Esta imagen proyectada sobre todo por la leyenda negra, nos oculta que fue un joven alegre, divertido y simpático, gran bailarín, enamorado galán, abnegado y amante esposo, cariñoso y tierno padre y terrible ángel vengador, descrito por el embajador de Venecia, don Diego Guzmán de Silva, como un hombre sensual y naturalmente inclinado hacia el sexo femenino. Un Felipe II que estuvo rodeado siempre de mujeres en las que confió, a las que amo, soporto u odió y que moldearon su figura.
Felipe II, el monarca más poderoso de su tiempo, aunó en su persona las herencias de sus antecesores en los cuatro continentes conocidos en ese momento Europa y América, por parte castellano aragonesa y borgoñona, África y Asia tras la conquista de las islas Filipinas y posterior unión con Portugal. El llamado rey prudente tuvo una sólida formación humanista, erasmista y por supuesto religiosa, aunque su ferviente catolicismo queda, en cierto modo, justificado por la evolución de los acontecimientos, más que por una convicción personal del monarca. Generalmente todo el mundo conoce que se casó cuatro veces aunque la mayoría no recuerdan con quien, ni la influencia e importancia que tuvieron en su vida y su gobierno, pero hubo más mujeres en su vida comenzando por su madre la Emperatriz y Gobernadora de España, Isabel de Portugal.
Isabel era hija de Manuel de Portugal “El Afortunado” (1469-1521) y de la infanta María de Aragón (1482- 1517), hija a su vez de los Reyes Católicos. La bautizaron con el nombre de su abuela Isabel I de Castilla “La Católica”, por lo tanto Isabel y Carlos V eran primos hermanos. Guiada por su madre que al igual que su abuela ejercía de reina protagonista, Isabel tuvo una esmerada educación de carácter humanista en las que se incluían las lenguas más importantes del momento además del latín, sin olvidar por supuesto su formación religiosa siendo su mentor el capellán del rey Álvaro Rodrigues, artística gracias a literatos como Gil Vicente, complementada con música aprendiendo a tocar diversos instrumentos y curiosamente física pues desde pequeña su madre la animó a practicar ejercicio físico convirtiéndose en una experta amazona, pero además la reina la enseño a administrarse con gran responsabilidad de manera que su padre el rey cuando cumplió catorce años la nombró señora de la ciudad de Viseo y de la villa de Torres Medrás.
Tras la muerte de la reina María en 1517, su padre se desposo con Leonor de Austria hermana de Carlos V, ambas mujeres rápidamente se entendieron e hicieron amigas, trasmitiéndole Leonor la forma de ser de su hermano, como eran él, sus consejeros, su Corte, etc, y a Carlos el hecho de que tendría a su lado una mujer que además de bella y virtuosa tenía grandes aptitudes políticas. Tras las negociaciones entre ambas cortes ya con Juan III de Portugal, casado con la hermana menor de Carlos, Catalina, rotos los escollos por la posesión de las Molucas, Carlos e Isabel se casaron en marzo de 1526.
Nada más conocerse Carlos vio en ella su alter ego, la persona en quien debía confiar por sus virtudes y por su clara aptitud para el Gobierno, de manera que antes de partir de Castilla firmó el 8 de marzo de 1529, una serie de poderes en favor de Isabel dejándola como regente de los reinos peninsulares, lugarteniente general, gobernadora y administradora, asesorada por un Consejo de Estado compuesto por el arzobispo de Toledo, Fonseca, el arzobispo de Santiago, Juan Tavera y por los nobles conde de Miranda y el señor de Belmonte. Las “Instrucciones” que acompañaban el poder se encabezan con los siguientes términos: “La orden que yo deseo que la Emperatriz y Reina, mi muy cara y muy amada mujer, mande que se guarde y tenga durante mi ausencia en la gobernación de estos Reinos, es la siguiente…”.
Felipe nació el 21 de mayo de 1527 en el palacio de Pimentel en Valladolid, pero debido a un brote de peste la corte se trasladó a Palencia primero a Burgos después y finalmente a Madrid, donde reunidas las Cortes castellanas en el convento de San Jerónimo, juraron al príncipe mientras su madre le sostenía en sus brazos, un año más tarde nació Fernando que murió antes de cumplir el año, lo mismo ocurrió con su tercer hijo Juan y en 1529 nacería María futura esposa del emperador Maximiliano II, y tras un aborto su última hija Juana en 1535, madre del futuro Sebastián I de Portugal.
