Si algo he aprendido viviendo fuera de la ciudad es a confiar aún más en la Naturaleza. He aprendido que la primavera llega y que el paisaje cambia, lo cual reconforta mi alma que odia el frío. Me fascina observar cómo, muy poco a poco, van creándose de nuevo las yemas en los árboles y los brotes surgen. La vida verde brillante se muestra tímida con una insistencia descarada creando grietas en la dureza de la corteza invernal, tal como las travesuras de los niños dibujan sonrisas en rostros curtidos por los años que los abuelos pretenden esconder en gesto de seriedad.

Me vienen a la cabeza las imágenes de los tejidos vegetales tan impresionantes allí, en mi microscopio en la facultad: imágenes caleidoscópicas que dibujaba con mis pinturas Alpino. Aún tengo los cuadernos y sigo dibujando, aunque puedo grabar y hacer fotos con la cámara del microscopio que uso actualmente. Sigo dibujando.

Ese empuje de la vida me parece espectacular, casi un milagro y ciertamente me ofrece una tranquilidad muy necesaria en los momentos difíciles. Suena en mi cerebro ese: ¡esto también pasará! que nos decían las personas mayores cuando estábamos angustiadísimos por algo que nos había pasado con una novieta o noviete.

Las yemas son un embrión vegetal. Son células que comienzan a multiplicarse y a ocupar un espacio, presionan y brotan a la superficie de la rama, tallo o tronco. El atisbo verde que vemos y que parece siempre una pequeña punta de flecha que se separa de la planta es el ápice de crecimiento. Desde ese ápice, las células se multiplican y se van colocando por debajo: entre el ápice y la rama o tallo.

A medida que esas células que se multiplican a gran velocidad, se separan de su origen, de sus células madre, tan solo uno o tres milímetros, según la planta, las que están más lejos del origen comienzan a diferenciarse. Al principio como nosotros en la adolescencia no se sabe muy bien que serán de mayores: serán hoja, serán tallo, serán corteza, serán flor, incluso serán raíz… pueden ser lo que sea. Esa es la Magia.

El tiempo pasa: unas horas, unos días y ¡de pronto! vemos una rama joven con sus hojas perfectamente formadas, aún tiernas, y en poco, ese color de vida nueva avanza y habrá una flor, varias flores, muchas flores.

Tienen tantas ganas de salir al Sol, que nacen en cuanto pueden abandonando el cascarón de la protección del árbol esperando algún bichejo tempranero. Y los colores pálidos rosas, blancos anuncian tímidamente que el invierno se va.

Nos engañan sin querer pues aún queda para que entre la primavera. De hecho, vendrán fríos y lluvias y el suelo recibirá los cuerpos muertos aún hermosos de pequeñas flores frágiles y valientes que son avanzadilla de una primavera tan deseada este año por los humanos.

Te apuesto una flor de almendro a que no eres capaz de resistirte formular el conjuro más poderoso del mundo: “Gracias a la vida”, sin temblar y esbozar una sonrisa en tu corazón.

Deja que tu alma se llene de brotes, deja que la frustración y el dolor sean vencidos por la ilusión de un sueño. Sonríe. Siente el aroma de la vida que renace y brilla como ese almendro solo en el monte rodeado aún de frío. Feliz y orgulloso de estar vivo.