Los escritores señalan a veces dicha analogía en algunos párrafos de sus páginas, por ejemplo,  un personaje de una novela queriendo obsequiar a su hija, duda entre un pañuelo de seda o una pequeña caja de laca del Japón. Escoge el cofrecillo y dice: “porque me parece que conviene mejor a su carácter reservado”. Una nota que se puede leer rápida y sencillamente, y que tal vez se le pueda escapar su sentido a un lector apresurado.

Sin embargo, se encuentra en el centro de un extraño relato en el que un padre y su hija ocultan el mismo misterio que prepara el mismo destino. Es preciso todo el oficio del novelista para hacer sentir esa identidad de las sombras íntimas.

Entonces es necesario colocar el libro, bajo el signo del pequeño cofre, en la categoría de la psicología del alma hermética, de manera que así sabremos que no se hace la psicología del ser hermético sumando sus negativas, elaborando el catálogo de sus frialdades, la historia de sus silencios.

Vigilarlo más bien en lo positivo de su alegría, mientras abre un nuevo cofre, como esta joven que recibe de su padre, el permiso implícito de ocultar sus secretos, es decir, de disimular sus misterios.

En el relato de Franz Hellens, dos seres “se comprenden”, sin decírselo. Dos seres herméticos se comunican con el mismo símbolo.

De igual manera, las expresiones: “leer un casa”, “leer un cuarto”, tienen su sentido específico.

Podemos decir algo semejante, cuando unos escritores nos dan a leer su pequeño cofre, entendiendo que no podemos describir su contenido, dando solamente una descripción geométrica del objeto en sí.

Rilke nos habla de la alegría de contemplar una caja que cierra bien. En los “Cuadernos” puede leerse: “La tapadera de una caja en buen estado, cuyos bordes no tengan abolladuras, semejante tapadera no debe tener más deseo que el de encontrarse sobre su caja”. ¿Cómo es posible, preguntará un crítico literario, que en un texto tan elaborado como el de los “Cuadernos”, Rilke dejara semejante “trivialidad”?

No nos detendremos en esta objeción, si aceptamos ese germen de ensueño del cierre suave. ¡Y qué lejos va la palabra “deseo”!.

Hablando del cierre suave, apertura suave; así querríamos que la vida entera estuviera bien aceitada. Pero “leamos” un cofre al estilo de Rilke, veamos de qué modo fatal un pensamiento secreto encuentra la imagen del pequeño cofre. En una carta a Liliana puede leerse:

“Todo lo que se refiere a esta experiencia indecible debe permanecer distante o no del pábulo, tarde o temprano, más que a los tratos más discretos. Si he de confesarlo, imagino que debería suceder un día como con esas cerraduras imponentes del siglo 17, que cubrían toda la tapadera de un arcón, con toda clase de pestillos, pezuñas, barras y palancas, mientras tiempo después una sola y suave llave retiraba todo ese aparato de su centro más exacto.

Pero la llave no actúa sola. Tú sabes también, que los orificios de la cerradura de esos cofres suelen estar ocultos bajo alguna lengüeta o un botón, los cuales a su vez no obedecen más que a una presión secreta”. 

¡Cuántas imágenes materializadas de la fórmula: “Sésamo ábrete”. ¡Qué secreta presión, qué dulces palabras son necesarias para abrir un alma!

 

Jaime Kozak es miembro de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional, Capítulo Reino de España.