Aprovechando la debilidad de España por la invasión napoleónica (y otros sucesos como el levantamiento de Rafael del Riego en 1820), Inglaterra emprendió una campaña de alianzas con los españoles americanos criollos (pero no con los indios) los cuales ansiaban la independencia para poder hacer y deshacer a su antojo, sin la obligación de dar cuentas a la metrópoli.

Abundantes fueron los episodios en que los marinos y militares británicos, bajo pretexto de combatir a España, se unían a los ‘libertadores’, pero pensando exclusivamente en sacar rédito. La realidad es que sus verdaderas intenciones eran llevarse todos los ‘caudales públicos’ que pudieran, cosa que muchas veces consiguieron gracias a la complicidad o a la ineptitud y desidia de los que se proclamaron nuevos dueños de aquellos territorios.

El general William Carr Beresford fue uno de aquellos ingleses que en el siglo XIX se embarcaron para Sudamérica buscando exclusivamente botín. Encuadrada su campaña en lo que se conoce como ‘invasiones inglesas’, Beresford atacó y tomó Buenos Aires a mediados de 1806 (lo había intentado antes pero fracasó) y, dejando claro su objetivo, apenas llegado exigió que le entregaran los caudales públicos. El virrey (los territorios americanos españoles eran virreinatos, no colonias) trató de esconder el tesoro público, pero Beresford dio con ello y se quedó con todo.

El tesoro (que incluía el producto del saqueo indiscriminado al que sometieron los ingleses a Buenos Aires) llegó a Londres en septiembre de ese año a bordo de la nave ‘Narcisus’, y allí fue exhibido y paseado por las calles como botín de guerra entre el júbilo de la población: docenas de carros engalanados llevaban los lingotes y las monedas.

Se calcula que Beresford robó alrededor de cuarenta toneladas de oro amonedado y plata que pertenecían a la Real Hacienda del Virreinato de la Plata (cada virreinato tenía su propia hacienda, su propio tesoro público que sustentara su moneda), es decir, era patrimonio de aquella provincia, su erario.

Otro episodio que demuestra la rapiña británica sobre la América Hispana lo protagonizó un marino llamado Thomas Cochrane, el cual había sido expulsado de la armada inglesa por lenguaraz, altanero y ambicioso. Este ofreció sus servicios como mercenario a algunos de los criollos que planeaban desligarse de España.

Pues bien, en 1821 el general San Martín temía que las reservas de oro y plata de la Real Hacienda del Virreinato del Perú (así como caudales y fondos privados) cayeran en manos del ejército realista si éste tomaba Lima, de modo que tomó la decisión de sacarlo todo de la Casa de la Moneda y meterlo en tres barcos: La Perla, La Jerezana y La Luisa. Con todas las reservas Virreinales reunidas en las tres naves, Cochrane no tuvo problemas para asaltar y hacerse con el mando de las mismas, trasladar el tesoro al O´Higgins y, lógicamente, huir a Londres a toda vela.

Fueron no menos de veinte toneladas de oro y plata en lingotes y monedas lo que Cochrane robó en Perú y se llevó a Inglaterra.

Podría continuarse desglosando el verdadero expolio de la América hispana: en 1822 los barcos ingleses sacaron de Santa Fe de Bogotá (Colombia), con destino Inglaterra, no menos de doce toneladas de oro; y lo mismo sucedió en otras zonas de la España de Ultramar como Guatemala o México.

En total se ha estimado que los ingleses saquearon en la América Española el equivalente a ¡dos billones de euros de hoy!, dos millones de millones, los cuales estaban destinados a sostener las haciendas públicas de aquellos virreinatos (no a embarcarse para España) y tenían como fin la estabilidad monetaria de cada uno.

El total estimado de las reservas que robaron solamente en los Virreinatos de Río de La Plata, Perú y Nueva Granada, todos en Sudamérica, fue:

  • 1.806.  40 toneladas de oro de la Real Hacienda de Buenos Aires
  • 1.811.  550.000 barras de plata de la Casa Imperial de la Moneda de Potosí
  • 1.822.  40 toneladas de oro de la Real Hacienda de Lima
  • 1.822.  10 toneladas de oro de la Real Hacienda de Bogotá

De todos modos no hubieran podido llevarse los tesoros sin la complicidad, o al menos la política de “dejar hacer”, de ‘libertadores’ como Bolívar o San Martín. El resultado fue desastroso para las incipientes repúblicas, pues quedaron descapitalizadas, viéndose obligadas a convertirse en colonias comerciales británicas. Esto se llevó a cabo mediante la firma de los Tratados de Amistad, Comercio y Navegación entre Londres y las Provincias Unidas del Río de La Plata, las nuevas Autoridades de Perú, las de Colombia y  México.

De esta forma, Inglaterra se quedó con el monopolio de importación y exportación, derechos de explotación de recursos naturales, así como con el monopolio de préstamos y empréstitos a cargo de bancos y financieras inglesas con usureros intereses.

Hicieron un mal negocio los ‘libertadores’, rompieron con España y se entregaron a Inglaterra, y encima pagaron por ello una fortuna inimaginable. Las consecuencias de aquel despropósito perduran dos siglos después.

Autor Carlos del Riego. carlosdelriego.blogspot.com

(Con información tomada del libro ‘La involución hispanoamericana, de provincias de las Españas a territorios tributarios’, 2010, del argentino Julio Carlos González)