La sociedad en el siglo XVI estaba dividida en compartimentos estancos que no sólo dependían de la posición en la sociedad, sino también del sexo, estando separados los espacios de las mujeres del de los hombres y no se considerasen complementarios. Al igual que su abuela y su madre, la emperatriz se encargó personalmente de la educación de sus hijos, Felipe creció en la “Casa” de su madre rodeado de mujeres y jugando con sus hermanas en un agradable entorno familiar en donde veamos a un niño dulce y alegre. Su madre nombró a una de sus damas Leonor de Mascarenhas, “Aya” del príncipe, proporcionando tanto a él como a las infantas el cariño y afecto que la ausencia de su padre y a veces de su madre dejaba, Felipe sintió por ella tal cariño y confianza que posteriormente la nombraría aya del príncipe Carlos.
En 1535 el emperador consideró que su hijo estaba en posesión de una madurez necesaria para comenzar su formación como adulto y futuro monarca, para ello decidió sacarlo del ambiente protector y maternal de la Casa de la emperatriz y crearle una Casa propia anexa al palacio, rodeándolo de un ambiente exclusivamente masculino. Nombró a Juan de Zúñiga Avellaneda y Velasco su “Ayo y preceptor”, eligiendo el propio Carlos V a las personas encargadas para su educación, encabezados por Juan Martínez Silíceo, maestro de gramática, latín y matemáticas, capellán y confesor del príncipe y los maestros Honorato Juan, Juan Ginés de Sepúlveda, Bernabé del Busto, Arteaga y Juan Calvete de Estrella, recibiendo Felipe una educación humanista amplia y variada, desarrollando una inclinación profunda por la lectura que duraría toda su vida y que dejaría plasmada en la creación de la magnífica biblioteca de El Escorial, la mejor de su época. El príncipe tenía a su servicio dos pajes, entre los que se encontraba un joven noble, segundo hijo de Francisco de Silva y de María de Noroña, señores de La Chamusca, Ruy Gómez de Silva, que como “menino” había acompañado a la emperatriz en su traslado a la corte española, siendo el compañero de juegos habitual del príncipe lo que forjaría una gran amistad entre ambos que duraría toda su vida. El otro paje era Luis de Requesens de Zúñiga, hijo de su ayo Juan de Zúñiga y Estefanía Requesens, al que el príncipe llevaba un año, recibiendo ambos la misma educación y al igual que Ruy se convirtió en un hombre de la total confianza de Felipe.
Pero la delicada salud de la emperatriz se resintió con su último embarazo padeciendo diversos episodios de fiebres tercianas (malaria), que desembocaron en un aborto y una posterior hemorragia que su comadrona Quirce de Toledo no pudo cortar, falleciendo Isabel de Portugal el 1º de mayo de 1539 en el palacio del conde de Fuensalida, en Toledo.
El impacto de la muerte de la Emperatriz hizo que Carlos V se recluyera en el monasterio toledano de Santa María de Sisla durante semanas para llorar en soledad, delegando la presidencia de las honras fúnebres en el príncipe Felipe, quien visiblemente afectado no pudo hacerlo, ni acompañar el cadáver de su madre de Toledo a Granada, recluyéndose en sí mismo iniciando un camino hacia la soledad.
El fallecimiento de la emperatriz, influyó decisivamente en la vida de don Felipe, que comenzó a desarrollar ese carácter introvertido que le llevaría a ocultar sus emociones, agravado por la ausencia de su padre que tuvo que partir ese mismo año para reprimir la revuelta de Gante.
El emperador tomó directamente cartas en asunto de la educación de su hijo y a pesar de su separación mantiene con él una correspondencia constante, aconsejándole en la mejor manera de gobernar, es en este momento cuando en la mente de Felipe comienza a formarse una imagen de su padre de gran Cesar, héroe invicto en mil lances. Pero no hay tiempo que perder Carlos debe de partir de nuevo y le nombra regente en su ausencia, auxiliado eso sí, por el cardenal Tavera y Francisco de los Cobos, Felipe solo cuenta con 12 años. Pero el príncipe aprende rápido y aprovecha los consejos de su padre tal y como demuestra la correspondencia entre el emperador y el cardenal Tavera: “El Príncipe ha comenzado a usar de los poderes que V.M. le envió, y en lo que hasta agora se ha visto, tiene más cuidado y buena manera en los negocios de lo que su edad demanda; y tengo esperanza de que cada día ha de dar a V.M. mayor contentamiento” carta del cardenal Tavera a Carlos V fechada el 8 de junio de 1543. Manuel Fernández Álvarez, Felipe II…, p. 675.
