Los orígenes de la ciudad de México son muy antiguos. Las ciudades clásicas precolombinas de Mesoamérica se consolidaron entre los siglos II y IX d. C., en el altiplano central surgió la gran Teotihuacán que llegó a tener unos 85.000 habitantes y 20,5 km2 (entre el 450 y el 650 d. C) convirtiéndose en una de las urbes más importantes del mundo. Durante siglos fue la capital de un imperio que llegaba más allá de Guatemala, pero que desapareció en el siglo VII d.C.. Una de las ciudades-estado más importante de la región, el imperio Tolteca, establecido en Tula, a 65 km al norte de la actual ciudad de México, era el más importante. En torno al siglo XIII, el imperio Tula también cayó; dejó gran número de aldeas alrededor del lago, en el Valle de México.

Los aztecas fueron los vencedores y refundaron la ciudad cuya historia se mezcla con la leyenda. La mayoría de las fuentes cita como fecha de la fundación de la ciudad el 26 de julio de 1325, de acuerdo con la información proporcionada por los mexicas y que se encuentra registrada en varios documentos. La leyenda de la fundación señala que Tenochtitlán (la actual ciudad de México) fue poblada por un grupo de tribus nahuas migrantes desde Aztlán, lugar cuya ubicación precisa se desconoce. Tras merodear por las inmediaciones del lago de Texcoco, los futuros mexicas se asentaron en diversos puntos de la cuenca de México que estaban sujetos al señorío de Azcapotzalco. La migración concluyó cuando fundaron su ciudad en un islote cercano a la ribera occidental del lago. Tenochtitlán se convirtió en un altépetl independiente tras el establecimiento de una alianza con Texcoco y Tlacopán que derrotó a Azcapotzalco. La capital de los mexicanos se convirtió en una de las mayores ciudades de su época en todo el mundo y fue la cabeza de un poderoso Estado.

Conquistada por los españoles, la capital azteca de Tenochtitlán se iría modificando con el tiempo siguiendo el patrón español. Aunque, tanto la población nativa con una fuerte disminución, como la propia ciudad, atravesaron unas décadas de declive tras la conquista, la ciudad emergió alrededor de 1550, como la próspera y elegante, aunque insalubre, capital de Nueva España. Se diseñaron calles rectas y anchas, edificios con materiales locales como tezontle, una piedra volcánica roja que los aztecas habían utilizado en sus templos. Fueron levantados hospitales, escuelas, iglesias, palacios, parques y una universidad.

La ciudad de México fue dividida en barrios (que se asentaron sobre las estructuras territoriales de los calpullitin mexicas). Las tierras situadas alrededor del lago fueron divididas en encomiendas, que luego se transformaron en ayuntamientos. Los pueblos de indios estaban situados originalmente en las orillas de las ciudades españolas, aunque con el paso del tiempo los límites fueron cada vez menos claros y los indios llegaron a vivir en los pueblos españoles, casi siempre por razones de trabajo. Al mismo tiempo que se fundaron diversas instituciones políticas en los nuevos dominios españoles, también tuvo lugar un proceso de aculturación de los naturales. Hubo una intensa campaña de latinización de los nativos, encabezada primero por los franciscanos, que establecieron instituciones como el Colegio de Indios de Santiago de Tlatelolco. En ellos, los nobles indígenas aprendieron el latín, la doctrina de la iglesia y numerosas artes y oficios.

Durante la época colonial, la ciudad de México se llenó de suntuosas construcciones, ya fuera para el culto religioso, como edificios destinados a la administración, o bien residencias de la élite criolla y peninsular. En contraste, la mayor parte de la población indígena vivía humildemente en los barrios de la periferia y los pueblos ribereños o montañeses. Mientras el centro de la ciudad era objeto de constantes hermoseamientos (como las remodelaciones del Zócalo, o la pavimentación de las calles, a costa de los viejos canales), en las orillas la gente vivía en casas de bahareque asentadas sobre cenagales. El Lago de Texcoco, hasta finales del siglo XIX, solía desbordarse, con el consiguiente deterioro de edificios y la aparición de enfermedades; miles de personas se vieron obligadas a abandonar sus hogares.

Con seguridad, la ciudad de México durante los siglos XVII y XVIII, además de pequeña, no pasaba de ser un pueblo con algunos grandes monumentos (todos religiosos más el palacio virreinal), ciudad levítica como fueron Guadalajara, San Luis Potosí o Puebla hasta hace unas cuantas décadas. México, en esa época era muy poco atractiva, insalubre, maloliente, con frecuentes inundaciones, habitantes miserables en su gran mayoría, y ausentes de la más elemental higiene.

