Esa es, precisamente, la cantidad de menores de cinco años que mueren al día a lo largo y ancho de este injusto mundo. Una pérdida demasiado trágica y dolorosa para obviarla. Cada año caen sobre las conciencias de los responsables mundiales –los visibles y los invisibles – las muertes de 11 millones de inocentes. Las escusas para mirar hacia otro lado son tan variopintas como las payasadas de los mercaderes del dinero.
Las razones de tal escalofriante baremo van desde la lotería del lugar de nacimiento, la voracidad de los laboratorios farmacéuticos, los absurdos de las distintas religiones, la extrema pobreza, el hambruna, la sequia o, y eso es lo que a este comentarista más le preocupa, el olvido de las promesas por parte de los países ricos.
En el momento de escribir este artículo se está celebrando en Sudáfrica la Copa Mundial de la FIFA 2010. Didier Drogba y Zinedine Zidane, embajadores de buena voluntad del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, hicieron a través de un anuncio televisivo, un llamamiento urgente contra la pobreza. En palabras de Zidane, “El Mundial une a las personas en todo el mundo para apoyar a sus equipos nacionales, necesitamos el mismo tipo de pasión para terminar con la pobreza y el hambre”.
El slogan del delantero francés, nacido en el continente africano, el lugar donde las grandes estrellas del balompié se están batiendo el oro – que no el cobre –, son el punto de partida para el análisis del estado actual del Objetivo del Milenio que hoy comentamos, porque ser niño en África es cosa de titanes.
Según la agencia de las Naciones Unidas encargada de velar por los derechos del niño, uno de cada cuatro infantes africanos trabaja en condiciones de explotación infantil. Esta cifra, siendo también sangrante en Asia y cruel en Latinoamérica es, lamentablemente, la mayor en todo el mundo. En el continente asiático el dato se reduce “sólo” a uno de cada ocho y en el americano –obviando, claro está, a los gigantes del norte-, uno de cada diez. Las explotaciones mineras, el trabajo en el campo o la fabricación de manufacturados para las multinacionales, se llevan la palma. Es muy probable que el pantalón tejano que usted lleva, el balón con el que juega su hijo o la camiseta con el nombre de su ídolo mundialista, esté cosida por otro niño de su misma edad.
En todas partes cuecen habas. Pero uno de los datos más importantes es el que la mortalidad infantil está relacionada en extremo con la pobreza. Esa afirmación de Perogrullo confirma que la supervivencia de esos niños es más baja en los países menos desarrollados, pero también en las poblaciones más pobres de las ciudades de estados ricos o importantes. Al respecto queremos apuntar que en la ciudad de Buenos Aires, según una publicación del gobierno porteño, la tasa de mortalidad infantil aumentó por primera vez en cinco años, alcanzando el pasado año un promedio de 8,3 por mil, cuando en 2008 era del 7,3; muy alarmante. Un dato más escalofriante si cabe: en la zona sur de la capital argentina el porcentaje es de un 12,8.
También la eficacia administrativa tiene mucho que ver con la supervivencia del niño en sus primeros años, decisiones tomadas con dejación pueden provocar la infelicidad de un menor y serios problemas en futuro desarrollo psíquico. Como triste ejemplo se conoció hace pocas semanas la decisión del Tribunal Supremo de Justicia de Catalunya de condenar al DGAIA, – la dirección general de asistencia a la infancia y adolescencia -, con una indemnización millonaria para unos padres a quienes quitaron a su hijo y lo dieron en adopción. El dinero no compensará a los progenitores; pero, lo que es más grave, ¿qué pasará en el futuro de ese niño, privado de su familia real? Y eso ocurre en una de las supuestas regiones europeas más avanzadas.
En el otro plato de la balanza, un informe del Ministerio de Salud Pública de Uruguay informaba de que la mortalidad pasó de la tasa del año 2004, situada en el 13 por mil al 9,5 a finales del 2009. El Programa Nacional de Salud de la Niñez, aseguró que los Planes de Equidad y de asignaciones familiares, junto a la reciente creación del Sistema Nacional Integrado de Salud, habían auspiciado el éxito obtenido.
