Hatamura, que impartió ayer una conferencia en la Fundación Ramón Areces, ha explicado que el número total oficial de fallecidos en Fukushima durante el último año y medio asciende a 1.121, de los que se calcula que dos tercios de las víctimas se deben al accidente atómico severo que se produjo en la planta que resultó dañada a raíz del tsunami de 18 metros de altura, que siguió a un gran terremoto. La cifra es la oficial que ofrece el Gobierno, de acuerdo a las indemnizaciones entregadas.
“Cada día, aún hoy muere una persona a consecuencia del accidente. Las autoridades se centraron en el accidente de la planta y no en las consecuencias externas. La ‘atmósfera psicológica’ en la zona de Fukushima se vio muy afectada”, ha manifestado Hatamura, quien ha insistido en que sus valoraciones son de carácter personal puesto que la comisión ya está cerrada.
En este sentido, ha añadido que los efectos de la radiación sobre la salud son comparables a los de una vida poco sana y a los del tabaco o el alcohol pero, de todos, la consecuencia más peligrosa es el estrés mental. “Sin embargo, todos los esfuerzos se centraron en paliar la contaminación física de la radiación”, ha insistido.
El problema, a su juicio, va más allá de la radiactividad, porque este tipo de accidentes severos “destruye todo lo que encuentra a su paso”, tierras, casas, trabajos y esperanzas de futuro. Una vez se produjo el accidente, fueron evacuadas unas 160.000 personas de las que 150.000 aún no han podido volver a sus casas y una gran parte de ellas no podrán hacerlo nunca.
Esta población dejó atrás toda su vida y la mayor parte de los afectados, según explicó, no han logrado asumir la catástrofe ni aceptar sus nuevas circunstancias, muy distintas a su vida anterior y a las que han sido trasladados a la fuerza. “El efecto ha sido medioambiental porque han sido desarraigados y esto les ha provocado daños fisiológicos. Simplemente no se adaptan a este cambio”, ha apuntado.
Hatamura ha dicho que “nadie” esperaba olas de esta altura al sur de Sendai y por eso la central de Fukushima Daiichi no estaba preparada. Al contrario, en plantas situadas más al norte, se esperaban tsunamis de 10 a 15 metros, pero en Fukushima la ola llegó a 18 metros de altura. Por ejemplo, ha relatado que la central de Sendai se salvó por un metro, ya que estaba construida para soportar un maremoto de 15 metros y llegó una ola de 13 metros de altura, pero el terreno, a consecuencia del terremoto anterior, se hundió un metro.
Además, considera que el Gobierno de Japón no ha hecho todos los esfuerzos necesarios para reparar los hundimientos y la contaminación de los terrenos y estima que debe haber un cambio de plan para revertir esta situación, reconocer los errores y aprender lecciones.
En este contexto, ha valorado que antes del accidente todos los esfuerzos en Japón eran para la prevención de un accidente, pero no había un plan por si realmente se producía un siniestro, tal y como ha ocurrido. Por eso, ha insistido en que a partir de ahora hay que pensar que “todo lo que pueda suceder va a sucecer” y en que se deben incorporar medidas para minimizar los daños.
De cara al futuro, ha subrayado la importancia de que los japoneses piensen por sí mismos y no se conformen con las explicaciones más fáciles y ha agregado que una regulación más estricta no tiene por qué ser mejor. “Las pruebas y la regulación no garantizan una mayor seguridad”, ha apostillado Hatamura para quien el Gobierno en Japón “siempre” dice que las centrales son seguras pero la realidad y el accidente han demostrado que no lo son.
Respecto a los efectos psicológicos de la reanudación de la actividad nuclear en la zona de Fukushima, el experto ha afirmado que “definitivamente” la población “no quiere” y opina que en Fukushima es imposible que se vuelva a operar una central nuclear. Hatamura estima que, de iniciarse alguna planta, al menos tendría que ser a una distancia de unos 500 kilómetros por los efectos psicológicos en la población de la prefectura.
En todo caso, ha añadido que en Japón la opinión sobre la energía nuclear “ha cambiado mucho”, por lo que el regreso de la actividad no se podrá producir hasta que los japoneses reconozcan el riesgo que entraña y se preparen mentalmente para ello.
Sólo en ese caso, según Hatamura, la sociedad podrá volver a aceptar la energía nuclear porque ahora saben que es “muy peligrosa”. “En el futuro serán los japoneses quienes deban decidir si quieren usarla”, ha concluido, tras no descartar que la acepten de nuevo si la necesitan por suministro eléctrico.
Daniela Coello
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