En los hogares hay cárceles con diversos calabozos, donde se enmarcan las familias en diversas computadoras, video juegos, tablets, ipads, ipods, celulares y no se sientan a la mesa a agradecer el pan que les puede llegar, cuando a su lado quizás hay quien no lo tiene pero aún agradece el no tenerlo.
Nos hemos convertido en ratones de laboratorios del maldito consumismo que se esmera solo en lo materia,l olvidándose que lo más hermoso de la vida está en aquello que nace genuina y limpiamente del corazón de aquellos que dan valor a cada segundo, minuto, hora y día que se cruza en su camino.
Hablan de fe y sus corazones no conocen la verdadera eficacia de la misma, hablan de iglesia y no son capaces de mirar con ojos de piedad a aquel que sucumbe en el vicio de las drogas, el alcohol, la soledad, los crímenes, los abusos, la explotación sexual o racial. Se llaman “apóstoles” faltando a la verdadera fe de los creyentes, pero tampoco se sabe respetar el derecho a ser creyente ó no, porque tienen el mismo derecho al respeto y a la libertad de saber en que ó en quien creer, al final todos somos responsables de nuestros actos.
Hay tanta intolerancia que ya los padres y las madres no escuchan a sus hijos e hijas, no se establecen vínculos afectivos mayores a el de te compre esto ó aquello, no vacilan en poder sacar unos minutos y preguntarles ¿eres felíz?, ¿sabes lo importante que eres para mí?, tu opinión cuenta para mi, te escucho. No, ya eso ha cambiado, la soledad marca el camino y la crianza se hace sola de la mano de bandidos y bandidas que envuelven como obsequio sueños e ilusiones a esos niños y niñas, jóvenes y luego de abrir esas envolturas esta la malicia que les contamina si no tienen quien realice el papel que a quienes les crearon erraron en ejercer.
Vidas tristes, solas y vacías, preguntándose si valen ó no ante una sociedad cuyo agitado rítmo extremadamente acelerado no detiene su curso llevándose de por medio a todos aquellos que no estén cimentados con madurez, sabiduría, discernimiento y entendimiento.
Hay tanta intolerancia que me duele llorar porque otros no lloren, pero pago el precio con lágrimas si en algo puedo aliviar y sanar el dolor de quienes sufren sin saber porque, siendo víctimas de la intolerancia e ineficiencia afectiva de aquellos que deberían amar más y hablar menos, abrazar más y regañar menos, de dejar de pasarle facturas pasadas a los que crecen en sus hogares.
Hay tanta intolerancia que sanas en medio de la herida abierta en mitad de una tormenta de sal ó alcohol que le cae a la misma, pero sigues pagando el precio porque alguien tiene que llenar la conciencia de alguien que pueda comprender que todos somos responsables de poder establecer una justa diferencia.
Hay tanta intolerancia que no se puede obviar la libertad que merecen a ser felices nuestros niños y jóvenes, que merecen poder ser escuchados, valorados, amados, abrazados, sanados, dejando a un lado muestra ignorancia humana en creer que el dinero cubre una caricia, una palabra de aliento o un abrazo sincero que sin pronunciar palabra ame más.
Hay tanta intolerancia que se cría para la soledad vidas vacías sin sentidos existenciales.
Yo no pido nada que no sea la realidad de poder ver que la gente reacciones, pero es la exactitud y gran verdad que gente hay mucha, pero muy pocas personas, que interioricen su sentido de vida buscando ser luz hacia los demás y puente en medio de la adversidad y faro en medio de la tormenta.
Hay tanta intolerancia, tanta intolerancia que de pensar en todo lo que toca trabajar, espero no equivocar y hacer bien las cosas.
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