“Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de Dios” San Marcos, 10:25

De sobra es sabido por todo el mundo  la obligación que tenemos los cristianos de ayudar al pobre, al necesitado empleando para ello el amor, la solidaridad y la paz. Más que caridad yo diría que hemos de procurar la justicia social, es decir, no conformarse con dar una limosna a un pobre en la calle o a la entrada de la Iglesia sino luchar por una sociedad más justa y mejor en el mundo.

Si algo caracteriza a la Iglesia cristiana es su carácter universal, su permanencia y actualización a lo largo de la historia y su obligación de apoyo y defensa a los pobres como nos indicó el propio Jesús a través de los evangelios:

     “Jesús miró al hombre rico con cariño, y le contestó: Una cosa te falta; anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres…Luego ven y sígueme. El hombre se afligió al oír esto; y se fue triste”. (San Marcos, 10: 21, 22)

     “El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha ungido para proclamar buenas noticias a los pobres; me ha enviado a proclamar la libertad a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a proclamar el año de la buena voluntad del señor” (San Lucas, 4: 18,19)

Jesús ante la necesidad de una gran multitud hambrienta les dio de comer:

     “Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer. Jesús les replicó: – No hace falta que vayan, denles ustedes de comer. Ellos le dijeron: – No tenemos más que cinco panes y dos peces. Les dijo: -Tráiganmelos. Mandó a la gente que se recostara en la hierba, y tomando los cinco panes y los dos peces alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos, que se los repartieron… Comieron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños”. (San Mateo, 14: 14-21)

La intención de Jesús al decir a sus discípulos estas palabras era hacerlos caer en la cuenta de una realidad que es clave para nuestra vida: la necesidad que tenemos de compartir lo que somos y lo que poseemos, sea mucho o poco, con quien requiere nuestro apoyo y ayuda.

Además, la ayuda a los pobres no se ha de realizar de una forma interesada o empleando posturas de fuerza sino simplemente con verdadero amor:

     “El que tiene bienes en este mundo y ve a su hermano tener necesidad y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?. Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hechos y en verdad”. ( San Juan 3: 17,18)

Esta obligación y necesidad que tenemos los cristianos de ayudar a los pobres y necesitados o a los campesinos y trabajadores que son los últimos en la escala social, aparecen en numerosos escritos (documentos diocesanos, encíclicas, cartas y documentos de las conferencias episcopales, etc) a lo largo de la Historia de la Iglesia. Señalaré algunos fragmentos de los miles y miles de documentos que nos hablan de la necesidad de apoyar y ayudar a los pobres de este mundo:

     “El trabajo humano no es una mercancía, cuyo valor pueda ser determinado por las solas fuerzas del mercado; no basta el libre acuerdo entre las partes para que el salario sea justo, porque el obrero movido por la necesidad puede aceptar cualquier retribución”. (Carta Encíclica de León XIII: Sobre el origen del poder. 26 de junio de 1881)

A finales del s.XIX tuvieron gran éxito los sindicatos cristianos en Alemania Italia y Francia que contaban con el apoyo de Roma. En Alemania, en 1912, los sindicatos cristianos tenían 350.000 afiliados. Pío X en su encíclica Singulari quadam subrayaba que la mejor forma de organización obrera era la confesional pero permitía explícitamente los sindicatos interconfesionales:

     “Por estos motivos, a todas cuantas asociaciones obreras, puramente católicas, se hallan establecidas en Alemania, con toda complacencia de Nuestro ánimo las colmamos de los mayores elogios y les deseamos toda clase de prosperidades para las empresas que traen entre manos en beneficio de la numerosa clase proletaria, augurándoles para el futuro mayores y más halagüeños incrementos…no negamos que sea lícito a los católicos aliarse, con los no católicos en una acción común para mejorar la suerte del obrero…” (Pío X: Encíclica Singulari quadam. 24 de setiembre de 1912).

La implicación de la Iglesia Católica en la vida social en el mundo actual ha ido en aumento no solo en documentos eclesiales, cartas o encíclicas papales sino también en infinidad de obras materiales (iglesías, edificios parroquiales, sanatorios, escuelas, maquinaria de todo tipo, alimentos, ropa, etc) que considero imprescindible para que la situación en los países del Tercer Mundo no sea aún peor. Pero, evidentemente, estas ayudas no son suficientes, aunque necesarias, y de lo que se trata es de conseguir un mejor reparto de los bienes materiales y una mayor justicia social que no pasa por el modelo capitalista neo-liberal propuesto por las grandes potencias en el foro de Davos ni por la caduca respuesta marxista que, como hemos visto, ha fracasado en aquellos países que la llevaron a la práctica desde Rusía, países del Este de Europa, Corea del Norte o Cuba.

