Miguel Esteban- ¿En qué piensa usted que están discriminadas las mujeres dentro de las empresas en general?

Mª Carmen Martínez Hernández- En principio, en que no hay las mismas oportunidades porque perviven actitudes patriarcales que minusvaloran a la mujer, se le cree menos capacitada y además se teme que quiera tener hijos.

– Se suele elegir para un puesto de trabajo entre los amigos varones más que entre las mujeres.

– En otro aspecto, la subida en los escalafones o en puestos, que ya no dependen del mérito objetivo de la mujer, de su formación, de su creatividad, de sus conocimientos técnicos, sino de la capacidad de relación con personajes influyente (jefes de personal, sindicalistas, políticos, etc). Resulta que esa relación se da fuera del área y el tiempo laboral, en los desayunos, el tiempo libre, etc. Tiempo del que la mujer, la que tiene una pareja y, sobre todo, hijos, no dispone de ese tiempo.

P- Y en la vida familiar ¿qué discriminaciones sufren?

R- Los varones, por muy feministas que se declaren, por mucho derecho al voto, al trabajo… de la mujer, que reconozcan, en líneas generales mantienen una ideología patriarcal y machista, conscientes o no, que se traduce en no valorar las tareas domésticas, ni el cuidado de los niños ni de los mayores. En su mayoría -puede haber y de hecho hay honrosas excepciones- consideran que con ayudar con la basura, la compra o recoger la mesa, o cosas así es suficiente.

Todavía en parejas jóvenes, en las que ambos trabajan, el varón tiene tiempo para irse a hacer deporte o lo que le apetezca. La cocina, los niños, los abuelos, las mascotas… son de la mujer en un alto porcentaje.

La dedicación al hogar sigue ocupando muchas horas en la vida de una mujer que le resta tiempo de seguir promocionándose profesionalmente. Dedicación que debía repartirse entre ambos.

P- Por favor, díganos qué dificultades a  tenido usted como mujer a nivel laboral, cuáles han sido sus mayores frenos o problemas en su vida profesional por ser mujer. ¿Nos puede poner algún ejemplo?

R- Accedí por oposición a un puesto de técnico superior con lo cual he tenido menos problemas que otras muchas mujeres. No obstante, en mi escalafón había varios niveles, y me costó superarlos porque a muchos varones no les gusta que las mujeres manden, que piensen y tomen decisiones, que sean eficientes y eficaces, den órdenes y las tengan que cumplir. No les gusta que les digan “no”. En la empresa pública y también en la privada, hay un elevado nivel de clientelismo, no siempre asciende la persona más capacitada profesionalmente, sino la más hábil en el mundo clientelar laboral, sindical o político.

Y cuando una mujer valiosa y trabajadora consigue llegara altos escalafones administrativos por méritos personales, como le sucedió a una compañera abogada, como me confesó un día: “he tenido que trabajar tres veces más que cualquiera de mis compañeros”.

Otro prejuicio que me encontré en la administración, en la España de los años setenta del siglo XX, fue la idea de que la mujer siempre es algo así como “una sirvienta”, una persona sumisa y obediente. Hacía poco que había ganado la oposición de archivera -bibliotecaria de una institución ingresado, era una veinteañera. Un día me llamó un alto cargo y me dijo que le arreglase las revistas de su despacho, así lo hice y le expliqué a su secretaria cómo debía hacerlo. A las pocas semanas volvió a llamarme para lo mismo. En aquella ocasión le dije que no, que yo no era su secretaria, que mis competencias no eran esas. Se quedo boquiabierto y perplejo. Durante un tiempo me puso la proa, pero con el tiempo me entendió y mantuvimos una buena amistad.

P- ¿Qué opina que habría que hacer a nivel de las propias empresas, y a nivel de los legisladores para revertir la situación?

R- A nivel legislativo se ha avanzado mucho, no creo que sea el mayor de los problemas. Bueno sí que sigue existiendo, al menos en España, uno importante. El de la disparidad de horarios entre los colegios de los hijos y la actividad laboral de los progenitores.