Pero volvamos al continente con más riesgo. Según el Estado Mundial de la Infancia de 2009, publicado por UNICEF, el 30% de los menores africanos, trabaja o compagina trabajo y estudios. El informe asegura que esto es consecuencia directa de la miseria. Pero la pregunta siempre es la misma: ¿A quienes beneficia esta extrema penuria de la región que más beneficios dio – y sigue dando- a las naciones que son o fueron colonialistas? Y nosotros repreguntamos: ¿Qué porvenir tiene un niño menor de cinco años en África cuando es moneda de cambio o futuro niño yuntero a los diez? En sociedades paupérrimas ellos son los miembros menos productivos, es decir, carne de yugo, cañón y muerte.
Evidentemente, desde 1990, algo se ha progresado respecto a los objetivos de reducir en dos terceras partes, antes de 2015, la mortalidad infantil en menores de 5 años. Aquel año que iniciaba la última década del extinto milenio por cada mil niños nacidos en el llamado Continente Negro, 184 morían antes de cumplir los cinco años, en el año 2006 y según la ONU, el baremo era de 157. Hoy todavía nueve de los diez países del mundo con mayor mortalidad infantil, son africanos: Burkina Faso, Mali, Guinea Bissau, Chad, Sierra Leona, Guinea Ecuatorial, Níger, Nigeria, Ruanda y Burundi. Como ven todos ex colonias de media docena de pomposos estados europeos. Conviene centrarnos en la región que ocupa en el continente africano el área subsahariana, porque en ella 4,5 millones de niños pierden la vida antes de cumplir los cinco años, más del 45% de los fallecidos globalmente dentro de este índice.
El África Subsahariana es la única región del mundo donde creció el número de niños menores fallecidos antes de cumplir cinco años. Los lugares más fatídicos fueron Camerún, la República Central Africana, Chad, Congo, Kenia y Zambia. Globalmente, entre los 36 países a la cabeza de las fatales estadísticas que superan 100 defunciones infantiles por cada 100.000 habitantes, 34 están en la región, los otros dos son, Afganistán, en corazón de Asía y “protegida” por las grandes potencias y Myanmar, antigua colonia británica de Birmania, en el sudeste asiático.
Si estudiamos los principales motivos, debemos hacer hincapié en la malnutrición, la salud y la educación deficiente. Esa falta de valores sociales hace que ellos trasmitan a las generaciones venideras, las mismas desesperaciones y angustias que recibieron de sus padres, tal vez los mismos odios.
De poco sirve que cada 16 de junio se celebre el Día Mundial del niño africano. Precisamente se “conmemora”, aquella manifestación en las calles de Soweto en 1976 y que, como ustedes saben, acabó con la vida de cientos de jóvenes y niños a manos de la policía durante los días posteriores. En las mismas calles que hoy se visten con la fiesta del fútbol. Mientras se celebraba el Día Mundial, miles de niños eran reclutados a la fuerza por ejércitos vengativos dotados de armas automáticas provenientes de los países ricos o sometidos a la prostitución en el llamado turismo sexual, también sus clientes habituales provienen en su mayoría de los países “desarrollados”.
Un dato para el optimismo
La celebración de este año aportó la feliz intención del comienzo de un período de 100 días durante los cuales se pretende dar un impulso para alcanzar el cuarto Objetivo del Milenio. Las vidas de millones de niños pueden salvarse si se toman medidas de urgencia. Habrá tres ocasiones para conseguir acuerdos válidos.
- La primera de ellas fue el G8 del pasado junio, se pretendía que duplicaran la ayuda bilateral destinada a la atención materno-infantil en los países en desarrollo. Los líderes anunciaron un paquete de 5.000 millones de dólares para proteger la salud maternal y la infancia.
- Ya en abril, en Canadá, se propuso que el principal enfoque del G8 fuera la salud maternal e infantil en los países más necesitados del mundo. La directora ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, Josette Sheeran, destacó en aquel discurso que cada año mueren más de 3,5 millones de niños como resultado de la desnutrición y recordó que los niños que padecen malnutrición durante los dos primeros años de su vida, nunca se recuperan de los daños mentales y físicos que sufren en esos primeros meses.
- En la reunión de Toronto, el presidente Obama prometió contribuir con más de 1.300 millones de dólares en la lucha contra la mortalidad infantil. Esperemos que todos cumplan, el plazo de los 100 días se acerca.
Quedan pendientes la conferencia de la Unión Africana de julio y la cumbre de las Naciones Unidas en septiembre. No será por falta de reuniones y de oportunidades. Como dice Zidan, hay que poner mucha pasión. Las lágrimas de tantas madres y las vidas de tantos niños exigen el máximo esfuerzo.
“En cada niño nace la humanidad.”
Jacinto Benavente (1866-1954), dramaturgo español.
