Dicho eso cómo declaración de principios, escribamos, una vez más, sobre engaños, mentiras y enriquecimientos rápidos y presuntamente ilegales. Subrayo lo de presunta y supuestamente, porque tal y como se va a poner la justicia en España, – con las nuevas disposiciones del ministro -para las gentes de a pie, conviene dejar claro que todo lo que escribo es sin ánimo de injuriar y basado únicamente en percepciones de un ciudadano libre.
En realidad me importa un bledo si Camps pagó o no los tan traídos y llevados trajes. Lo importante era su permisividad y aparente complicidad con el caso Gürtel o la entrega de seis millones de euros a la empresa de Urdangarin, por la preparación de un evento deportivo europeo absolutamente inviable. Tampoco me preocupa la amistad de algunas de estas gentes con el actual o el anterior presidente, pero me da rubor conocer sus sueldos y el de tantos otros, cuando me constan sus valores y capacidades profesionales. No entiendo como tantos cargos públicos o ejecutivos de multinacionales y de la banca, cobran varios salarios, cuando la economía y la fiabilidad del País se van al garete por sus nefastas gestiones. Ya en su famosa novela “Las uvas de la ira”, luego llevada al cine por John Ford, decía John Steinbeck: Al final de la escalera, la sucesión de patadas económicas acabaron afectando a los de siempre, a quienes ya antes tenían muy poco, o casi nada. Y yo me pregunto con la misma ira: ¿a cuántas familias se podrían ayudar con las facturas de Nóos, el costo del aeropuerto de Castellón, el de Guadalajara, las salidas nocturnas de directores generales con chofer emprendedor y tantos y tantos despropósitos en toda la geografía?
Y sigo preguntándome. ¿Cómo unos pocos son capaces de engañar a tantos? ¿Cómo seguimos admirando, respetando y votando a – los siempre supuestos – incapaces, prevaricadores y manipuladores de turno? Tal vez porque, en el fondo, forman una cofradía que se auto protege, regida por los silencios y basada en la leyenda del pajarito que paso a relatarles a continuación.
En un hermoso y lejano paraje, supongamos que siberiano, un pajarito se entretuvo jugueteando con la flores, mientras que sus congéneres emigraban hacía las tierras cálidas del Sur. Cuando quiso darse cuenta empezó a nevar copiosamente. Tratando de elevar el vuelo salvador, cayó al suelo abatido por el peso de la nieve en sus pequeñas alitas. El pajarito, cubierto por el blanco manto, hubiese muerto a no ser por un hermoso alce que, percatándose de lo que sucedía, se acercó al pobre pájaro que piaba lastimosamente y entonces defecó sobre el ave. Al contacto con el caliente detritus el pajarito revivió y pió alegremente. Un lobo blanco de las estepas, que por allí pasaba, escuchó el alegre piar del ave y acudió al lugar; amorosamente retiró con su lengua el estiércol, lamió los excrementos y limpió al pajarillo… y una vez que lo tuvo bien limpio se lo zampó.
De esa leyenda, nuestros supuestos amigos, aprendieron a sacar tres valiosas conclusiones. La primera: en política el que te ensucia no significa necesariamente que te quiera mal, tal vez lo hace porque aprendió de ti o de otros de mayor eminencia; la segunda, que los que te lamen y miman, no significa que te quieran bien, quizás lo hacen por su propio interés; y tercera y la más importante: cuando estés en la mierda… no píes, no píes.
Esta fábula, determinados colegios, lobbies, apellidos, dinastías o círculos sociales han servido a muchas de estas gentes, en ocasiones de generación en generación, para que, el silencio de los pajaritos mientras se revuelcan por los excrementos, nos impida oír a nuestra razón.
Creo que ha llegado el momento de gritarles que vayan lamiendo sus propias vergüenzas… y cuando estén limpios, nos los zamparemos.
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