A finales del siglo XVIII a los ilustrados de la ciudad les parecía indispensable, cuidar el crecimiento de la ciudad y evitar que la irregularidad siguiera alterando el modelo original. Proponían incluso demoler aquellas casas y salientes que sin autorización afectaran el tráfico y la circulación. Pensando en el futuro y aprovechando su conocimiento de la aplicación de los principios de policía en París, sugería se levantara un plano lo más exacto posible con todos los anchos, rincones y cualesquiera imperfecciones existentes de las calles y disponer de otro en el que distinguiese con figuración distinta lo que en el futuro habría de adaptarse para enmendar aquellas y que quedase mejorado el prospecto o vista pública. Método que en la capital de Francia, había resultado eficaz, porque se confrontaban ambos planos y solo se autorizaba construcciones acordes con el paisaje o se tenían que hacer las correcciones y adaptaciones necesarias para ser autorizadas. Era el nacimiento de un plano regulador, instrumento fundamental en la racionalización del paisaje urbano y en el planeamiento de las ciudades.

En la ciudad de México, después de tentativas fallidas por retomar el control sobre la población y el casco de la ciudad, la reforma para las ciudades en España, después del motín de Esquilache, fue el punto de partida de un nuevo ensayo para reorganizar el territorio de la capital y supeditar a la población a reglas de comportamiento generales. La implantación de la Ordenanza en 1783 fue un intento importante de las autoridades metropolitanas y novohispanas para lograrlo. Sus resultados fueron diversos, siendo uno de ellos la ordenación territorial en cuarteles, que se convirtió en una referencia de la organización civil de la ciudad y permaneció hasta principios del s XX.

A lo largo del s. XIX, la ciudad de México había crecido bastante, y aunque en su primera mitad hubo “un cuartelazo político” al año y, a mediados de dicho siglo, sufrió la presencia del ejército americano, vivió la Reforma, la guerra de tres años, la invasión francesa y el imperio, durante el último tercio del s. XIX se produjo la restauración de la República y  su sociedad sufrió un cambio notable, con abundancia de políticos inteligentes, profesionales destacados en todas las disciplinas, desarrollo de la educación con una escuela Preparatoria muy formativa, artistas, teatros, cafés, corridas de toros y múltiples periódicos.

A lo largo del siglo XX es posible distinguir dos etapas en torno al proceso de urbanización. La primera que va de 1910 a 1940, la cual se puede catalogar como de crecimiento lento, la segunda de 1941 hasta la actualidad, catalogada como de urbanización rápida. El periodo de 1910 a 1940 se caracterizó por un proceso de urbanización que estuvo determinado por hechos de muy diversa índole: demográficos, sociales, económicos y políticos. Hacia 1910 la ciudad de México concentraba con poco más del 3% de la población total del país, es decir, unos 471.000 habitantes de un total de 15.160.000 pobladores.

En la segunda etapa, de 1941 hasta hoy en día, en la cual se integran políticas urbanas y regionales en una estrategia económica regional y se institucionaliza el planeamiento del desarrollo urbano que conlleva un rápido aumento demográfico de la Ciudad (llegada masiva de inmigrantes y alta natalidad). Se puede aplicar el término, sin ninguna exageración, de auténtica explosión demográfica al fuerte crecimiento de la población de la ciudad de México desde principios de la década de los cuarenta del s. XX hasta principios de la segunda década del XXI.

Los datos confirman esa afirmación. De una población de 1,6 millones de personas en 1940, se pasa a 3,1 millones en 1950, 5,4 millones en 1960, 9,1 millones en 1970, 13,9 millones en 1980, alrededor de 15,6 millones en 1995, llegando a superar los 20 millones en 2012.

Este rápido crecimiento en la ciudad de México se debe, además de por lo expuesto anteriormente, al resultado de las políticas que favorecieron la concentración de la producción industrial en la ciudad de México. La ciudad de México tenía acceso a la electricidad, petróleo y otras fuentes de energía, la provisión de servicios de agua y drenaje, y era el foco de atención de las inversiones de programas de construcción de carreteras. Las principales industrias en la ciudad incluyen: la manufactura de ropa, muebles, actividades de publicaciones, producción de bienes de caucho, plástico y metales, así como ensamblaje y reparación de artículos eléctricos. Mucha de esta producción era para el mercado nacional y local y no para el mercado mundial, como ahora es el caso debido al Tratado de Libre Comercio de Norteamérica.

