Y anegadas de un disfrute inigualable, haciendo caer, en una mañana tintada de añiles, semillas que brotaron sobre mí suponiendo enseñanzas que me supieron a Experiencia.

Sentir lo que sentí, sintiéndolo a tu lado, supuso un sumergirme en el Silencio enrojecido, el mismo que otrora enamorara al barranco, solo interrumpido por cantos de alcaravanes y, en las aguas que los pies me acariciaban, el de las sirenas sentadas en los húmedos roquedales haciendo de coro junto a peces trompeta, excitándose con mi desnudo, viniéndoseme a la memoria imágenes mil veces repetidas en paredes repletas de erotismo y labios dispuestos a besarme.

Me imaginé, entonces, ser un admirador surrealista seguidor de un Man Ray de seis manos, así creí verle en un cementerio sin cruces en el que solo se enterraban entelequias.

Todo en derredor me pareció un cielo bordado por estrellas fugaces, repleto de comprensiones, aunque no entendí como la mediocridad se mostraba, henchida de vanagloria, a espectadores que no salían de su asombro. Brazos entrecruzados, en la cercanía más  risueña, me mostraron el afecto que deslumbra, desde hace tanto, a mi emocionada memoria, mostrándome no solo el sentir apegado a mi mirada sino el cálido abrigo vestido con treinta y cinco primaveras, aunque en el invierno esto yo escribiera.

Me retiré a mis Sueños, pensativo, imaginándome ser el corazón del niño que hablaba a las pisadas y mojaba los churros en naranjada, creyendo que la empatía era patrimonio de todos los humanos.

 

Juan Francisco Santana Domínguez es miembro de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional y Director del Capítulo Reino de España.