Pero claro, tratar de definir el arte no es fácil y daría lugar a infinidad de debates y más en los tiempos que corremos. Aunque es menos complicado trazar una línea fronteriza entre lo que es y lo que no es. “Ser o no ser”, que decía el gran Shakespeare.
Entender que “La Piedad” de Miguel Ángel, “Las Meninas” de Diego Velázquez o “El Guernica” de Pablo Picasso son la misma cosa, es aproximarse al verdadero corazón del arte. Y lo son porque difieren únicamente en la apariencia formal pero comulgan en lo puramente artístico. Una belleza que ya quiso poseer aquel dios herrero y cojo, y sólo consiguió evocarla proyectando un chorro de esperma en el espacio.
Si las obras citadas las aceptamos universalmente como arte, no pueden serlo otras expresiones humanas; sobre todo muchas contemporáneas, por mucho que nos empeñemos. Las mismas que se exhiben en algunos museos…, o en Arco, por citar un ejemplo, porque muchos están convencidos de que hacen y entienden de arte.
Seamos serios.
Una tela en blanco con una diminuta mancha, una piscina de goma llena de patitos de plástico, un montón de pipas en el suelo, plantar patatas… o filmar la agonía de un animal, que previamente se ha atado a la pared, y pretender que sean expresiones artísticas es una felonía porque no son más que absurdidades y despropósitos humanos, que lejos de conseguir su objetivo logran únicamente el desinterés, el rechazo y el olvido del público.
La realidad es que el círculo vicioso creado por pseudoartistas, pseudogaleristas, pseudointelectuales e instituciones, que gastan el erario público en mantener lo que se considera arte, está dejando huella en la sociedad que ya no echa de menos aquello que antaño si disfrutaba aunque sólo fuese esporádicamente. Esa misma sociedad que se interesa por los programas de cocina y los desfiles de pasarela, y que pronuncia el nombre de muchos de los personajes actuales, que ya son populares y famosos, pero que ignora quiénes son ciertos pintores y escultores cuyo trabajo es exponente de creatividad humana.
Las personas miran un plato de comida, lo huelen, saborean y lo aceptan o no. Asimismo observan una prenda de ropa, se la prueban y evalúan si les sienta bien. Actos sencillos de realizar y de asimilar. Pero, ¿cómo dar crédito a aquello que no comprenden y no porque sus claves estén fuera de su alcance? ¿Cómo valorar aquello que intuyen sea una tomadura de pelo y que les desorienta hasta el punto de no emitir una opinión por miedo incluso a equivocarse?
Por mi parte no me resigno, como muchos otros, a ser sólo testigo de los aciertos y de las carencias que ahora sí vemos que tienen muchos de los llamados y reconocidos chefs y ver como los/las modelos desfilan con su paso ensayado.
El arte tiene que recobrar su salud y el puesto que por derecho histórico y propio debe tener; eso sí, no será posible sin el alejamiento de tanto mediocre que lo contamina y tampoco si no se encuentra otra vez el equilibrio entre lo mejor del espíritu humano y la más sublime de las técnicas para materializarlo en la obra. O dicho de otro modo: cuando la emoción y la belleza sean otra vez la sangre de ese músculo que palpita desde tiempos pretéritos y de ese modo logre llegar a la sociedad y, por ende, esta lo demande.
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