Pero ha habido más sorpresas, uno visita las librerías y observa atentamente cómo en los escaparates centrales, no es difícil encontrar la saga de Roth “Divergente”, o “El Corredor del Laberinto”, o “Los Juegos del Hambre” o “La Cúpula”, todas trilogías de gran éxito entre los más jóvenes. También me ha sorprendido la reedición de clásicos contemporáneos que vuelven a ponerse de moda, como “La Carretera”, “1984”, “Un Mundo Feliz”, “El Planeta de los Simios”, “El Cuento de la Criada”… son muchas las editoriales que están apostando por volver a publicar estos títulos que tanto nos hicieron soñar. Naturalmente también se produce el mismo hecho en la televisión y el cine, por lo que podría decir que nos hallamos ante un fenómeno de masas con implicaciones antropológicas, porque estos libros se están volviendo a leer… y mucho.
Habría que explicar de qué tipo de subgénero literario, dentro de la ciencia ficción, estamos hablando. Se trata de distopías, un estilo narrativo cargado de simbología y que muchos regímenes políticos totalitarios han intentado controlar, condicionar o incluso erradicar…
Vayamos por partes. Una distopía es lo contrario a una utopía. Si esta representa el paraíso terrenal, el mejor de los escenarios posibles, una distopía sería todo lo contrario: lo peor que nos puede suceder dentro de lo más probable que podría acontecer. Describir una sociedad ficticia indeseable, o como dice José María Merino, “la representación imaginaria de una sociedad futura con características negativas que son las causantes de la alienación moral”.
A pesar de lo acertado de la definición, discrepo en un matiz, porque considero que no tiene porqué tratarse de una sociedad futura, podría ser atemporal o incluso desarrollarse en un presente alternativo. En cualquier caso, y como nos deslizamos por las irregulares colinas de la ciencia ficción, se trata de describir un mundo imaginario pero con visos de verosimilitud, ofreciendo argumentos, razones, pistas, para engañar al lector y hacerle creer “que semejante ficción, podría llegar a ser real”.
La siguiente cuestión es comprender las causas que la han llevado a ser el género narrativo favorito de nuestros adolescentes y jóvenes, y ocupar uno de los primeros puestos entre los adultos. Cómo es posible que las distopías atraigan cada vez a un público mayor que nunca ha leído ciencia ficción.
Es evidente que la temática mayoritaria de la distopía siempre es la alienación humana, la supervivencia en sociedades corruptas, totalitarias y en una etapa de decadencia que anuncia el cambio y la esperanza. Que guste este subgénero que tiene mucho que ver con la filosofía, tal vez sea un reflejo de la sociedad que padecemos en nuestro país, el final de un ciclo decadente, de un régimen y unos modos de gobernar que nos han llevado al desastre. Millones de jóvenes saben que nuestra sociedad les condena al paro más absoluto, a la degradación más abyecta, a la ausencia de oportunidades, mientras la corrupción nos avergüenza ante la inoperancia de nuestros responsables políticos, ante la renuencia a tomar medidas que dignifiquen nuestras vidas y frenen la desafección que sufrimos frente a la clase política y a un bipartidismo sangrante incapaz de resolver nuestros problemas.
Las distopías son un clamor al cielo, un lamento generalizado, son la llamada a la rebelión, al anhelo del cambio, al inconformismo ante lo que sucede, a no aceptar la evidencia de que lo peor está por llegar…
Nuestros jóvenes saben muy bien en qué tipo de sociedad viven y necesitan que todo cambie, que todo se transforme. Y este tipo de literatura, cubra ese espacio como ningún otro. Y no se crean que son todos autores extranjeros: los dos últimos años nos han llegado títulos españoles que demuestran que también escribimos distopías con nuestro propio estilo: “Cenital” de Emilio Bueso, “Metanoia”, con la que aporté mi humilde granito de arena y gané el Premio Éride 2013, o la antología “Mañana Todavía” de una docena de escritores españoles, demuestran que este es un género que goza de muy buena salud en nuestra sociedad.
A veces este subgénero se desliza hacia lo posapocalíptico, otras veces ofrece indicios de esperanza, pero siempre muestra su gusto por lo inquietante, lo desasosegante y los abundantes guiños al mundo actual, los paralelismos con nuestra sociedad y la motivación que debe infundir el legítimo deseo del cambio.
Por cierto, voy a releer “Nosotros”, de Yevgueni Zamiatin. La devoré hace muchos años, una gran obra que hablaba de la opresión y represión de la clase dirigente hacia el pueblo. Acabo de hojear varios informes sobre la Ley Mordaza y… me da la impresión de que aquella ficticia sociedad ya es real… pero también sé que estamos a tiempo de cambiarlo…
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