El viudo emperador había resuelto no volver a contraer matrimonio por lo que rápidamente utilizó a su hijo el príncipe como comodín de la política del momento; sopesó la propuesta de casar a Felipe con Juana de Albret, lo que pondría fin a la cuestión Navarra, pero Francisco I de Francia casó a Juana con el duque de Cleves abortando esta posible unión. La siguiente propuesta fue con la propia hija de Francisco, Margarita de Valois, a su vez la infanta María, hermana de Felipe, lo haría con el duque de Orleans, llevando en la dote los Países Bajos o el Milanesado, con esto se firmaría la paz entre ambas coronas, pero Felipe por razones que hoy diríamos geoestratégicas no estaba de acuerdo, he hizo saber a su padre que su candidata era la infanta María Manuela de Portugal. Carlos sorprendido de la madurez política alcanzada por su hijo envió a Juan de Idiáquez su secretario de estado a Portugal a negociar el matrimonio de la infanta con el príncipe.
Debido al fallecimiento de sus hijos varones Juan III de Portugal, no quería que su hija se casase con un príncipe extranjero aunque este fuera su sobrino, pues había muchas posibilidades de que algún día heredase la corona y no quería que sus derechos de sucesión acabaran en Castilla, para ello pensó en casarla con su hermano Luis, pero la reina Catalina, la hermana pequeña de Carlos tenía otros planes y comenzaron la negociaciones. Tras ellas Portugal establecía las capitulaciones matrimoniales entre las que se incluía un segundo casamiento, el de la infanta Juana, hermana de Felipe y el príncipe Juan, heredero de la corona portuguesa, finalmente tras conseguir la dispensa papal por consanguinidad, al ser primos hermanos hijos de primos hermanos, la boda se celebró por poderes en Portugal el 12 de mayo de 1543.
Un suntuoso sequito se pone en camino hacia la frontera acompañando a la Infanta, pero llegados a esta, casi se deshace el compromiso por problemas protocolarios entre el duque de Medina Sidonia y el arzobispo de Lisboa y Luis Sarmiento embajador del Emperador, y Gaspar Caravallo, embajador del Rey de Portugal en Castilla, alegando cada uno que tenía más derechos a ocupar el primer puesto ante la Infanta que el otro. Tras muchas discusiones los castellanos decidieron ceder ante las reclamaciones de los portugueses cumpliendo así el encargo de Felipe de recibir a la novia.
De María Manuela decían que era de mediana estatura, de cabello rubio, ojos bonitos, boca pequeña, blanca de piel y entradita en carnes, auténtico quebradero de cabeza de su madre ya que a la infanta le gustaba mucho comer. Felipe no conocía a su prima, solo le habían contado que era muy hermosa y queriendo saber cómo era, seguía al cortejo de incognito y embozado para observar a la Infanta, al llegar a Salamanca el príncipe se adelanta acompañado del duque de Alba y disfrazado se asoma a un balcón para ver sin ser visto a la que será su mujer. María Manuela que había sido advertida, al pasar se cubrió coquetamente el rostro con un abanico de plumas que portaba, pero el bufón del conde de Benavente, llamado Periquito de Santervés, que acompañaba a la infanta distrayéndola con sus gracias, viendo lo que pasaba apartó atrevidamente el abanico descubriendo el rostro de la infanta.
La boda se celebró el 13 de noviembre de 1543 en Salamanca, ambos tenían 16 años, según cuentan los príncipes se gustaron nada más verse, sintiendo atracción entre ellos, Pero Juan de Zuñiga, el fidelísimo ayo, siguiendo las instrucciones del emperador retrasó cuanto pudo la consumación del matrimonio y la noche en que este se realizó entró en la cámara de los amantes a tres de la mañana obligándoles a dormir en habitaciones separadas. Carlos muy influido por lo que le había pasado al príncipe Juan de Aragón, único hijo de los reyes católicos, del que se decía que había muerto por hacer uso excesivo del sexo con su mujer Margarita de Austria, aconsejaba a Felipe escribiéndole: «La relación sexual para un joven suele ser dañosa, así para el crecer del cuerpo como para darle fuerzas, muchas veces pone tanta flaqueza que estorba a hacer hijos y quita la vida como lo hizo al príncipe Don Juan, por donde viene a heredar estos reinos».
Los novios partieron inmediatamente a Tordesillas para rendir homenaje a la abuela de ambos la reina Juana I de Castilla, la cual se mostró muy complacida de ver a sus nietos e incluso les hizo danzar en su presencia, siendo una de las pocas alegrías que tuvo en su confinamiento. Tras ver a la reina partieron a Valladolid instalándose en la casa natal de Felipe II. Ocurría que a pesar de las medidas tomadas por el emperador, la obligación de los príncipes era la de dar un heredero y como el tiempo iba pasando y este no venía la preocupación se fue instalando en la corte y es que los jóvenes príncipes todavía eran inmaduros, Mª Manuela no había alcanzado la menarquía, para lo cual los médicos de la época intentando provocarla aplicaban sangrías, solución tan peregrina como inútil que no solo eran desagradables sino que debilitaban su frágil cuerpo.