Esa es, precisamente, la cantidad de menores de cinco años que mueren al día a lo largo y ancho de este injusto mundo. Una pérdida demasiado trágica y dolorosa para obviarla. Cada año caen sobre las conciencias de los responsables mundiales –los visibles y los invisibles – las muertes de 11 millones de inocentes. Las escusas para mirar hacia otro lado son tan variopintas como las payasadas de los mercaderes del dinero.
Las razones de tal escalofriante baremo van desde la lotería del lugar de nacimiento, la voracidad de los laboratorios farmacéuticos, los absurdos de las distintas religiones, la extrema pobreza, el hambruna, la sequia o, y eso es lo que a este comentarista más le preocupa, el olvido de las promesas por parte de los países ricos.
En el momento de escribir este artículo se está celebrando en Sudáfrica la Copa Mundial de la FIFA 2010. Didier Drogba y Zinedine Zidane, embajadores de buena voluntad del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, hicieron a través de un anuncio televisivo, un llamamiento urgente contra la pobreza. En palabras de Zidane, “El Mundial une a las personas en todo el mundo para apoyar a sus equipos nacionales, necesitamos el mismo tipo de pasión para terminar con la pobreza y el hambre”.
El slogan del delantero francés, nacido en el continente africano, el lugar donde las grandes estrellas del balompié se están batiendo el oro – que no el cobre –, son el punto de partida para el análisis del estado actual del Objetivo del Milenio que hoy comentamos, porque ser niño en África es cosa de titanes.
Según la agencia de las Naciones Unidas encargada de velar por los derechos del niño, uno de cada cuatro infantes africanos trabaja en condiciones de explotación infantil. Esta cifra, siendo también sangrante en Asia y cruel en Latinoamérica es, lamentablemente, la mayor en todo el mundo. En el continente asiático el dato se reduce “sólo” a uno de cada ocho y en el americano –obviando, claro está, a los gigantes del norte-, uno de cada diez. Las explotaciones mineras, el trabajo en el campo o la fabricación de manufacturados para las multinacionales, se llevan la palma. Es muy probable que el pantalón tejano que usted lleva, el balón con el que juega su hijo o la camiseta con el nombre de su ídolo mundialista, esté cosida por otro niño de su misma edad.
En todas partes cuecen habas. Pero uno de los datos más importantes es el que la mortalidad infantil está relacionada en extremo con la pobreza. Esa afirmación de Perogrullo confirma que la supervivencia de esos niños es más baja en los países menos desarrollados, pero también en las poblaciones más pobres de las ciudades de estados ricos o importantes. Al respecto queremos apuntar que en la ciudad de Buenos Aires, según una publicación del gobierno porteño, la tasa de mortalidad infantil aumentó por primera vez en cinco años, alcanzando el pasado año un promedio de 8,3 por mil, cuando en 2008 era del 7,3; muy alarmante. Un dato más escalofriante si cabe: en la zona sur de la capital argentina el porcentaje es de un 12,8.
También la eficacia administrativa tiene mucho que ver con la supervivencia del niño en sus primeros años, decisiones tomadas con dejación pueden provocar la infelicidad de un menor y serios problemas en futuro desarrollo psíquico. Como triste ejemplo se conoció hace pocas semanas la decisión del Tribunal Supremo de Justicia de Catalunya de condenar al DGAIA, – la dirección general de asistencia a la infancia y adolescencia -, con una indemnización millonaria para unos padres a quienes quitaron a su hijo y lo dieron en adopción. El dinero no compensará a los progenitores; pero, lo que es más grave, ¿qué pasará en el futuro de ese niño, privado de su familia real? Y eso ocurre en una de las supuestas regiones europeas más avanzadas.
En el otro plato de la balanza, un informe del Ministerio de Salud Pública de Uruguay informaba de que la mortalidad pasó de la tasa del año 2004, situada en el 13 por mil al 9,5 a finales del 2009. El Programa Nacional de Salud de la Niñez, aseguró que los Planes de Equidad y de asignaciones familiares, junto a la reciente creación del Sistema Nacional Integrado de Salud, habían auspiciado el éxito obtenido.
