dinerarios directamente, no penetran en él.
El lector de un libro que sigue las ondulaciones de una gran pasión, puede sorprenderse ante esta interrupción cósmica.
Y tal vez sea, porque sólo lee un texto linealmente, en tiempo metonímico, siguiendo el hilo lineal de los acontecimientos humanos desconociendo el registro metafórico, que es de lo más común. Para él, los acontecimientos no necesitan fondo.
¡Pero de cuántos ensueños nos priva la lectura lineal, metonímica! Recuerdo gentes, que me decían: la poesía no la entiendo, es como decir: con lo que me dice lo poético no entiendo ni accedo a la metáfora, tal vez, porque para ellos no era palpable ni reflejaba una realidad que tal vez, no veían.
Semejantes ensueños son llamados a la verticalidad. Son pausas del relato durante las cuales el lector es llamado a soñar. Son muy puras porque no sirven para nada.
Es preciso distinguirlas de esa costumbre del cuento donde un enano se esconde tras una lechuga para tenderle una trampa al héroe, como “El enano amarillo” de Madame d`Aulnoy.
La poesía cósmica es independiente de las intrigas del cuento infantil.
Claro que se perdería el sentido de los valores reales, si se interpretan las miniaturas en el simple relativismo de lo grande y lo pequeño.
La brizna del musgo puede ser el pino, pero el pino no podría, quizás, ser el musgo. La imaginación no trabaja en ambos sentidos con la misma convicción.
En los jardines de lo minúsculo el poeta conoce el germen de las flores.
Y diría como André Breton: “Tengo manos para cortarte, minúsculo tomillo de mis sueños, romero de mi extremada palidez”
Jaime Kozak es miembro de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional, Capítulo Reino de España.
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