Entonces Felipe desarrolló una enfermedad cutánea (posiblemente sarna) que le alejó de su mujer para evitar el posible contagio, cuando un mes más tarde se reanudo la convivencia, esta era intermitente ya que su ayo Juan de Zúñiga y Francisco de los Cobos comendador de León, convencidos de que la enfermedad del príncipe era debida a una práctica excesiva del sexo y siguiendo las órdenes del emperador, procuraron que las visitas entre ambos cónyuges fueran lo más distanciadas posibles. Por otro lado Felipe comenzó a quejarse de la excesiva redondez de su mujer, vamos que no le gustaba que cogiera kilos y como cada vez visitaba más asiduamente la casa de su hermana María, comenzaron los rumores sobre los escarceos extramaritales de Felipe con una de sus damas llamada Isabel de Osorio.
Por fin a principios de 1544 la princesa tuvo su primera menstruación y al poco tiempo quedó embarazada, dando a luz en Valladolid el 8 de julio de 1545, al príncipe Carlos, tras un difícil parto de dos días, en el que la matrona tuvo que manipular al niño en el vientre de la madre para colocarlo, quedando la madre y el niño aparentemente en buen estado, aunque este último presentaba una ligera deformidad craneal seguramente debido a la manipulación de las parteras, mientras que a la princesa le sobrevino una fiebre pos parto, que los médicos de la época atacaron con los únicos medios que tenían, sangrar al paciente y darle baños fríos, por supuesto no había higiene y ni las matronas, ni los médicos se lavaban las manos antes de una intervención, habría que esperar a que el médico húngaro de origen alemán, Ignác Smmelweis (1818-1865), observara que la mortalidad maternal tras el parto descendía solo con el simple gesto de lavarse las manos antes de la intervención, lo que le acarreo fieros ataques de sus colegas los obstetras más prestigiosos del momento durante toda su vida. Hoy día médicos he historiadores piensan que dichas fiebres se debieron posiblemente a una infección puerperal tras el parto, debido a la manipulación para colocar al niño. Al cuarto día María Manuela de Portugal falleció.
Felipe, desolado se retiró al monasterio franciscano de Scala Coeli, sito en el paraje del Abrojo, en Laguna de Duero, Valladolid, no asistiendo ni a los funerales por su esposa ni al bautizo de su hijo don Carlos, huérfano recién nacido. Felipe decide que su hijo sea custodiado y cuidado por sus tías y por su fiel y queridísima aya Leonor de Mascareñas, pero era el emperador quien desde Flandes daba instrucciones sobre la educación y cuidados del infante.
Ya hemos dicho que entre las damas de las Infantas Juana y María se encontraba Dª Isabel de Osorio, hija de don Pedro de Cartagena y Leiva, señor de Olmillos y doña María de Rojas, hija de Diego de Osorio e Isabel de Rojas. Entró en la corte como dama de compañía de la Emperatriz Isabel, pasando como tal al servicio de las infantas al fallecer esta. Cuando la casa de las Infantas se trasladó a Toro, fueron frecuentes las visitas del Príncipe para ver a su hijo y a sus hermanas con las que mantenía una excelente relación. Realmente no se sabe exactamente cuándo se convirtieron en amantes, pero es probable que fuera a raíz de estas visitas y no como afirma su gran enemigo Guillermo de Orange, en su “Apología”, base de la leyenda negra, que ya estaba casado con ella cuando se desposó con María Manuela, cosa altamente improbable en un personaje de la altura de Felipe y en una época donde el matrimonio era una moneda de cambio de la política del momento y que hubiera anulado sus matrimonios posteriores, algo tan importante no hubiera pasado desapercibido ni en la corte hispana ni en las extranjeras.
Lo cierto es que ambos se enamoraron manteniendo una relación durante quince años con las ausencias debidas al viaje que Felipe hizo por Europa.
