Allí paseo por sus calles disfrutando especialmente del casco antiguo. Ribadeo se ha convertido en una pequeña ciudad llena de modernos edificios, pero me gusta pasear por las callejuelas, empinadas, que suben desde el puerto hacia la parte alta del pueblo, en la zona antigua del barrio de pescadores. Parecen zanjas éstas antiguas costanillas, preparadas como trincheras de defensa, recuerdo de épocas de miedo constante al ataque de los piratas que durante siglos, de tanto en tanto, asolaban la costa.
Lo húmedo del aire añade brillo al sílex de la calzada, pulido por el transitar. Se asciende con cierta dificultad, tanto por lo irregular del piso y lo resbaladizo de este, como por la pendiente, que exige un esfuerzo extra al caminante. Paseando por allí, es fácil imaginar a mujeres cargadas con grandes capazos de esparto, curvado su cuerpo por el peso, en una tierra en la que, a veces, parece no pasar el tiempo con sus cambios. Aquella cuesta, era una metáfora de lo sufrido de la vida de esas gentes marineras. De esas gentes cuyas casas se vuelcan al empedrado, en una ladera azotada por el viento y la lluvia. Y todo facilita la ensoñación a la vez que los pulmones se llenan de ese aire húmedo, de regusto salado, que me apresa por la mágica belleza, cautivadora, de un paisaje de postal. Una imagen evocadora y romántica a los ojos de cualquiera.
El casco antiguo, marinero, dispone sus casas en cascada, de arriba hacia abajo. La rada esta protegida, en su embocadura, desde arriba, por una fortificación artillada, centinela de épocas de pretéritas invasiones. Los cañones, de oscura fundición, permanecen en su posición, vigilantes de un mar en el que ahora no se avizoran velas de enemiga, ni hostil bandera. Ahora sus bocas de fuego están cegadas, enmudecidas. Los peligros que acechaban a aquellos a quienes defendieron con certeras andanadas, vienen de otras partes, se presentaban con otro aspecto, pero ni lo veo porque miro el cielo que se confunde en un mismo tono con el mar y con la bruma.
En esta tierra, es cierto, los colores, tan contrastados, se vuelven intensos sobre un fondo de degradado. Así, sobre el gris azulado de cielo y mar, el verde de la vegetación se presentaba vivo y llamativo. Me recreo en la belleza de Ribadeo, de sus calles, en sus gentes.
En fin, Ribadeo y toda La Mariña, alimenta mi alma. Os invito a conocerlo y a disfrutar de sus gentes.
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