Y el hijo de Príamo, rey de Troya, encumbró  a Afrodita, quien cumplió su promesa y preparó el encuentro del príncipe troyano con la aquea Helena, a la que enamoró, secuestró y llevó a Troya, a despecho de Menelao, hermano de Agamenón, ambos reyes de Esparta y de Micenas  quienes,  iracundos y corneados, con la ayuda de Aquiles, sitiaron Troya, desafiando a Héctor,  y dando inicio a la más épica y poética  de las batallas.

Afirman que no fue leyenda mitológica. Schliemann, un excéntrico alemán, descubrió las ruinas de Troya en 1871 y, piedra  a piedra, levanto y trasladó a Berlín su teatro. Entra en escena Homero,  enigmático cronista de los hechos, quien trasladó la tradición oral a palabras  escritas sobre junco, después pergamino, inaugurando de contenido, la biblioteca de Alejandría y de Pérgamo,  legando a la Humanidad, la Ilíada, el primer gran Poema que alumbró la Literatura.

Diez años después de lucha sin cuartel, con caballo de madera como ofrenda envenenada, Héctor mata a Patroclo, Aquiles se cabrea y arrastra el cadáver de  Héctor; después mata a  Ajax, al fin Alejandro que es París, fulmina a Aquiles en el talón vulnerable, y Troya arde en llamas purificadoras con la Historia.

No contento con la epopeya, narrada en veinticuatro libros con hexámetros dactílicos, Homero inicia su viaje de vuelta a Ítaca, veinte años de aventuras resumidos en la Odisea, donde Ulises luce de protagonista principal. Penélope cose y descose como si no hubiera un mañana, y tras 15.690 versos en griego antiguo, en el siglo VIII a. C, el mundo fue testigo del nacimiento de la palabra escrita, completándose el alma griega, de sus anhelos, tras la belleza e inmortalidad de su esencia.

Todo por una manzana.

Cuando el nacionalismo atroz decide imponer la razón suprema de la sangre, ahoga cualquier impulso de libertad. Es necesaria la búsqueda del antídoto de tal barbarie. Por ello nació la literatura.

La literatura dio al mundo su beligerancia contra  el dogmatismo religioso, el despotismo de reyes y los nefandos pecados nacionalistas.

Las tragedias, los dramas, los bardos y trovadores, cantaron las letras de los grandes: Ovidio, Dante, Shakespeare, Cervantes, celestial elenco de un cartel histórico.

Arma letal para los ejércitos de asesinos invasores de tierras fértiles y gente inocente.

La palabra, dardo en la diana de la verdad esclarecedora, disolvente de la infamia, apaga los fuegos de la mentira y el deshonor. Madre redentora, la literatura amamanta el alma sedienta de libertad y de justicia. Ni religión, ni ideología, ni siquiera la república más honrada y eficiente, pueden usurpar a la literatura su benefactora acción liberadora. Porque es guía oferente de caminos alternativos, vías de escape de la opresión y la humillación.

Grecia, principio de la civilización, fue su literatura, sobre todas las cosas: por eso la amamos, por eso nos asombra.

En el milenio recién iniciado, divisando el abismo de incertidumbres a nuestros pies, la literatura nos ofrece el renacimiento del hombre vivo, a despecho  de los dioses griegos bañados en sangre. Y puede que nos ayude a sortear los abismos volver otra vez el rostro hacia atrás y repensar en griego.

Emilio Hidalgo Guirado