Clara Campoamor nació en 1888, presagio de que los ochos del año de su nacimiento podían convertirse en signos de infinito, cambiando la visión sesgada de un mundo dirigido sólo por hombres. No lo tuvo fácil, porque los lobos de la política se enfrentaron con dientes afilados para no reconocer que las mujeres, entre ellas sus madres, tenían el derecho de elegir a sus dirigentes. Los opositores del sufragio femenino se dieron en todos los sectores, tanto en la izquierda como en la derecha, entre republicanos y caducos monárquicos, incluso y muy numerosos, en las filas de su propio partido. A pesar de todo y de muchos, Clara sacó adelante su proyecto y la justa reivindicación de las mujeres. Hoy tiene el reconocimiento de casi todos los ciudadanos sean del sexo femenino o masculino.

A Clara le hubiese gustado ver la transformación que, ciento treinta años después, ha tenido la sociedad al respecto. Sin embargo, ella seguiría luchando hasta que derechos, sueldos, oportunidades y reconocimientos se igualaran. También se reiría del intento de cambiar las reglas ortográficas para aparentar logros vacíos de contenido real.

Cuando se trata de imponer lo de miembras y portavozas, se minimizan las verdaderas reivindicaciones. Está muy bien haberle dado un buen revolcón al Diccionario de la Real Academia con la actualización de ciertos sustantivos, cargos y acepciones, está muy bien. Pero tratar de rizar el rizo, da la risa – no la riza -. Es casi patético escuchar a los políticos repetir insistentemente una y otra vez, y en un mismo discurso, lo de amigas y amigos; ciudadanas y ciudadanos; nosotros y nosotras; trotamundos y trotamundas; votantes y votantas.

El género de los sustantivos se manifiesta en la concordancia con el artículo y los adjetivos, y no con la disonancia forzada. Detrás de muchas pretensiones lingüísticas se esconde la falta de imaginación para buscar otros planteamientos de más peso en pos de la necesaria igualdad. Campoamor estaría mucho más dispuesta a combatir los perjuicios y dudas de la Justicia – impartida por mujeres y hombres – cuando una mujer es maltratada o violada, que  adormecerse y adormecernos con demagógicos excesos semánticos y fonéticos. Las odiadas manadas tienen artículo y nombre femeninos, pero feroz agresión masculina.

A Clara Campoamor le preocuparían los nuevos escándalos de abusos sexuales por parte de productores y actores, el de los empleados y voluntarios de las ONG sobre mujeres que sufren persecuciones, catástrofes y exilios, el maltrato que no cesa, o la brecha salarial, que cada vez es más amplia. Os aseguro que le sería igual si al pagador le llamaran el contable o la contable, si la nómina fuese la misma para hombres y mujeres por igual trabajo.

Cuando en 1931 la Campoamor defendió en el Congreso el voto femenino, argumentó: No cometáis un error histórico que no tendréis nunca bastante tiempo para llorar. Me gustaría que, para contentar a un limitado y obsesivo público – de ambos sexos -, no inventásemos expresiones  de las que no tuviéramos bastante tiempo… para partirnos de risa. Como también dijo Clara Campoamor: El feminismo es una protesta valerosa de todo un sexo contra la positiva disminución de su personalidad.