Nosotras, las afortunadas, las poetas y escritoras del siglo XXI cuya libertad de palabra y firma, hoy se nos permite y visibiliza, estamos obligadas a promover la educación. Para ello, es de vital importancia que esa educación se base en la equidad e igualdad y comience desde la infancia.
Miguel Santos Arevalo, profesor de educación infantil decía que “no se pueden tener profesores del siglo XX enseñando contenidos del siglo XIX a alumnos del siglo XXI”.
En una tesis leída en Japón en un encuentro de mujeres, se decía que, la mujer en la Literatura, siempre había estado presente, sin duda en teoría eramos libres, pero los hechos nos mostraban casi como esclavas. Se llego a afirmar que éramos incapaces de manejarnos a nosotras mismas por nuestra naturaleza peligrosa y nuestra inteligencia inferior. Es por ello, que la difusión de publicaciones de escritores, teólogos y filósofos misóginos en la historia, ha hecho que sus bases antifemeninas dominará en siglos posteriores.
Hoy y por este medio, rendimos homenaje a todas las poetas que en la historia nos han dejado su impronta, viéndose obligadas a utilizar seudónimos para ocultar su identidad, escribiendo a veces entre fogones y mondas de patatas, otras entre las rejas de un convento o exiliadas. Ellas fueron las menos afortunadas de las desafortunadas con cierto poder “apoyadas” por sus familias aristocráticas/adineradas.
Se considera que la primera manifestación poética de la que se tenga registro data del año 2.600 a. C. y que el primer poeta de la historia Enheduanna fue mujer, suma sacerdotisa de la ciudad de Sumeria Ur, actual Irak, en el año 2.300 a. C. También tenemos referencia de Safo de Lesbos, la poeta cuya idea sobre el amor y la sexualidad sigue vigente 2.600 años después. Sin embargo, no ha sido hasta hace dos siglos, que la aparición de la mujer como escritora y poeta no empezó a registrarse y valorarse como tal.
Leonor de Aquitania, Santa Teresa de Jesús, Cecilia Böhl de Faber, Juliana Morell, Carolina Coronado, Robustiana Armino, Joaquina García Balmaseda, Rosario de Acuña, Rosalía de Castro, Emilia Pardo Bazán, Patrocinio de Biedma y la Moneda, Blanca de los Ríos, Concha Espina, Belén de Sárraga, María de Maeztu, Carmen Baroja, Rosa Chacel, María Teresa León, Angela Figuera Aymerich, Carmen Conde, Gloria Fuertes.
Todas ellas, las arriba mencionadas y otras que no menciono por no hacer demasiado extenso este artículo, dieron algo más que sus letras a la humanidad, nos dieron otra perspectiva, otra visión del mundo siendo victimas de la intransigencia de la época y marginación política y económica.
Fue a partir del siglo XIX cuando la literatura en la mujer empieza a sobresaltar defendiendo el feminismo, el pacifismo y medio ambiente en una España cuya sociedad premiaba las obras escritas por mujeres que se centraban en cuentos moralizantes, obras de devoción, cuidados familiares y manuales del hogar, no dejándose corromper por las influencias de corrientes extranjeras.
Las poetas y escritoras del siglo XXI seguiremos reclamando al igual que lo hizo Virginia Woolf, una “habitación propia” donde plasmar nuestra ideas, conservarlas, transmitirlas y publicarlas.
A Angela Figuera Aymerich
Cuantas palabras no dichas,
“Mujer de Barro”
Cuantos lamentos silenciados
“Muertos al nacer”
Cuantos “Gritos inútiles”
alojados en mi piel
Cuantas cosas en mi vida
en una “Sangre” helada
quedaron en Bilbao
pendientes de decir
y en Madrid de hacer.
Y se me abren las carnes
y se me pudre la piel
de ver el hambre en las calles,
de gentes mendigando un trozo de pan,
una cáscara de naranja,
una vianda improvisada,
entre las grietas de una pared ajada
Y viajé,
y viajé no apartando mis ojos
de caminos sembrados de impunidad.
De Bilbao a Huelva,
de Huelva a Valencia,
de Valencia a Murcia,
de Murcia a Madrid.
Y se me abren las carnes
y se me pudre la piel
de ver a niños jugando,
y en el aire,
aviones bombardeándoles
lanzando espigas morales
cayendo sobre sus pequeñas manos y desnudos pies,
Y se me abren las carnes
y se me pudre la piel
de lo absurdo de la existencia,
de la falta de libertad,
de la miseria, de la guerra, del miedo a hablar.
Y por ello, no callo.
Y se me abren las carnes
y se me pudre la piel de querer,
de querer, de querer.
María del Carmen Aranda es miembro de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional y Vicespresidente del Capítulo Reino de España.
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