La urbanización ha tenido serios efectos negativos en el ecosistema de la ciudad de México. Aunque el suministro de agua se ha incrementado a 300 litros al día per capita, la Ciudad no tiene un sistema de distribución eficiente. Aunque 80% de la población tiene tubería, residentes del la periferia no tienen acceso a la red de drenaje y un gran porcentaje del agua desechada queda sin tratar mientras pasa al norte como agua para irrigación.

Indudablemente la contaminación atmosférica es el problema más serio de la Ciudad. Se estima que los 2,6 millones de autos privados que circulan a diario en la Ciudad son responsables del  80% de la contaminación del aire.

Aunque la estrategia de planeamiento  del gobierno se enfoca hacia la descentralización de la ciudad de México, los subsidios en los impuestos y otras acciones gubernamentales hacen que la Ciudad se vuelva más atractiva que otras áreas. Además, los mexicanos que desean quedarse son influenciados por los numerosos factores sociales, políticos, educativos y culturales, y a menudo el vivir en la ciudad de México es símbolo de éxito personal. Será difícil que la predominancia nacional de la ciudad de México cambie mucho durante los próximos años.

En la zona periférica de la ciudad de México se puede apreciar una clara diferenciación y segregación urbana que, a su vez, se vinculan al acceso que tienen los distintos sectores sociales a los medios de consumo colectivos.

Efectivamente, en el suburbio de la Ciudad podemos ver áreas de residencia de los sectores sociales de mayores ingresos. La creación de nuevas colonias y barrios entre los años 20 y 30 (es decir, después de la etapa más intensa de lucha armada de la revolución) como la Colonia Del Valle y la Chapultepec Heights,  propició el éxodo de gente con dinero desde el centro de la ciudad hacia estas zonas nuevas especialmente diseñadas para ellos. Viven en enormes casas o chalés y  buscan disponibilidad de espacio (pequeñas parcelas con jardín, piscina, canchas deportivas…), inexistente en el centro de la ciudad. Para esta población, con fuertes recursos económicos, el incremento de la distancia a recorrer diariamente no es ningún obstáculo, ya que cuentan con un automóvil, o varios, para recorrer los kilómetros en pocos minutos.

También en la periferia de la ciudad de México, como ya ocurría en el pasado, viven personas con escasísimos recursos económicos que, incluso, construyen sus pequeñas y precarias “viviendas” unifamiliares con madera, latón o barro cocido y, además, no disponen de agua potable, alcantarillado o alumbrado eléctrico e incluso algunas calles están sin asfaltar.

Esta gente vive en los denominados barrios bravos. Se trata de familias que han vivido en el mismo lugar a lo largo de varias generaciones y, comúnmente, heredan oficios y negocios. Su economía está sustentada en el comercio, los trabajos manuales y en gran medida, el contrabando, las actividades delictivas y el narcomenudeo. Los integrantes de estas comunidades se reconocen como gente de trabajo, capaces y dispuestos a realizar tareas que por sus características, otros preferirían no asumir, ya sea por el esfuerzo que implican o por el riesgo que conllevan. Si los barrios comparten como rasgo común la carencia económica, puede decirse que lo que distingue a los barrios bravos es la manera de afrontarla: con horarios y actividades extremos. Extremos y, en consecuencia, marginales.

Como suele ocurrir con las comunidades marginales, este tipo de sectores se constituyen como mundos aparte, con un funcionamiento interno delimitado y claro para quienes lo conforman, que puede ser tan cerrado que no admite la incorporación de nuevos habitantes. Así, en ciertas zonas de un barrio bravo es peligroso entrar si no es con la aceptación y guía de algún integrante.

Javier Delgado señala, a este respecto, que: “La periferia de la ciudad de México es un área segregada, tanto por el insuficiente nivel de equipamientos públicos, como por la baja calidad de la prestación de sus servicios. Esta segregación urbana en la periferia de la ciudad de México, se ha acentuado en las últimas décadas”. Para Fernando Carrión: “La segregación urbana como forma de segregación residencial, en el caso de los sectores sociales de menores ingresos, se constituye en una “estrategia de reproducción” ante la ausencia de opciones residenciales de otro tipo. Si bien tiene un referente material- a nivel de lo construido, de los equipamientos-, conlleva la problemática de la diferenciación social, detrás del cual está la estratificación social y las desigualdades sociales”.

 

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