No comprendía lo que sucedía. Algo en mi estaba cambiando, podía percibir el calor de mi cuerpo emanar, aflorar, expandirse a mí alrededor combinándolo con una inmensa luz que desde mi interior emergía.

Una atracción intensa como un imán me impulsaba hacia él, quería percibir su olor, sentirle en mi piel.

Sin quererlo, suavemente como un atisbo, sus labios rozaron los míos.

Mi mente se vio confundida, perdida ante la turbulencia de nuevas sensaciones; mi garganta me impedía hablar y mis piernas andar.

Allí, frente a él, permanecí  casi petrificada ante su mirada durante unos segundos; para mí, como si hubiese sido toda una eternidad.

!Qué sensación tan inesperada y maravillosa! Sin quererlo, mis ojos se iluminaron al pronunciar su nombre y una franca y limpia sonrisa se desplego en mi cara.

No podía creerlo, por fin había encontrado ese amor que me daría fuerzas para volar formando círculos en el cielo, sin apegos y sin miedos.

Muchas veces nos aferramos a una relación como si fuera lo único que existe; nos negamos a ver lo que realmente pasa, omitiendo espinosos desprecios y necias palabras. ¿Y porque lo permitimos? ¿Porque lo consentimos? ¿Porqué vivimos bajo la sombra de quien no es capaz de valorarnos, ni respetarnos, ni querernos?

Dejemos que el corazón sea libre para amar a quien realmente merezca la pena, a quien sólo con su mirada nos haga palpitar, a quien nos respete y nos ame sin egoísmos, ni vagas palabras.

Si quieres que tu amor sea realmente inmortal no lo ahogues con tus dudas y recelos, simplemente déjalo ir, porque puede que sólo en un instante encuentres esas fuerzas suficientes para volar, formando círculos en el cielo, sin apegos y sin miedos.

María del Carmen Aranda es escritora y autora del blog mariadelcarmenaranda.blogspot.com