Que Isabel tuvo gran importancia en la vida del príncipe es obvio pues no solo fue su refugio ante la desgracia, sino que actuaba como su mujer y a la que obsequiaba con continuos regalos y joyas. La bella Isabel a ojos de Felipe era la mujer más hermosa del mundo, de manera que encargó a Tiziano una serie de cuadros míticos: Dánae, Venus y Adonis, Perseo y Andrómeda, Diana y Júpiter, Diana y Calisto y El rapto de Europa, en los que supuestamente pidió al pintor no sólo que las modelos del cuadro fuesen la representación de su amada, sino que ésta apareciera lo más sugerente y sensual posible, algo que iba contra los cánones de la época. Tiziano lo hizo y tanto gustó el resultado que el príncipe se llevó consigo el lienzo “Venus y Adonis” a su viaje a Londres con motivo de su boda con su tía María Tudor. La mayoría de especialistas coincide en que este cuadro es una representación de la pareja, aunque desde el Museo del Prado, propietario del mismo lo niegan. Pero como es lógico todo en esta relación está en entredicho, desde la representación de los personajes en dichos cuadros, hasta los supuestos hijos no reconocidos que tuvieron los amantes Bernardino y Pedro, siendo este último su heredero como sobrino suyo, hijo de su hermana ya que Isabel nunca llegó a casarse.
A pesar de la separación Felipe e Isabel no rompieron el vínculo hasta su boda con Isabel de Valois, quien puso como condición que el rey terminase con la relación.
Isabel compró al Consejo de Hacienda el señorío de Saldaña, Sarracín, Olmos Albos y Cojóbar, donde fundó un señorío y donde estableció su residencia permanente desde 1562, mandando construir un palacio en la villa de Saldañuela, en donde la dama se comportaba como la mujer de Felipe, llegando a pleitear con sus vecinos que la acabaron llamando “la puta del rey”.
Retirada definitivamente a su palacio fundó el convento de las Trinitarias en el municipio de Sarracín, falleciendo en 1589 a los 67 años de edad, habiendo sido durante largo tiempo la verdadera reina del corazón de Felipe II.
Felipe II ha pasado a la historia como un personaje que no salió nunca de Castilla encerrado entre los muros del Escorial, nada más alejado de la realidad, Felipe pasó gran parte de su vida viajando: varias semanas en Italia, un año y tres meses en Alemania, cinco años en los Países Bajos, catorce meses en Inglaterra, dos años y cuatro meses en Portugal y tres años en la Corona de Aragón (hay que recordar que era la corona la que unía los reinos peninsulares y continentales), hasta el final nunca se estableció realmente en un lugar, tampoco en Castilla.
En 1548, cuando Felipe tiene veintiún años y el emperador decide que era hora de que el Príncipe conociese y se diese a conocer en sus territorios. El viaje, hasta encontrarse con su padre iba a ser largo, Carlos V había previsto numerosas paradas mientras atravesaban tierras italianas y alemanas hasta llegar a los Países Bajos. Le acompañan lo más granado de la aristocracia española incluidos los duques de Alba y de Sessa, uniéndosele los tercios en Italia con los que viajara a su paso por Alemania como muestra y exhibición de poder.
Felipe hablaba con soltura sus dos lenguas maternas español y portugués, también latín. Entendía bastante el italiano y francés, pero no los hablaba con fluidez y lo mismo le pasaba con el alemán, pero aunque era capaz de sostener una conversación con sus súbditos necesitaba de un intérprete, sin embargo se esforzaba por resultar afable y refinado.
Italia de usos y costumbres similares a los españoles se convirtió en un periodo de transición entre la gravedad española y los usos de la nobleza germánica, siendo más accesible a sus súbditos a la vez que se mostraba galante con las damas como demostró en Milán: “dançó su Alteza con la hija y nuera de don Fernando, y con otras damas con mucho regozijo, mostrando a todos buena gracia, de que en aquella ciudad quedaron muy contentos y desengañados de la información que tenían, que era su Alteza demasiadamente grave y desconversable” Vicente Álvarez, op. cit., p. 27. Intentaba imitar a los príncipes alemanes en su manera de beber cerveza, en sus juegos y danzas en los que torpemente participaba, demostrándoles capaz de adaptarse a las costumbres de los territorios por donde pasaban. En su recorrido por los Países Bajos fue recibido con grandes festejos en su honor erigiendo arcos triunfales y representaciones teatrales representando temas bíblicos, históricos o legendarios, donde se le comparaba con Salomón, pues el rey David había abdicado en su hijo cuyo logro había sido lograr la unión religiosa de sus dos pueblos, los israelitas del Norte y los judaítas del Sur.
El encuentro con el emperador se produce en Bruselas, Carlos avejentado prematuramente y enfermo lo recibe postrado en la cama con el problema de la sucesión en el aire. Una vez en Flandes, al igual que ocurría en los reinos peninsulares tuvo que recorrer las diecisiete provincias que componían los países Bajos para ser jurado como como Señor de los Países Bajos (título que solo ostentaron Carlos V y Felipe II).
