Oímos con frecuencia decir que se está en profundo desacuerdo con aspectos, a veces esenciales, de la vida política, cultural, económica, social… sin que, frente a acontecimientos, hechos y situaciones que llegan a afectar a las convicciones más sólidas de los ciudadanos, se produzca la reacción, individual o asociada, que sería de esperar en un contexto democrático. Progresivamente, transferimos el papel de actores al de espectadores que piensan que no hay nada que hacer, que todo transcurre lejos del alcance del pueblo, inerme ante lo que sucede, aunque le indigne, preocupe o enerve. Del “sinremedismo” se pasa pronto a la indiferencia, al alejamiento de la participación e interacción que podrían contribuir a resolver muchas cuestiones y enderezar muchas tendencias. Cuando la percepción global, que se tiene por vez primera, los medios de comunicación omnipresentes y la capacidad prospectiva disponible permitirían, bien utilizados, contrarrestar las influencias negativas, esclarecer muchas cuestiones y actuar como ciudadanos, de tal manera que no sólo se sintieran bien con su conciencia, sino que comprobaran que han logrado un número considerable de sus anhelos que ahora consideran inalcanzables.

De este modo, además, todos se apercibirían de la importancia de la sociedad. El pueblo, pacíficamente, hallaría el lugar que le corresponde en los escenarios nacional e internacional. Y los poderes -público y privadoaprenderían a tenerlo en cuenta, que en esto consiste la democracia, además de contar sus votos en un momento dado.

La sociedad civil debe descubrir su poder. En lugar de conformarse con programas de “telebasura”, totalmente inapropiados en horas de audiencia infantil, o de información sesgada, advertir, a través de las asociaciones y ONG oportunas, que no se conectará con este canal y no se adquirirán los productos de las empresas que en él se anuncian.

El ciudadano, en lugar de inhibirse, debe descubrir la fuerza que pueden revestir iniciativas de esta naturaleza. Otro ejemplo : cuando los políticos, del Gobierno o de la oposición, incumplen de manera ostentosa y sin explicaciones sus promesas electorales, o aplican porcentajes de predominio para hacer progresivamente irrelevante al Parlamento, los ciudadanos no deberían permanecer impasibles. Las organizaciones de la sociedad civil podrían contribuir a la adopción de medidas inmediatas si advierten con claridad que, cualquiera que sea su opinión política, la ciudadanía no está dispuesta, por una cuestión de principios, a admitir en el futuro prácticas que ponen en peligro la credibilidad democrática. Y todo ello, expresado en el lenguaje que corresponda: el económico en unos casos; el político en otros, a través de intervenciones en acción conjunta con otras instituciones que comparten estos puntos de vista, a través de escritos, declaraciones en los medios, etc., porque no podemos aparecer indefensos y silentes cuando se dirimen, como antes decía, cuestiones de principio, cuando se están conculcando valores -como en el caso de la “guerra preventiva”- o modificando funciones cruciales a escala mundial, como en el caso del sistema de las Naciones Unidas.

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Quienes callan cuando su conciencia les reclama hablar no sólo están defraudando a quienes confían en ellos, sino, lo que es peor todavía, están aplazando -con posibles implicaciones de gran calado y quizás irreversibles- la consolidación de la democracia a escala nacional y mundial

Cuando se pretende utilizar a las Naciones Unidas según convenga a los intereses de los más poderosos, cuando se reduce la ayuda a la cooperación internacional, cuando no se cumplen las previsiones de inversión en educación y ciencia, cuando se soslayan las normas que garantizarían la adecuada conservación del medio ambiente -un patrimonio que corresponde por entero a las generaciones veniderascuando se confunden los efectos con las causas, cuando se resucitan los fantasmas del pasado, cuando se divide en lugar de aglutinar… los ciudadanos no pueden ser sólo testigos resignados. Bien al contrario, deben ser conscientes de su poder y estar permanentemente alerta.

Siempre se ha vivido en un contexto de violencia e imposición, en el que los péndulos van de un extremo a otro en un círculo vicioso regulado por la fuerza que dimana del poder. El pueblo no ha contado porque no podía acceder a los aledaños de los mandatarios. Ahora que ya dispone de los medios para hacerlo, no debe permitir que se le distraiga, se le ofusque, se le aturda, se le disuada. Han sido necesarias grandes convulsiones a escala global para que el ciudadano se apercibiera de la inaplazable necesidad de actuar planetariamente y, por primera vez, ha irrumpido en el escenario mundial. El ciudadano del mundo, tiene que actuar a escala local y mundial, según su criterio, convencido de que ahora puede ser oído y, probablemente, escuchado.

Todos los pueblos, conscientes de su destino común, se están coordinando y organizando. En todas partes, un número creciente de hombres y mujeres se movilizan para defender los derechos humanos, para atender a los más menesterosos, para fomentar la diversidad cultural, para procurar justicia y desarrollo sostenibles. El poder ciudadano radica en la participación, en el compromiso. Otro mundo es posible si los gobiernos saben que, a partir de ahora, sus funciones no deben desempeñarse para los ciudadanos, sino con los ciudadanos. Es un principio insoslayable de la democracia genuina.

La sociedad civil debe descubrir su poder.