Pónganse en situación, queridos lectores. Hablamos de una película. Una coproducción hispano-argentina, pero más argentina que española. Una ácida crítica al provincianismo y los valores imperantes en la sociedad del país sudamericano. Se trata de que los argentinos se miren al espejo al visionarla, así lo señalaba uno de sus directores en rueda de prensa.

La trama narra el caso de un imaginario Premio Nobel de Literatura que regresa de su cómoda residencia en Barcelona a su pueblo en la inmensa provincia de Buenos Aires. De un modo chabacano pero bienintencionado, el prócer es recibido con todos los honores, debido a su fama, a pesar de que muy pocos han leído su obra e ignoran, por tanto, que el éxito de sus libros se basa en mostrar las miserias de aquella villa, que por otro lado no son pocas. Las envidias y los rencores harán que pronto todos se enteren y de héroe pase a villano en menos que nos roba un político.

Hasta aquí una divertida crítica a una sociedad local concreta sobre la deificación del ilustre, el escaso respeto a la cultura y el poder de apariencias y caciquismos en el mundo rural, extrapolable más allá de la Pampa y el Río de la Plata.

Sin embargo, la verdadera carcajada llega cuando su trama se sale de la pantalla y la cinta es una mera protagonista de sí misma. Cuando aquellos que aparecen en la foto junto a los realizadores encarnan en su ciudad todo lo que se critica en el metraje y son incapaces de verse reflejados.

Presentada recientemente en un importante festival español en el que resultó subcampeona, sus creadores ofrecían una rueda de prensa para desarrollar las cuestiones que acaban de verse en la proyección, pero lo verdaderamente irónico estaba detrás, en el fondo blanco con el nombre de los patrocinadores del festival, en aquella marca de automóviles que financia el certamen para ganar clientes mientras en el filme uno de sus vehículos no hace más que averiarse, o en aquel periódico emblemático de la región que se comporta como el mejor baluarte del provincianismo informativo y del monopolio de la cultura oficial, promocionada hasta la náusea mientras se margina a toda aquella que no está al servicio de su ego mediático o el de sus amigos en las instituciones.

Para muchos, aquella película y su posterior rueda de prensa nos brindaron la silenciosa satisfacción de la rebeldía del arte, la que a pesar de todo es capaz de burlar su farisaica tiranía.