Ahora, mucho tiempo después, ha dejado esa práctica. El otro día me preguntó si quería un poco de mayonesa y le dije que sí. Me advirtió que era de bote y entonces rectifiqué y la rechacé alegando que no quería intoxicarme con la buena dosis de aditivos químicos que suelen llevar esos envases. Ella se defendió comentando que hacia unos días había escuchado en televisión un reportaje diciendo que hacer mayonesa en casa es peligroso debido a la posibilidad supongo de que el huevo se descomponga.

Aunque no le dije nada, sentí hacia aquel sistema de propaganda sin escrúpulos una repulsión mucho más honda y fuerte y un asco mucho más marcado que los que sentía ante la bomba de tóxicos de la mayonesa embotellada. Sólo mediante un abuso de poder absolutamente extraordinario y un plan de intoxicación mental tan refinado como perfecto es posible engañar a los ciudadanos hasta el ridículo de hacerlos creer que una práctica que han seguido con éxito durante toda una vida de pronto se ha vuelto un peligro mortal.

Pues bien, esta mañana me encontraba en el bar el Malecón del puerto de Sagunto tomando café con mi amigo el Jipi, a la sazón pescador de trasmallo. La televisión mostraba el programa de entrevistas de la primera cadena y aunque no lo escuchaba, he podido ver por los letreros que los de arriba acaban de ingeniar una nueva fórmula, muy sutil y peligros, contra la disidencia. En este caso contra la rebeldía aparentemente inocua de rechazar la mayonesa de bote. Lo que decía el cartel es lo siguiente: “La ortorexia consiste en la obsesiòn por comer sólo alimentos saludables”, y yo no podía creer que existiera tanta perversión. Bueno, sí.

Uno de los aspectos de mi reforma de la Constitución resumida en el Manifiesto 2012 es justamente el de las iniciativas que deberían adoptar los poderes públicos a fin de obtener una auténtica salud integral en los ciudadanos a través de hábitos de nutrición saludables. Y lo promocionaba diciendo que los hospitales se quedarían vacíos pero por falta de enfermos.

No sé lo que estaban hablando en el programa, pero la sola visión del letrero ha hecho que se me encienda una luz roja. Se trata de una luz roja más, no de la única ni tampoco de la última. Esto es sólo un paso adelante en la repulsiva, gigantesca, peligrosa, sucia e inaceptable manipulación del sistema para favorecer a las grandes multinacionales agroalimentarias. Estamos rodeados de unas estructuras sociales podridas, corruptas, agresivas y extremadamente manipuladoras en todos y cada uno de los órdenes de la vida. Pero lo que aquí sucede es que, siendo importantes una justicia independiente, una política limpia, una democracia auténticamente participativa y un medio ambiente saneado, las cuestiones que atañen a la nutrición y la salud son incluso más importantes puesto que comprometen nuestra calidad de vida y también su duración.

Tal como lo veo yo, el sistema está trabajando en una constante conspiración cuyo objetivo es conseguir el estado de enfermedad crónica en la mayoría de la población, y veo que todo forma parte de un ciclo perfectamente estructurado y de una serie de ruedas dentadas cuyos engranajes encajan a la perfección los unos con los otros pese a ser invisibles a nuestros ojos o a los ojos de la mayoría (a los míos desde luego no). Por una parte, y según ya expuse en mi conferencia Globalización y nutrición, el comercio a escala mundial de productos de alimentación no podría existir sin la sopa de aditivos químicos que estos puercos mezclan con eso que por puro gusto llaman comida.

Por otra parte, la continuada ingesta de porquería nos pone enfermos y por esa razón tenemos que pasar a la fase B, que consiste en el sistema de salud. Los ciudadanos que contraen cáncer, diabetes o enfermedades cardiovasculares como consecuencia de los venenos que hay en los supermercados con el visto bueno d gobierno, van al médico de cabecera. Pero el médico en cuestión es al mismo tiempo agente y víctima del sistema, puesto que en la Facultad de Medicina le han enseñado muchísima Farmacología y nada de nutrición, lo que les impide desde luego cumplir con la máxima clásica que dice que tu alimento sea tu medicina. Y estos médicos, que en realidad no lo son, se limitarán a recetar los medicamentos que antes les han metido por los ojos los visitadores médicos.

