Tiempo éste en el que vemos como muchos se jactan de manifestar valores que, precisamente, desearían tener y sólo los utilizan para quedar bien en sociedad y no, precisamente, en su día a día, como debiera de ser. Lo cierto es que leer a los clásicos es como si te imaginaras en una tarde en la que miras al horizonte, a esa mezcla de azules que nos enamora, y crees que el encanto de la luz que estás gozando es imposible que deje de iluminarte, piensas que la noche se ha rendido al encanto de la belleza que todo lo llena, haciendo que el momento compartido se te haga inolvidable.

Leí a Píndaro, por primera vez, hace tanto que no puedo precisar el momento, diría que por casualidad, pero fue por los años que un humilde y joven estudiante, que sólo tenía sueños y se inventaba los amigos pues vivía en un apartado lugar, eso sí, mágico donde los haya, repleto de deseos de hacer lo que para otros parecía algo imposible, y escuché, más de una vez, el que es humilde seguirá siendo humilde y el que poco tiene seguirá, por siempre, teniendo poco si es honrado, pero el niño y más tarde el adolescente, que aún me acompañan, quedaron prendados y sorprendidos por el poder del conocimiento, por el bien que suponía el aprendizaje, por las lecturas que a otros de su alrededor no atraían, se prendó por el Templo de la Cultura, o como decía Lope de Vega, en su comedia El bobo del colegio, “La madre Universidad naturaleza del alma”, la misma Universidad, la que tanto me ha dado y a la que estaré eternamente agradecido.

Leer, con la luz de unas velas, cuando el resto dormía, los trabajos de académicos, sobre todo los relacionados con la historia, la geografía o con el ser humano y su diversidad, y pasar por las aulas y las bibliotecas de los institutos y algo más tarde por los de la universidad y escuchar diferentes voces, en los más variados campos, ha hecho que hoy, precisamente, pueda escribir sobre ello, con desenvoltura y con la seguridad que en aquel entonces me faltaba, sobre todo debido a mi fiel timidez, la que jamás ha querido dejarme de manera definitiva, y yo le abrazo, con sumo cariño, aunque hoy en día intento, por momentos, despistarla y flirteo con el abismo que otrora se me acercara, sin miedo, mirándole cara a cara y sabiendo que en su oquedad no deseo sumergirme, prefiriendo las amanecidas que todo lo llenan de colores, de luces que transmiten sapiencia, como diría Alfred Tennyson, ¡El cielo y la luz!, para mí la Universidad era el Cielo y la Luz que tanto admirara el poeta y dramaturgo inglés.

Creo que la verdadera sapiencia, el buen hacer académico y profesional, para que pueda cundir y difundir de manera eficaz, debe estar acompañada de valores como la humildad y la tolerancia, con el respeto a los demás y con la empatía pues, estoy convencido, es el elemento fundamental para lograr captar la atención de otros y así se interesen por aquello que puede aportar no sólo conocimiento y, por ende, independencia y seguridad, además de  felicidad.

Pero quería escribir no sobre mí y mi manera de ver las cosas y sí sobre Píndaro porque aún recuerdo la frase de su autoría que me marcó de por vida: “Aprovecha la oportunidad en todas las cosas; no hay mérito mayor.” Eso decía Píndaro y yo seguí su consejo, después de estudiarle; en principio no estaba de acuerdo con su filosofía de vida, el adaptarse a lo que se le imponía, por ejemplo, acatando el dominio de los persas, pues yo era un alzado, un rebelde que me creía con causa, pero su escritura, para muchos ininteligible, debido a la complejidad, sobre todo, de su obra poética, pero para otros erigido en genio creador, así le definieron Goethe o Hölderlin, me parecía atractiva en sí misma, era pura belleza, me pasaba horas leyéndole aunque no entendiera, en muchas ocasiones, lo que leía, pero me atraía, algo me decía, en aquellos años, que la poesía era algo que muchas veces estaba por arriba de la comprensión y así sus Odas me parecieron algo sublime, con lo que mi imaginación intentaba acercársele y preguntarle cómo era posible lograr tanta belleza y, he de decir que, en sueños, mantuve algún diálogo con Píndaro, que según me dijo, se había prendado de un canario que fue capaz de acercársele a preguntarle; le atrajo la osadía de un tímido que, por momentos, fue capaz de vencer el freno que le suponía su manera de ser. Yo me reía y el se reía y así pudimos encontrarnos en varias ocasiones, muchas de ellas mirando al Barranco, sentados en el filo de su abismo, el pétreo amigo de niñez que siempre tenía palabras de aliento y que me orientaba con las preguntas que me parecían de imposible respuesta.

Píndaro me fascinaba sobremanera debido a que se percataba del peligro que suponía la soberbia, la hybris griega o concepto que puede traducirse como desmesura del orgullo y la arrogancia y a mí nunca me gustó, y menos hoy, la prepotencia y el distanciamiento de los que se creían seres inalcanzables pues siempre me llamó la atención lo cercano, lo amoroso, lo sincero, lo verdadero y no los cuerpos y las mentes que rebosaban supremacía. Le planteé lo difícil que se me hacía comprender su postura autocrática pues me consideraba un demócrata convencido y él me dijo que todo lo que sobre ello intentaba comentarle eran pamplinas y que el paso del tiempo me lo demostraría. Sí que coincidíamos en la postura religiosa o la búsqueda en el más acá y olvidarnos del incierto más allá y también compartiendo las bondades de la areté, o buena conducta, pues siempre pensé que era la única manera de que consiguiera mis objetivos, sin apartar ni desmerecer, ni opacar a nadie y deseando siempre el bien para los demás. Creo que parte de la filosofía de vida de Píndaro, el de la elegancia y las buenas maneras, además de su lucha contra la prepotencia y el insano orgullo que nos conduce a mirar a los demás como inferiores son cuestiones muy actuales y que dan mucho que pensar pues esos contravalores, hoy, están al alza y hay que conseguir cambiarlos por otros como la tolerancia y la dignidad como manera de que cada uno consiga aquello que le supone la felicidad, el ser cada uno como es, siempre que se respeten otras posturas. Sin duda, Píndaro es, hoy en día, una buena opción de lectura para así poder reflexionar sobre cuestiones de rabiosa actualidad.

Juan Francisco Santana Domínguez es miembro de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional y Director del Capítulo Reino de España.