Se considera originaria de la región amazónica, aunque crece de forma silvestre en un área que abarca principalmente desde el Norte de Suramérica hasta el Norte de Chile, Argentina y Uruguay, siendo  la flor nacional de Paraguay.

La planta es una enredadera o liana con zarcillos que le permiten crecer en bosques higrófilos tendida sobre arbustos bajos, pero no desdeña ningún tipo de soporte.

El nombre maracuyá —introducido a las lenguas europeas a través del portugués— es una corrupción del guaraní “mburucuja”; etimológicamente mberu kuja, “criadero de moscas”, por la dulzura del néctar que resulta atractivo para el desove de los insectos.

Passiflora viene del latín passio (pasión) y floris (flor) y fue el nombre que los jesuitas españoles le pusieron a la ya conocida por los nativos guaraníes como mburukuyá.

La flor llamó la atención a los primeros europeos desde los momentos tempranos de la conquista y fue introducida en Europa a fines del siglo XVII.

Su apariencia, similar a una corona de espinas, indujo a los colonizadores españoles a denominarla el fruto de la pasión ,ya que  su estructura pentarradial recibió una interpretación teológica, con los cinco pétalos y cinco sépalos simbolizando a los diez apóstoles (doce, menos Judas Iscariote y Pedro), mientras que los cinco estambres representarían los cinco estigmas. Finalmente, los tres pistilos corresponderían a los clavos de la cruz.

La pasionaria es una enredadera trepadora que puede alcanzar los 9 metros de longitud en condiciones climáticas favorables, aunque su período de vida no supera por lo general la década.

Sus aromáticas flores producen unos frutos en forma ovoide de color entre rojo y amarillo similar a la granada, que en algunas variedades es comestible y del cual se preparan bebidas, dulces y mermeladas.

La fruta es una baya oval o redonda, de entre 4 y 10 cm de diámetro, carnosa y jugosa, recubierta de una cáscara gruesa, cerosa, delicada e incomestible. La pulpa contiene numerosas semillas pequeñas. El color presenta grandes diferencias entre variedades; la más frecuente en los países de origen es amarilla.

El punto de madurez de la fruta está dado por su desprendimiento; la recolección debe hacerse en el suelo, manualmente. Sea para su consumo fresco o procesado, la cáscara no debe presentar daños externos de ningún tipo y no debería consumirse la fruta antes de su madurez de ningún modo, puesto que presenta cianogénicos.

Usos medicinales

Pulpa y zumo del mburucuyá son ricos en calcio, hierro y fósforo, además de vitaminas A y C, y junto a las flores y la infusión de las hojas tienen un efecto relajante, mucho más pronunciado en el caso de la infusión, que puede utilizarse como sedante ligero o como calmante para dolores musculares o cefaleas; contiene varios alcaloides. En dosis normales —una taza o dos de infusión al día— ayuda a conciliar el sueño y puede tener además efectos antiespasmódicos; está recomendada también en caso de espasmos bronquiales o intestinales de origen nervioso, así como para los dolores menstruales.

Posee también un ligero efecto vasodilatador, pero no se recomienda su utilización regular para evitar efectos tóxicos. La flor de determinadas especies tiene efectos ligeramente alucinógenos.

Leyenda

Su espectacular diseño ha despertado en la tradición popular inspiración para las más diversas leyendas; he aquí una de ellas:

Cuenta una leyenda guaraní, que un sacerdote llegado a las “misiones” con el propósito de predicar las enseñanzas del Divino Maestro, cruzaba todos los días la selva en busca de indios para convertir. Cierta vez, al cruzar una quebrada, oyó el angustioso lamento de una niña quien, perseguida por un yaguareté, se había refugiado en las ramas de un débil árbol.

Hacia allí se dirigió resueltamente el misionero, atrayendo sobre sí la furia del animal, mientras gritaba a la desolada criatura que huyera velozmente para salvarse.

La fiera, dejando una presa por otra, se abalanzó sobre el sacerdote, y con zarpazos terribles y potentes destrozó su vida. La sangre regó el blando suelo, sobre el que al poco tiempo nació una planta, el mburucuyá o pasionaria, cuya flor recuerda al mundo la belleza del amor y la entrega incondicional al prójimo.