El enfermo acudirá con la receta a la farmacia, donde les entregarán los medicamentos a costa de la maltrecha Seguridad Social. El bloqueo que este sistema putrefacto aplica a los médicos al privarlos de su derecho y al mismo tiempo obligación de adquirir una formación adecuada en materia de nutrición, alcanza también a los farmacéuticos. Hasta hace relativamente poco tiempo era habitual que el farmacéutico elaborase para nosotros eso que se llamaba una fórmula magistral y que no es otra cosa que un medicamento fabricado por el propio profesional de farmacia en base a los conocimientos que ha adquirido durante unos buenos años de Universidad. Esto ya no es posible, salvo que se cuente con un laboratorio con tal cantidad de requisitos mínimos que dista mucho de estar al alcance de un profesional de la aislado, aunque pueda con sus medios materiales y sus conocimientos profesionales fabricar la fórmula magistral que se le pida. Mirad: A los médicos les prohíben hacer el trabajo para el que han estudiado y sólo les permiten recetar fármacos de síntesis, y a los farmacéuticos les impiden igualmente ejercer la profesión que también han estudiado y sólo les dejan actuar como tenderos vendiendo esos mismos medicamentos sintéticos… ¿Lo veis? ¿Abrimos los ojos o no?

En esta materia, todo lo que han escrito en el BOE sirve sólo para fomentar el capitalismo salvaje y causar destrucción de bajo nivel en el ser humano. De la misma forma que en la guerra los ejércitos prefieren herir que matar porque cada herido ocupa a cuatro o cinco sanos, en esta invisible guerra contra el pueblo, las farmacéuticas prefieren mantenernos con vida pero hechos polvo. Esta es la respuesta a la frecuente objeción de que la cosa no estará tan mal cuando hoy vivimos muchos mas años que antes. Si fuera por el lobby mundial de los laboratorios y el de los fabricantes de alta tecnología médica, viviríamos doscientos años con la única condición de que lo hiciéramos como trozos de carne viva que les permitiera seguir vampirizando a la Seguridad Social a cuenta del coste de los medicamentos. Lo que sucede es que hoy por hoy no tienen esa tecnología debido a que en la fase C, el enfermo crónico deja definitivamente de serlo al morir como consecuencia de los efectos secundarios de los fármacos.

Esto no es ni exageración ni fantasía. A cierto amigo el sistema de salud le obligaba a tragar mensualmente una pastilla de quimioterapia para un tumor (30000 euros pagaba alegremente cada mes la seguridad social, incluso existiendo alternativas naturales y mecanismos preventivos gratuitos). La pastilla fue la culpable de la leucemia que lo mató, lo mismo que lo que acabó con la bella periodista Concha García Campoy no fue el cáncer, sino la destrucción de su hígado causada por la quimioterapia.

Los políticos, como dije en mi ya clásica entrevista en la SER sobre el NWO, están ahí como guardias jurados de los auténticos amos para garantizar que nada cambie y que su holocausto blando no tenga fin. Pues bien, hoy he visto que para ellos no es suficiente obligarnos a soportar esos anuncios en televisión de margarinas que juran que el producto es bueno para la salud cardiovascular porque no contiene colesterol, cuando todos los profesionales decentes de la medicina saben y dicen que las margarinas son grasas trans que lesionan el sistema cardiovascular y pueden producir enfermedades de esa índole. No es suficiente que la Autoridad de consumo sea marioneta de las grandes compañías agroalimentarias y que la de Sanidad títere de las farmacéuticas, puesto que una y la otra saben bien que esa publicidad es suficiente para producir una epidemia de enfermedades cardiovasculares.

No tienen bastante. El sistema tenía que dotarse de una última, de momento, herramienta para aislar socialmente a quienes nos negamos a meternos en el aparato digestivo toda la basura que a ellos les apetece. Lo mismo que se definió el término bulimia, lo mismo que se acuñó el término anorexia, ahora estos completos mierdas de arriba van a la caza del disidente inventándose el término ortorexia, para considerarnos enfermos mentales. Esto se parece a lo que hacían con los disidentes en la Unión Soviética: Declararlos perturbados e internarlos en clínicas psiquiátricas.

La única solución es el Manifiesto 2012, claro. Pero el de la coleta pasa de él y nene de Ciudadanos también. Lo hemos intentado (ved en el vídeo al entusiasta Emilio Verdú), pero a pesar del entusiasmo inicial soy consciente de que nunca lo conseguiremos, y como entretanto hay que vivir y disfrutar, yo he quedado hoy con el Jipi para ir a su casa a que me enseñe a hacer ajoaceite casero. Por favor, que no se me acerque hoy ninguna señora.