Pero volvamos al continente con más riesgo. Según el Estado Mundial de la Infancia de 2009, publicado por UNICEF, el 30% de los menores africanos, trabaja o compagina trabajo y estudios. El informe asegura que esto es consecuencia directa de la miseria. Pero la pregunta siempre es la misma: ¿A quienes beneficia esta extrema penuria de la región que más beneficios dio – y sigue dando- a las naciones que son o fueron colonialistas? Y nosotros repreguntamos: ¿Qué porvenir tiene un niño menor de cinco años en África cuando es moneda de cambio o futuro niño yuntero a los diez? En sociedades paupérrimas ellos son los miembros menos productivos, es decir, carne de yugo, cañón y muerte.
Evidentemente, desde 1990, algo se ha progresado respecto a los objetivos de reducir en dos terceras partes, antes de 2015, la mortalidad infantil en menores de 5 años. Aquel año que iniciaba la última década del extinto milenio por cada mil niños nacidos en el llamado Continente Negro, 184 morían antes de cumplir los cinco años, en el año 2006 y según la ONU, el baremo era de 157. Hoy todavía nueve de los diez países del mundo con mayor mortalidad infantil, son africanos: Burkina Faso, Mali, Guinea Bissau, Chad, Sierra Leona, Guinea Ecuatorial, Níger, Nigeria, Ruanda y Burundi. Como ven todos ex colonias de media docena de pomposos estados europeos. Conviene centrarnos en la región que ocupa en el continente africano el área subsahariana, porque en ella 4,5 millones de niños pierden la vida antes de cumplir los cinco años, más del 45% de los fallecidos globalmente dentro de este índice.
El África Subsahariana es la única región del mundo donde creció el número de niños menores fallecidos antes de cumplir cinco años. Los lugares más fatídicos fueron Camerún, la República Central Africana, Chad, Congo, Kenia y Zambia. Globalmente, entre los 36 países a la cabeza de las fatales estadísticas que superan 100 defunciones infantiles por cada 100.000 habitantes, 34 están en la región, los otros dos son, Afganistán, en corazón de Asía y “protegida” por las grandes potencias y Myanmar, antigua colonia británica de Birmania, en el sudeste asiático.
Si estudiamos los principales motivos, debemos hacer hincapié en la malnutrición, la salud y la educación deficiente. Esa falta de valores sociales hace que ellos trasmitan a las generaciones venideras, las mismas desesperaciones y angustias que recibieron de sus padres, tal vez los mismos odios.
De poco sirve que cada 16 de junio se celebre el Día Mundial del niño africano. Precisamente se “conmemora”, aquella manifestación en las calles de Soweto en 1976 y que, como ustedes saben, acabó con la vida de cientos de jóvenes y niños a manos de la policía durante los días posteriores. En las mismas calles que hoy se visten con la fiesta del fútbol. Mientras se celebraba el Día Mundial, miles de niños eran reclutados a la fuerza por ejércitos vengativos dotados de armas automáticas provenientes de los países ricos o sometidos a la prostitución en el llamado turismo sexual, también sus clientes habituales provienen en su mayoría de los países “desarrollados”.
Un dato para el optimismo
La celebración de este año aportó la feliz intención del comienzo de un período de 100 días durante los cuales se pretende dar un impulso para alcanzar el cuarto Objetivo del Milenio. Las vidas de millones de niños pueden salvarse si se toman medidas de urgencia. Habrá tres ocasiones para conseguir acuerdos válidos.
La primera de ellas fue el G8 del pasado junio, se pretendía que duplicaran la ayuda bilateral destinada a la atención materno-infantil en los países en desarrollo. Los líderes anunciaron un paquete de 5.000 millones de dólares para proteger la salud maternal y la infancia.
- Ya en abril, en Canadá, se propuso que el principal enfoque del G8 fuera la salud maternal e infantil en los países más necesitados del mundo. La directora ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, Josette Sheeran, destacó en aquel discurso que cada año mueren más de 3,5 millones de niños como resultado de la desnutrición y recordó que los niños que padecen malnutrición durante los dos primeros años de su vida, nunca se recuperan de los daños mentales y físicos que sufren en esos primeros meses.
- En la reunión de Toronto, el presidente Obama prometió contribuir con más de 1.300 millones de dólares en la lucha contra la mortalidad infantil. Esperemos que todos cumplan, el plazo de los 100 días se acerca.
Quedan pendientes la conferencia de la Unión Africana de julio y la cumbre de las Naciones Unidas en septiembre. No será por falta de reuniones y de oportunidades. Como dice Zidan, hay que poner mucha pasión. Las lágrimas de tantas madres y las vidas de tantos niños exigen el máximo esfuerzo.
“En cada niño nace la humanidad.”
Jacinto Benavente (1866-1954), dramaturgo español.
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