Me sorprendió mucho en Melbourne, cuando visité una biblioteca estatal, encontrarme varias filas de carritos de bebés en las salas siguientes a la entrada. No sabía si me habría confundido. No. Efectivamente eran carritos de niños pequeños porque en la biblioteca había guardería para que los papás y mamás pudieran estudiar o consultar libros. No fue el único caso.

P- ¿Que consejos le daría a las chicas jóvenes para que en su madurez se haya podido cambiar la situación?

R- En primer lugar, que aprovechen bien el tiempo joven para formarse, para ser una buena profesional, antes o después una buena profesional obtiene su merecido respeto. Pero también que se formen en lo afectivo para ser una mujer equilibrada, no sometida a las frustraciones emocionales, que sepan auto conocerse y conocer a su posible pareja. Que el amor es donación en libertad no servidumbre esclavizada.

Cuando nos enamoramos, el humo ciega nuestros ojos y cuando el humo se disipa “el maravilloso príncipe” ha desaparecido. Pero no es el fin del mundo. Cierto que el varón soltero se comporta de manera diferente a cuando se casa, de modo que cuando antes seamos conscientes de las fluctuaciones emocionales mejor, antes se aprenderá a que una relación estable hay que saber construirla.

P- Parece ser que los estudios, sorprendentemente, dicen que los jóvenes no han olvidado actitudes machistas con sus parejas, si no que perpetúan el aberrante sentido de propiedad de sus novias o parejas. Lo que han heredado de sus abuelos, y la democracia no ha sabido cambiar lo suficiente. ¿Qué piensa que está ocurriendo para que pase esto, y como se puede cambiar?

R- Porque el machismo no se aprende en la escuela, ni en el instituto o en la universidad, sino en el medio ambiente familiar y social, se suele copiar de la propia familiar y de los amigos.

Todavía quedan demasiadas mujeres machistas, no olvidemos que la principal transmisora del sistema han sido las mujeres. Han sido las madres la que han mantenido los roles masculino y femenino perfectamente diferenciados. Las niñas destinadas a ser servidoras: fregar, lavar y quitar o poner la mesa, cuidar hermanos más pequeños, etc. A los niños nada de tareas domésticas, a estudiar y trabajar fuera de la casa, y a ser servidos en el hogar. A los varones se les daba la responsabilidad de “proteger” a las mujeres, claro que a qué precio para ellas. Y ese proteccionismo patriarcal se aplica a la esposa, a la madre si está viuda y la hermana si está soltera.

El mimetismo familiar respecto al padre o al abuelo suele ser nefasto, porque tradicionalmente los varones terminan antes su tarea y tienen tiempo de sentarse a ver la TV, o dedicarse a sus aficiones o a lo que gusten, mientras que para la misma hora, a la mujer, aunque venga de trabajar tanto como el hombre, le queda la cocina, los niños, etc.

Y luego está el mimetismo social. Los chicos se relacionan con chicos cuyas conversaciones no son precisamente feministas y donde se ríe la “machada” del más bravucón. Escribía el periodista Manuel Chaves Nogales, en su magnífica obra sobre Juan Belmonte: “Mientras los amigos de mi padre charlaban, yo estaba calladito y disimulado en el diván, aprendiendo mi lección de hombría. Escuchaba, estirando las orejas, cómo aquellas reuniones de hombres hablaban de mujeres: me familiarizaba con la idea de que la mujer es un bicho malo y agradable al que hay que cazar arteramente y despreciar después”.

P- ¿Cree que tiene algo que decir las madres con la educación de sus hijos ?

R- En primer lugar las madres tienen que estar convencidas de que no hay preeminencia de sexos, que su hijos y sus hijas, son radicalmente diferentes en su biología, psique, personalidad, etc. etc. pero que eso no implica superioridad de unos sobre otras. Que todos tienen derecho a la misma igualdad de oportunidades.

Y si la madre está convencida educará en los mismo principios a sus hijos, pero que  sea consciente que la presión social exterior es muy fuerte y que no siempre los hijos salen como las madres quieren o lo intentan. Su libertad personal también está ahí, y toman decisiones que podrán gustarnos o no.