Carlos quería que la corona imperial recayera en su hijo pero su hermano Fernando no estaba de acuerdo. Las diferencias surgidas entre Carlos V y Femando I debido a la forma de tratar a los protestantes se agudizaron ya tanto que su hermana la reina María de Hungría, hubo de mediar entre ellos cada vez más. La idea de una Monarquía universal cristiana y católica había tomado forma en la cabeza del emperador, de ahí el viaje de Felipe a Bruselas y el matrimonio de María con su primo Maximiliano, que habían quedado en los reinos hispánicos como regentes. Finalmente Carlos cedió y reunido con los príncipes que componían la Dieta de Augsburgo acordaron una sucesión alternada al trono imperial: a Carlos V le sucedería su hermano Fernando, a éste el príncipe Felipe y a Don Felipe su cuñado Maximiliano, rompiéndose así la idea de la Monarquía universal. En el verano de 1551. Felipe regresa a España, retomando el gobierno de los reinos, su primo Maximiliano parte para Alemania teniéndose que quedar la Infanta María aquí debido a su avanzado estado de embarazo, dando a luz en Cigales (Valladolid) a la Archiduquesa Ana, cuarta y última mujer de Felipe II.
El cambio de política surgido tras la Paz de Augsburgo, hizo que el emperador virara su política 180º sabedor que Mauricio, príncipe de Sajonia, preparaba sus tropas en Alemania occidental y podía conspirar en secreto con su sobrino Maximiliano, unido a los rumores de una nueva amenaza francesa, le hicieron buscar una nueva alianza, había que casar al príncipe.
De nuevo Carlos volvió sus ojos a Portugal fijándose esta vez en su sobrina María de Avis, pero ante las numerosas exigencias de Juan III de Portugal, el proyecto de boda fue abandonado ante la subida al trono de Inglaterra de María I Tudor.
María no había tenido una vida fácil, mujer culta e inteligente además del inglés habla, escribe y lee en francés, domina el latín y un poco el italiano y comprende el castellano, aunque no lo habla, amante de la música tocaba el laúd y el clavicémbalo había sido educada bajo los auspicios del humanista español Juan Luis Vives a quien su madre contrató para que le enseñara latín. Rechazada por su padre Enrique VIII cuando se separó de su madre Catalina de Aragón, fue considerada hija bastarda, eliminada de la línea sucesoria y degradada a la condición de “lady”(dama), disuelve su casa y la aleja de sus amigos y sirvientes más fieles, no permitiéndola ni acompañar a su madre en su lecho de muerte, viéndose obligada por su padre a servir a Ana Bolena. Pero el destino siempre caprichoso hizo que llegara a ocupar el trono de Inglaterra al morir su hermano Eduardo VI.
Carlos vio la oportunidad e inmediatamente envió a Simon Renard, a negociar el enlace. Renad había quedado como único diplomático imperial ante María Tudor, fue ganándose su confianza llegando a actuar como consejero, recomendando a la reina una política tolerante en materia religiosa. Siguiendo las instrucciones del emperador inmediatamente propuso a María el matrimonio con Felipe. Pero convencer a la Reina no resultó ser tarea fácil, ya que María argumentaba que Felipe era demasiado joven para ella, once años menor, temiendo tanto su juventud como su voluptuosidad, además de esto, veía más impedimentos para realizar el matrimonio pues este era muy impopular entre su pueblo, en una entrevista privada que tuvo con Renard le comento: “Su Alteza deseará vivir en España, y el Emperador debe saber lo mucho que los ingleses detestan la idea de tener un Rey que tenga otros reinos en sus manos”. H.F.M.Prescott, op. cit. pág. 570.
Pero por otro lado y debido a su situación un matrimonio con sus parientes españoles era una buena oportunidad de reivindicar su herencia materna, además de casarse con un príncipe católico al que le unían lazos de sangre. Finalmente el inteligente y astuto embajador consiguió convencer a la reina de la capacidad del príncipe quien pese a su juventud era gobernador de los reinos peninsulares, viudo, padre y católico, entonces María pidió conocerlo antes de desposarse con él y se le envió el magnífico retrato que le había realizado Tiziano revestido con armadura (hoy en el Museo del Prado), quedando María prendada inmediatamente al verlo, enamorándose perdidamente de Felipe.
