Estamos en una nueva era, frente a procesos potencialmente irreversibles como el cambio climático, y es necesario ahora inventar con sabiduría y firmeza nuevas medidas a escala global.

La pandemia por el coronavirus ha vuelto a poner de manifiesto las deficiencias y falta de medios que pudieron, si no evitar, hacer que las consecuencias fueran de menor impacto y causaran no sólo menos daños materiales sino, sobre todo, menos pérdidas humanas….

Ante la actual crisis del coronavirus -COVID-19- que estamos viviendo no se puede tolerar por más tiempo una economía basada en la especulación, deslocalización productiva y guerra sino una economía basada en el conocimiento para un desarrollo global sostenible, que permita una vida digna a toda la humanidad y no excluya, como sucede ahora, al 80% de la misma.

Cuando nos apercibimos de la dramática diferencia entre los medios dedicados a potenciales enfrentamientos y los disponibles para hacer frente a recurrentes catástrofes naturales (incendios, inundaciones, terremotos, tsunamis,…) o sanitarias como la actual pandemia, constatamos, con espanto, que el concepto de “seguridad” que siguen promoviendo los grandes productores de armamento es no sólo anacrónico sino altamente perjudicial para la humanidad en su conjunto, y que se precisa, sin demora, la adopción de un nuevo concepto de “seguridad”, bajo la vigilancia atenta e implicación directa de las Naciones Unidas.

La salud es lo más importante, y debe tratarse siempre, en sus aspectos curativos y preventivos, con absoluta profesionalidad, dejando a un lado cualquier otra consideración. Porque la salud es un derecho de todos. En medicina se han realizado grandes avances pero se ha compartido poco. El gran reto es compartir y extender.

Progresivamente, las epidemias, que siempre han existido y existirán, pasarán a ser graves pandemias porque el “trasiego humano” no cesará de aumentar.  Hasta hace unas décadas la difusión era muy escasa porque la gran mayoría de la humanidad se hallaba confinada en espacios reducidos y la posibilidad de transmisión al exterior de los mismos era infrecuente.

Se nos presentan a diario imágenes de las acciones admirables que está llevando a cabo el personal sanitario para atender con gran profesionalidad y humanidad a todos los enfermos del coronavirus, a pesar de los menguados recursos con que cuentan por el afán desmedido de los últimos años de debilitar al Estado (así “mueren” las democracias actuales…). Ponderamos y aplaudimos el impagable trabajo que siguen desempeñando todos aquellos que colaboran en los sectores esenciales (nutrición, transporte, distribución, regulación de la conducta ciudadana, limpieza, desinfección…), así como la actividad de los efectivos militares y de las fuerzas de seguridad en situaciones de emergencia.  Es en estas circunstancias cuando se ponen de manifiesto -y no debe olvidarse, una vez más-  los efectos de los recortes en la capacidad investigadora, la reducción  del tejido industrial y de los distintos y tan relevantes sectores de la sanidad pública que, de ahora en adelante, deberán siempre encontrarse preparados para contingencias de esta naturaleza y gravedad.

En la “Carta al G20”, que acaba de ser firmada por “líderes mundiales para dar una respuesta global a la crisis del coronavirus”, se proponen las mismas medidas que se adoptaron frente a la crisis financiera del año 2008, que han conducido a la situación presente habiendo demostrado que los mercados no resuelven los desafíos globales. Frente a amenazas de ámbito mundial se requiere una reacción proporcional de “Nosotros, los pueblos”. No es la plutocracia -que representa en realidad la fuerza de un solo país- sino el multilateralismo democrático el que puede estar a la altura de las circunstancias. ¿Por qué 20 países deben tener las riendas del destino común cuando en estos momentos hay en el mundo 196 países? No es el “gran dominio” (financiero, militar, energético, mediático) el que va a solucionar los problemas sino la voz y manos unidas de todos los pueblos. La Carta debería ser dirigida a las Naciones Unidas, para dar un renovado vigor al multilateralismo y no a su principal oponente.

Ha llegado el  momento –que la  irreversibilidad potencial hace apremiante- de reducir las sombrías tendencias actuales propias de la deriva neoliberal, que ha desoído los llamamientos de la comunidad científica para la oportuna adopción de medidas contra el cambio climático y la puesta en práctica sin dilación de los ODS ( Objetivos de Desarrollo Sostenible, Agenda 2030) adoptados por la Asamblea General de las Naciones Unidas en noviembre de 2015 “para transformar el mundo”.

La ciencia debe ayudar al ciudadano para que no quede a merced de unos grandes consorcios internacionales y de unos pocos gobiernos. Es, preciso, verificar bien las informaciones tan rápidamente asequibles en la actualidad, para que, en breve plazo, sean los conocimientos y no los intereses los que orienten la brújula del mañana.

La sabiduría se halla hoy en favorecer la evolución de la gobernanza de tal modo que no sea necesaria la revolución. Volver a soluciones periclitadas y parciales sería dar la razón a la excelente viñeta publicada por El Roto en el periódico “El País” el día 5 de abril: “Cuando todo esto pase nada volverá a ser igual… ¡menos lo de siempre, claro!”.

El progreso que ha alcanzado la medicina en los últimos años –vacunas,  antibióticos, prácticas quirúrgicas, conocimiento profundo de la fisiopatología, de los reguladores moleculares, de los mecanismos de expresión genética y de los condicionamientos epigenéticos, de la señalización celular, del diagnóstico enzimático y la introspección física…– ha logrado mejorar la calidad de vida y la longevidad de la población. Se han realizado grandes avances, pero no han sabido aportarse los medios de su aplicación a todos los seres humanos, iguales en dignidad.

El gran reto ahora es compartir y extender el progreso. Hasta hace unas décadas, no sabíamos cómo vivían la mayoría de los moradores del planeta. Ahora lo sabemos y, por tanto, si no contribuimos a facilitar el acceso de todos a niveles razonables de bienes y servicios nos convertimos en cómplices.

La atención debe ser integral y dirigida a toda la población. El tiempo de la pasividad y del temor ha concluido, y hay que decir alto y firme que la sociedad no transigirá en cuestiones de las que depende, con frecuencia, la propia existencia.

El por-venir está todavía por-hacer. Y la democracia está en peligro.  El futuro que anhelamos emergerá de la conciencia global, de la ciudadanía mundial, con una equidad progresiva, capaz por fin de expresarse y dejar de ser invisible, silenciosa, sumisa. Por fin, la ciudadanía podrá, presencialmente y en el ciberespacio, manifestarse sin cortapisas.  Por fin, la fuerza de la razón en lugar de la razón de la fuerza. Por fin, todos y no unos cuantos. Por fin, la implicación ciudadana. Por fin, la palabra esclareciendo los hoy sombríos caminos del mañana.

Firmantes:

Federico Mayor Zaragoza, Presidente de la Asociación Española para el Avance de la Ciencia (AEAC)

Roberto Savio, Presidente de “Othernews”

Rosa María Artal, periodista

Emilio Muñoz, Socio Promotor de AEAC

María Novo, Catedrática Emérita de Educación Ambiental y Desarrollo Sostenible

Vicente Larraga, Socio Fundador de AEAC

Enrique Santiago, Jurista, experto en Derechos Humanos y Derecho Internacional

Montserrat Ponsa Tarrés, periodista

Rafael Monzó Giménez, presidente del Centro UNESCO Valencia/Mediterráneo

Jose Luis Ramón Moraleda, funcionario de Justicia

Anna Jarque, experta en artes escénicas en la educación con valores