P- Las brechas de igualdad entre hombres y mujeres, cuando las profesionales no tienen hijos, son menores. ¿supone esto, que las mujeres no pueden tener hijos para triunfar con la situación actual?

R-  ¿Qué significa triunfar? ¿Ser más popular? ¿Ganar más dinero? ¿Qué es más importante tener o ser?

Esas brechas son menores porque, como he intentado explicar más arriba, las mujeres sin hijos disponen de un tiempo que las otras no tienen. Pero ni teniendo ese tiempo se tiene un certificado de garantía de triunfo en nada.

Mira, cuando yo me separé mis hijos tenían 7 y 3 años. Si yo quería hacer carrera administrativa, ir subiendo puestos en el escalafón, tenía que dedicar no solo las horas de trabajo sino además sacar tiempo para las relaciones sociales fuera del horario laboral, tenía que pulular en las órbitas del clientelismo laboral, sindical o de los partidos políticos. ¡Un precios demasiado alto! Yo quería disfrutar de mis hijos y realizarme profesional e intelectualmente.  Y estoy satisfecha con mi vida, con mis hijos, con mi historia, con mis logros… ¿los fracasos? También los he tenido, he procurado aprender de ellos.

Sinceramente, si volviese a nacer volvería a elegir tener hijos. Los hijos no son un obstáculo, no restan, siempre suman. Y profesionalmente creo que he hecho una buena labor.

P- ¿Qué piensa del movimiento feminista?

R- Los orígenes del feminismo son nítidos: conseguir la igualdad del varón y la mujer ante la ley. Se han conseguido logros muy importantes: el voto femenino, la capacidad de administrar sus bienes, de emanciparse de la tutela masculina que siempre la tenía en minoría de edad, la igualdad salarial, la patria potestad con los hijos, etc. etc. Pero como todo movimiento sufre altibajos y desviaciones que pueden reconducirlo o llevarlo a la deriva.

La lucha de unas contra otros no lleva a ningún sitio.  La mujer ha avanzado mucho mientras que el varón parece seguir desnortado por los cambios. Cinco mil años de patriarcado histórico no se cambian en un siglo, ni en dos.  El futuro de un mundo de igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, estar por construir pero solo se conseguirá marchando unos y otras al unísono, no enfrentados.

En los años cincuenta del pasado siglo una profesora de instituto, doña Adela Gil Crespo, criticaba la pobre femineidad de ciertas clases sociales tan mísera, tan superficial, tan aparatosamente formal, tan lejos de lo verdaderamente femenino, que acaba despojando a la mujer de su verdadero ser, convirtiéndola en mero reclamo de su especie, un ser sin valores ni inquietudes. Por el contrario había lugares donde la maternidad era compatible con el trabajo, con la formación de una familia y la educación en valores de los hijos. Y no por ello deja de ser una mujer, madre, constructora de hogar, pero también compañera del hombre en esa construcción del cotidiano vivir, del continuo trabajar.

P- ¿Qué piensa  de la ley de género?

R- La violencia de género es tan antigua como la vida misma. Los varones consideraron durante mucho tiempo que las mujeres, por el hecho de serlo carecía de los derechos mínimos de libertad, respeto y capacidad de decisión y por lo tanto, ellos tomaban decisiones y obraban incluso con violencia en cosas que les atañían a ellas.

La violencia doméstica, desde el maltrato físico a cuestiones económicas y jurídicas llegó a tal extremo que algo que la sociedad conocía perfectamente de su existencia pero consideraba de ámbito privado, pasase a ser de ámbito público y llegase a ser considerada un asunto de Estado. De ahí surgió en España, la Ley de 29 de diciembre de 2004 de Medidas de Protección  Integral contra la Violencia de Género.

Considero que era necesaria y que ha ayudado mucho a las mujeres, aunque su mera existencia no elimina el problema de la violencia contra las mujeres, que puede ser hasta sutilmente brutal.  Pero ya no quiero extenderme más.

 

Miguel Esteban Torreblanca