Como había advertido sabiamente la reina las negociaciones fueron difíciles, los ingleses se muestran contrarios al matrimonio con un príncipe extranjero y tiene lugar la rebelión de Wyatt, una vez sofocada la reina se reunió con algunos miembros del Parlamento para discutir su matrimonio dejando claro que la opción de Felipe es innegociable, entonces estos deciden pactar los términos, en ellos María y Felipe compartirían los títulos y dignidades pero Felipe quedaría fuera del gobierno de Inglaterra, al igual que María lo estaría de los territorios de los Augsburgo. La reina no abandonara el territorio ingles a no ser que el parlamento diera su consentimiento, si nacía un hijo este heredaría Inglaterra y Flandes, pero no tendría derechos sobre España, Italia o las Indias mientras viviera el príncipe Carlos, hijo de Felipe y su línea de sucesión. Pero si esta se extinguiera, la herencia recaería sobre los descendientes ingleses. No habrá extranjeros en los puestos relevantes de la administración inglesa y caso de morir la reina sin descendencia la relación entre Inglaterra y el rey consorte cesara en ese momento, como así sucedió.
A Felipe no le gustó nada este acuerdo pues no había participado en él y consideraba la perdida de los Países Bajos perniciosa para sus herederos, firmando antes de que los acuerdos se firmasen una “Escriptura ad cautelam”, en la que hacía constar: “…que él aprobará y otorgará y jurará los dichos artículos (el contrato matrimonial) a fin que el dicho su casamiento con la dicha serenísima reina de Inglaterra haya efecto, y no para quedar y estar obligado él ni sus bienes ni sus herederos y sucesores a la guarda y aprobación de algunos de ellos, en especial de los que encargare su conciencia”. Archivo General de Simancas. Y su futuro papel como rey consorte meramente figurativo le parecía una ofensa. Además María no era guapa y Felipe al ver su retrato escribió a su padre: “…Si deseáis arreglar este matrimonio para mí, sabed que soy tan obediente hijo, que no tengo más voluntad que la vuestra, especialmente en asuntos de tanta importancia…”.
Felipe embarcó en La Coruña camino de Southampton a mediados de julio, dejando a su hermana Juana como regente, quien volvía a Castilla tras haber enviudado del infante Juan Manuel y dejado en Lisboa a su hijo Sebastián, futuro rey de Portugal. El sequito del príncipe se componía de un nutrido número de nobles encabezados por el duque de Alba, el duque de Medinaceli, el de Medina Sidonia etc, y su fiel e íntimo amigo Ruy Gómez de Silva, aunque muchos acompañaron al príncipe de mala gana. Con la costa inglesa a la vista una armada salió a recibirle, mientras en tierra les esperaba el mayordomo mayor de la reina, conde de Arundel, que le entregó la Orden de la Jarretera. Mientras la reina impaciente salió a su encuentro que se produjo en Winchester. Felipe advertido de la costumbre inglesa de besarse en los labios a modo de saludo se acercó a ella besándola conforme a la tradición con gran regocijo de los nobles ingleses y desconcierto de los españoles, se mostró amable con María manteniendo durante más de una hora una conversación en la que la reina hablaba en Francés y el príncipe en castellano, enseñándole a decir buenas noches en inglés para que se despidiese de los grandes del reino. Pero la sociedad inglesa no recibió bien a Felipe y se temía por la seguridad del príncipe, el propio Renard, consideraba insuficientes las medidas adoptadas haciendo una descripción muy dura de los ingleses: “…una gente sin fe, sin ley, confusa y turbia en materia de religión, falsa pérfida, inconstante y celosa que odia a los extranjeros y detesta la autoridad del gobierno…”.
Pero Felipe era inteligente y astuto, para congraciarse con su nuevo pueblo negoció con el papa Julio III una bula para levantar la excomunión de aquellos que habían abrazado el anglicanismo, además convenció a María que liberara a su hermanastra Isabel, a quien había alejado de la corte tras tenerla encerrada en la Torre de Londres acusada de apoyar a los protestantes. La boda se celebró el 25 de julio de 1554 en la catedral de Winchester, justo antes de la ceremonia el emperador nombró a Felipe rey de Nápoles, para que tuviera la misma dignidad que María y el matrimonio se hiciera entre iguales: “Antes de celebrarse la boda, el Regente de la Chancillería dc Nápoles Don Juan de Figueroa entregó al príncipe un privilegio del emperador, en el que comunicaba la gran alegría que le producía este matrimonio y que por el amor que tenía a la reina hacia la merced de conceder al príncipe el reino dc Nápoles.”:. José Miguel Morales Folguera – El arte al servicio del poder y de la propaganda imperial.
Felipe no estaba enamorado de su mujer, aceptó el nuevo matrimonio como parte de su deber obedeciendo a su padre, pero intento compensar a la reina tratándola con cortesía y cariño.
