Es la pena por tanta mentira, por la esperanza arrebatada, por tanta promesa por nadie cumplida.

Las calles alegres que tanto reían ya no son las mismas… Están silenciosas, calladas, vacías… porque el horizonte se pintó de negro con tanta inmundicia, con tanto decreto, recorte, injusticia…

La tristeza, si lo invade todo, se acomoda en nuestras vidas…

¿Y la alegría? ¿Dónde se fue nuestra alegría? Esa alegría tan nuestra y tan viva.

¿Está en crisis también la alegría? ¿Están privatizando nuestra alegría? ¿Nos están robando el derecho a disfrutarla, sentirla, gozarla?

La alegría… ese bien tan preciado, que no tiene precio, que no podemos comprar ni vender, que no sale a los mercados, aunque siempre puede exponerse y reactivarse,   está en decadencia. La mal llamada crisis también le afecta. No iba a librarse ella por poner las caras bonitas.

Levantarse cada mañana, colocarse una sonrisa, como quien se pone las gafas, y calzarse el traje de la alegría, se está convirtiendo en un lujo al alcance de muy pocas personas. Ya no es suficiente tener la disposición de hacerlo. Es necesaria una gran dosis de fuerza de voluntad. Y aunque la intención, según dicen, es la que cuenta, si se queda en intención, no sirve de nada. La alegría hay que cultivarla, regarla, abonarla, airearla… Hay que sentirla… El resto… crecer, reproducirse, contagiarse, expandirse… lo hace ella sola si se la dedican unos cuidados básicos, se la protege de ciertas enfermedades sociales y se la defiende de los ataques indiscriminados de algunas plagas. No es sencillo, pero está al alcance de cualquiera, aunque es necesario estar inspirado y echarle ganas. Ganas… y alegría…

Somos “humanos” porque podemos reconstruirnos, reinventarnos y reír… Son-reír. Ser “humano” es sonreír.

La alegría es nuestro principal patrimonio, nuestro derecho. Tiene que sentirse muy dentro para proyectarse hacia fuera, tiene que saltar muros y limitaciones y salir a las calles,  mostrarse abiertamente, sin miedo, derrotar a la tristeza y manifestarse sin inhibiciones porque sólo con alegría podemos patrocinar otro mundo mejor para todas y todos.

Defendamos la alegría con alegría, como escudo y estandarte cada día. Por encima de quienes se empeñan en hacer de ella su feudo. Hagamos que las calles vibren de nuevo con nuestra alegría y se iluminen con nuestras sonrisas.

 

Defender la alegría como una trinchera

defenderla del escándalo y la rutina

de la miseria y los miserables

de las ausencias transitorias

y las definitivas.

 

Defender la alegría como un principio

defenderla del pasmo y las pesadillas

de los neutrales y de los neutrones

de las dulces infamias

y los graves diagnósticos.

 

Defender la alegría…

de los ingenuos y de los canallas

defender la alegría como un destino

defender la alegría como una certeza

(Fragmento “Defensa de la alegría de M. Benedetti)

 

Defendamos la alegría de la muerte… y también de la vida…