La solución no pasa por la imposición de una dictadura bien sea del proletariado o militar, sino la intensificación de la educación en los países más pobres para que consigan un sistema democrático en el que las personas sean soberanas para elegir su propio destino mediante el sufragio universal. La democracia no es un sistema político perfecto pero es el menos malo de todos los existentes. Hemos, por tanto, de conseguir que muchos de esos países latinoamericanos, africanos o asiáticos que están inmersos en dictaduras oligárquicas (comunistas o militares) puedan salir de ellas lo antes posible y de forma pacífica hacia un sistema democrático donde el pueblo pueda elegir a sus propios representantes.

La Iglesia, como señaló el Arzobispo Carlos Osoro en una carta pastoral hace unos años en Oviedo, … “es experta en el cuidado de sus hijos y sensible a los problemas de las personas. Hace de los pueblos y de sus culturas lugares de comunión, de convivencia, de pacificación; alivia a los que sufren y defiende el respeto a la dignidad humana…”. En un artículo publicado en La Nueva España titulado: “La Iglesia, en el camino de la esperanza”, el Arzobispo Osoro señaló que: “Hemos de abrir caminos de esperanza a los pobres; hay que proclamar a todos, con obras y palabras, que toda persona tiene un valor por sí misma, sin importar cuál sea su condición económica, social o cultural”.

El Papa, Francisco I, está muy preocupado por la situación de hambre y miseria en la que se encuentran cientos de millones de seres humanos en el mundo y por eso instituyó la denominada Jornada Mundial de los pobres, en junio de 2017. En esta I Jornada Mundial invitó a cientos de pobres de Roma “a nuestra mesa como invitados de honor”, ya que así “podrán ser maestros que nos ayuden a vivir la fe de manera más coherente”.

Son frecuentes las manifestaciones del Papa Francisco en la que critica y protesta por la mala distribución de la riqueza y las injusticias sociales que provoca la pobreza en muchos países:

     “En un mundo donde hay tantas riquezas, tantos recursos para dar de comer a todos es imposible entender que haya tantos niños que pasan hambre, tantos niños sin educación, tantos pobres. La pobreza hoy es un grito” (Papa Francisco: “La pobreza del mundo es un escándalo, 21 revista cristiana hoy)

Hace tan solo unas semanas  el Papa Francisco, en la inauguración de la XLII sesión del Consejo de los Gobernadores del Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola (FIDA) en Roma ante los representantes de 181 países señaló que:

     “ Pocos países tienen demasiado y demasiados tienen poco. Muchos de ellos no tienen ni comida y se van a la deriva, mientras que unos pocos se ahogan en lo superfluo…Esta corriente perversa de desigualdad es desastrosa para el futuro de la humanidad”.

Y, a continuación añadió:

     “Las responsabilidades no se evaden pasándolas de unos a otros, sino que se van asumiendo para ofrecer soluciones concretas y reales”

El Obispo de Roma consideró que la comunidad internacional necesita de la aportación del FIDA para combatir “la erradicación de la pobreza, la lucha contra el hambre y la promoción de la soberanía alimentaria”.

Posteriormente destacó que:

     “Nada de ello será posible sin lograr el desarrollo rural…en donde cientos de millones de personas pasan hambre y malnutrición a pesar de que producen alimentos…hemos de lograr que cada persona y cada comunidad pueda desplegar sus propias capacidades de un modo pleno, viviendo así una vida humana digna de tal nombre” (Fuentes: ACI Prensa y Vatican News)

La solución a este grave problema que padece la población del Tercer Mundo y también las bolsas de pobreza y marginación que existen en los países desarrollados pasaría por llevar a cabo una serie de medidas como pueden ser el potenciar las nuevas tecnologías en los países subdesarrollados, la mejor distribución de los recursos existentes en el mundo, conocimientos y mercados y el acceso igualitario a los mismos, conseguir microcréditos a las familias pobres para que inviertan en pequeñas empresas familiares y conseguir la autosuficiencia de las mismas.

El objetivo de erradicar esta pobreza extrema pasa, pues, por mejorar en estos aspectos y conseguir un reparto más justo de los recursos y de su acceso. Voluntarios, grupos, asociaciones y ONGs trabajan duro en este sentido. Está en manos de todos colaborar para cambiar esta situación que tantas personas padecen. (Fuente: “La pobreza en el mundo: causas y posibles soluciones”. Manos Unidas).