La industria porcina es muy “cerda”. Sin embargo, hay otro alimento fundamental de nuestra dieta del que no se ha dicho prácticamente nada: el pescado.
Si bien el debate acerca de los impactos negativos de la ganadería industrial y la ingesta de carne ha ido a más en los últimos tiempos, casi nadie habla de las implicaciones que conlleva el actual modelo de pesca intensiva. ¿Las prácticas de la industria pesquera son igual de perjudiciales que las de la industria ganadera? Lo cierto es que entre la una y la otra hay pocas diferencias.
Los peces que comemos acostumbran a viajar miles de kilómetros del agua al plato. En Catalunya, el 80% del pescado que consumimos no proviene de nuestras costas. La deslocalización de las grandes empresas que controlan el sector es la norma.
Granjas acuáticas
La producción de pescado cada día se parece más a la de carne, en particular en la medida en que la acuicultura ha experimentado un impresionante crecimiento en el sector. Si en 1974, las piscifactorías proporcionaban tan solo el 7% del pez para consumo humano; 20 años después, en 1994, ya alcanzaban el 26% del suministro; y hoy en día, según datos de la FAO, proporcionan un 50% del total. Uno de cada dos peces que consumimos proviene de “granjas de pescado”, en detrimento de la pesca de captura. Una cifra que todo apunta irá a más. China es el principal proveedor.
Se trata de un modelo de producción que comparte muchas similitudes con la industria ganadera. Los peces, en la acuicultura, viven toda su vida encerrados en piscinas, donde son alimentados artificialmente y medicados para poder meter más ejemplares en menos espacio, en unas condiciones de hacinamiento que facilitan la propagación de enfermedades, estrés y canibalismo.
Su impacto medioambiental es también considerable. Las piscifactorías situadas sobre el mar contaminan el agua y los sedimentos, debido a la acumulación de excrementos y los residuos de los fármacos utilizados. Las “granjas acuáticas” que se ubican en tierra firme contaminan de igual modo el suelo y el entorno fluvial, y la fuga de ejemplares afecta a las especies nativas. Las grandes superficies de piscinas compiten con el uso de estos terrenos para el cultivo local o el pastoreo.
La pesca de captura intensiva, desde la costa hasta las aguas más profundas, tiene asimismo impactos nefastos. Técnicas como la pesca de arrastre, con redes que barren el suelo del mar, destruyen los fondos marinos y capturan ejemplares de peces inmaduros y otros no deseados, que acaban siendo lanzados de nuevo al mar, muertos o casi muertos. En la pesca de arrastre de cigala en el Mar del Norte, por ejemplo, se calcula que las capturas descartadas alcanzan el 98% del total.
Técnicas más selectivas
Otras técnicas, en teoría más selectivas, como la del palangre, con miles de anzuelos con cebos que cuelgan de líneas que en ocasiones llegan a medir metros o kilómetros, pueden tener descartes de hasta el 50% de la captura. Unos métodos que agotan los recursos pesqueros. En el Mediterráneo, el 92% de las poblaciones de peces están sobreexplotadas, y en el Atlántico, un 63%, según datos de Ecologistas en Acción. Lo que sitúa a varias especies marinas en peligro de extinción.
Capítulo a parte merece la contaminación por mercurio de estos animales, debido a la polución marítima, que amenaza al ecosistema y nuestra salud. Una investigación, citada por la Organización de Consumidores y Usuarios, señalaba la presencia de este metal pesado por encima de los límites permitidos en un 20% de las muestras de grandes depredadores carnívoros adquiridas en mercados y supermercados, como el pez espada, el atún, el marrajo sardinero…, que acumulan con mayor facilidad esta sustancia.
El Mediterráneo es uno de los mares más contaminados por mercurio, y esto repercute en su fauna marina y en aquellos que la consumen, en particular en las mujeres embarazadas, las que amamantan y sus criaturas. Se calcula, según datos de un estudio de la Unión Europea, que España es el estado comunitario donde las madres acumulan más mercurio en su organismo, proveniente mayoritariamente del consumo de pescado, una cifra seis veces superior a la media europea.
Y ¿quién controla todo este mercado? Unas pocas multinacionales que deslocalizan la producción, compran a empresas más pequeñas y se hacen con el control de toda la cadena, integrando cría, procesado y comercialización, copia y calco de la industria ganadera.
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