La curiosidad es inevitable. Al leer El hambre que viene, uno se pregunta qué comerá Paul Roberts. Su libro, una investigación sobre la producción y distribución alimentarias a nivel mundial, deja poco margen a la alimentación sana y segura. “Comer es lo más importante. Hay que recordar a los consumidores que estamos perdiendo el control sobre los alimentos. Hay que recuperarlo”.
Usted describe un escenario casi apocalíptico, ¿cómo hemos llegado hasta aquí?
–A partir del siglo XIX, la producción alimentaria se industrializó como cualquier otro sector económico y se instauró el modelo de alta productividad a bajo coste. Hoy hemos llegado al límite de este sistema, que está agotando tanto los recursos hídricos como el suelo y perjudicando la esencia de los alimentos. La comida está siendo tratada como cualquier otra mercancía industrial.
¿Existen medidas de control por parte de las autoridades sanitarias?
–No hay inspectores suficientes. Sólo se controla un porcentaje pequeño. La industria se autorregula por necesidad. El negocio es vender alimentos; si éstos te matan, ya no se venden más. A la industria le interesa la seguridad, pero también evalúa costes y beneficios. Pueden gastar 100.000 millones de dólares en garantizar la seguridad en un 97%, pero garantizar el último 3% costaría muchos millones más. Así que asumen ciertos riesgos tolerables. Hace más de cien años, la gente producía su propia comida y sabía los peligros que corría; hoy el consumidor cree que la comida es perfecta, fresca y segura.
¿Es más alarmante la situación en Estados Unidos?
–En mi país, la mitad de los dólares que una unidad familiar inverte en comida se gastan en restaurantes o platos precocinados. Estados Unidos es el país abanderado de la comida basura. En torno al año 1900, las mujeres norteamericanas empleaban la mitad del tiempo dedicado a las tareas domésticas en preparar la comida. Hoy, sin embargo, ya no cocinamos.
¿Y Europa?
–Para nosotros, Europa es el bastión de la comida tradicional, pero también está cambiando poco a poco. En Francia, por ejemplo, el 25% de las comidas se hacen fuera del hogar.
Usted habla de crisis alimentaria.
–Antes de la mecanización, el modelo agrícola integraba en las granjas los cultivos y la cría de ganado. Los excrementos animales abonaban los campos y parte de la cosecha se utilizaba para alimentar al ganado. Era un sistema circular, que dependía del sol y el agua. Con la mecanización y los fertilizantes de nitrógeno, se pasó a depender del petróleo. En Asia , el crecimiento de la producción agrícola en los últimos 40 años ha sido posible gracias a ingentes sistemas de irrigación. La ganadería intensiva y la agricultura a gran escala degradan la capacidad productiva del medio natural y la escasez de agua y petróleo va a impedir que el nivel de producción actual pueda mantenerse hasta mediados del siglo XXI, cuando la población mundial llegue a casi 10.000 millones. Hay alternativas al petróleo; al agua y la comida, no.
¿Son los transgénicos una salida a esta crisis?
–Aún no conocemos sus implicaciones sobre la salud humana. Dentro de 20 años se sabrá más. Para mí el mayor problema es económico. Para producirlos, las empresas invierten mucho dinero; en consecuencia, son caros y sólo los compra quien puede permitírselo. En el África subsahariana no pueden pagarlo. La industria habla de combatir la crisis alimentaria mundial con los transgénicos, pero en el tercer mundo no es posible.
¿Qué soluciones propone usted?
–Las respuestas tienen que producirse a varios niveles. El primero, el de los gobiernos, que han de gastar más dinero en investigación para desarrollar métodos de agricultura alternativa y han de revisar la concesión de ayudas agrícolas. En Estados Unidos, los subsidios se dan a explotaciones intensivas, donde se realizan malas prácticas. Hay que apoyar a los pequeños agricultores y ganaderos, que buscan nuevas fórmulas y crear una red de comunicación e información entre ellos, para compartir las nuevas ideas que están surgiendo. Por último y quizá más importante, hay que cambiar la cultura alimenticia, retomar la idea de la comida tradicional, casera, restablecer los vínculos entre los consumidores y el medio natural. Y dedicar tiempo a cocinar.
¿Qué ha comido aquí en España?
–Ayer probé el salmorejo, que me gustó mucho, y un delicioso bacalao.
Usted vaticina una emergencia sanitaria en Asia.
–He intentado dibujar un hipotético escenario, desarrollar la idea de que el sistema está sufriendo una gran presión y que cualquier impacto puede destruirlo. Pongo el ejemplo de la gripe aviar o la actual gripe A . En Asia, el ganado y las aves se crían muy cerca de las ciudades. Los frecuentes contactos entre los animales y las aves permiten que los virus salten de un lado a otro, y en algún momento pueden mutar. Una vez que haya mutado será imposible detener su propagación porque la gente viaja mucho. Me parece un escenario muy probable. De producirse la hecatombe no sería tan letal como la gripe española de 1918, más bien sería equiparable a la de Hong Kong de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado.
El mayor consumo de carne en los países emergentes va a ser un gran problema.
–Así es. Conseguir un kilo de carne cuesta 20 kilos de grano. La historia dice que cuanto más desarrollada es la economía de un país, más carne se consume. La dieta vegetariana de los chinos tiene razones económicas. Cuanto más se desarrolle el país, más carne consumirán sus habitantes y esto va a ser un problema porque la carne tiene un alto coste de producción.
¿Los países emergentes están desarrollándose al modo occidental también en cuestiones alimenticias?
–Efectivamente. En China están adaptando las mismas instalaciones de producción masiva, de agricultura y ganado intensivo. Las empresas alimentarias europeas y estadounidenses están instalándose allí.
¿Qué piensa de la agricultura ecológica?
–La agricultura ecológica , que no utiliza fertilizantes sintéticos ni plaguicidas, está reproduciendo el mismo modelo de producción que la convencional, es decir, grandes extensiones, megagranjas de explotación agrícola… De hecho, el brote de la bacteria E. Coliu O157:H7 que se dio en California en 2006 y que causó la muerte de tres personas se produjo en una explotación de espinacas ecológicas.
¿Cree que la crisis fomentará que la gente coma más en casa y cocine más?
–Puede ser, pero en Estados Unidos también lleva a la gente a los Mc Donalds, que son muy baratos y rápidos. La crisis, el mercado, no pueden arreglar la situación por sí sola, tiene que haber una intención. Se están produciendo ciertos cambios. Hay gente cada vez más preocupada que está transformando sus hábitos, pero que aún no sale en las estadísticas. Son movimientos subterráneos. Hay que esperar. Están sucediendo cosas que todavía no se pueden medir.
© Texto: María Luisa Fuentes
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