Pronto comenzó a correr el rumor por la corte de que el rey no visitaba con frecuencia la alcoba de la reina y que sus pasos se encaminaban a la de diversas damas como Magdalena Dacre o Catalina Laínez. A finales del año María comenzó a sentir los síntomas del embarazo, su vientre comenzaba a hincharse y sufría náuseas y vómitos, los médicos calcularon que el parto se produciría a finales de mayo de 1555, pero llegada la fecha del parto nada ocurrió, al principio se pensó en un error de los médicos o de la propia reina, pero rápidamente se descartó, en junio Ruy Gómez de Silva escribió: “pese a lo abultado de su vientre todavía sigo en mis dudas de que esté encinta”.
Pronto las sospechas de todos se confirmaron cuando el presunto embarazo se convirtió en una hidropesía (acumulación de líquido en el peritoneo, que se halla en el vientre u otras zonas), la noticia fue un mazazo para los reyes sobre todo para María, que se sumió en una gran desesperación pues el embarazo psicológico era totalmente desconocido en la época y la hizo quedar como una embustera e incluso loca. Felipe por su parte se sentía humillado ante todas las cortes europeas, pues había sido felicitado desde todas ellas por el futuro nacimiento de un heredero, de manera que cuando su padre lo reclamó partió de inmediato hacia Flandes, convocado a Bruselas para recibir la herencia de su padre Carlos V, quien abdicó de sus derechos a los reinos de la Península Ibérica, Borgoña e Italia en su hijo y cedió sus derechos imperiales y dominios austríacos a su hermano Fernando, retirándose al monasterio de Yuste en Cáceres.
La partida de su joven esposo sumió a María en un estado de tristeza y melancolía que hoy diagnosticaríamos como depresión, mermando su frágil estado de salud. Entabló una correspondencia fluida con el rey en la que le instaba a regresar, Felipe le contestaba que su ausencia era culpa de la guerra que lo retenía en Flandes.
Finalmente necesitado de ayuda tanto militar como económica por una nueva guerra contra Francia, regresó a Inglaterra,. María contenta e ilusionada al verlo se arrojó en sus brazos, pero el rey se mostró distante dejando claro que su vuelta era por motivos políticos. Aun así la presencia de Felipe reconforto a la reina que anuncio un nuevo embarazo cuando Felipe ya había partido, la perdida de Calais último territorio ingles en Francia, la sumió en una depresión que agravo su enfermedad, diciendo en más de una ocasión que si le abrían el pecho encontrarían en el lugar de su corazón el nombre de dicha ciudad. Ante los signos de un nuevo embarazo, le reina llegó a hacer testamento sabedora del peligro que tenían las mujeres en el parto. Pero todo fue en vano, la enfermedad dejo claro que no era un embarazo y realmente ni los médicos de entonces ni los de hoy tienen claro cuál fue la enfermedad de la reina, que falleció el 17 de noviembre de 1558.
Conocida la noticia Felipe escribió a su cuñada Isabel sugiriendo la perpetuación de la alianza anglo-hispana a través de un nuevo enlace entre ellos. Isabel lo rechazo de plano, sus planes no pasaban por ningún matrimonio, pues sabía que la lucha de la nobleza haría que quedara subyugada al que fuera su marido apartándola del poder, y mucho menos continuar con la obediencia a Roma.
La vida de María I Tudor no fue precisamente un lecho de rosas, marcada por la ruptura religiosa que su padre provocó para conseguir la separación de su madre, forjó su carácter complejo y de gran temperamento, su catolicismo ultra ortodoxo la llevó a condenar en la hoguera a cientos de anglicanos que la hicieron sumamente impopular pasando a la historia como Bloody Mary (María sangrienta), aunque esto quedo revertido tras su muerte cuando su hermana Isabel comenzó a perseguir no solo a los católicos sino también a cuáqueros y calvinistas. En el retrato de la reina que Carlos V encomendó a Antonio Moro y que podemos admirar en el Museo del Prado, Moro representa a María Tudor con actitud tensa y algo envarada. No embellece sus rasgos poco agraciados de acuerdo con el decoro propio de su rango, pero la dota de un aire mayestático que mitiga su fealdad y, con su pincel minucioso y la riqueza de su color emulando a Holbein, logra exteriorizar la fortaleza de su carácter ante la adversidad. (Texto extractado de Falomir Faus, M.: El retrato del Renacimiento, Museo Nacional del Prado, 2008, p. 398).
Felipe convertido en el monarca más poderoso de su época tras la abdicación de su padre, continuo con su vida expresándole a su hermana Juana un simple “Sentí un lamento razonable por su muerte”.
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