El pasado lunes Sarkozy, ex presidente de Francia, fue hallado culpable de delitos de corrupción y tráfico de influencias. La trayectoria de Nicolás Sarkozy es la típica del que se siente exclusivo y por encima de la sociedad. Al antiguo jefe del Estado vecino se le atribuye una frase muy típica de los megalómanos: Si hay caos, es Sarko. Se sienten el centro del universo, como niños malcriados. Los tribunales, entre otras cosas, reprocharon a Sarkozy que “hubiese utilizado su estatuto de antiguo presidente de la República y las relaciones políticas y diplomáticas que tejió cuando estaba en ejercicio para gratificar a un magistrado que había servido a su interés personal”. La cosa es más grave si entendemos que los jefes de Estado franceses son garantes de la independencia de la Justicia.
No puedo evitar la comparación con nuestro anterior jefe de Estado. El emérito siempre ha creído estar por encima del bien y del mal y nuestra Constitución ha consagrado que así fuese. No solo le hemos malcriado, le hemos dado la llave de la despensa y la del cuarto de la criada. Su enriquecimiento personal a costa del Pueblo es un mal endémico de los Borbones, que amasaron fortunas de formas supuestamente poco lícitas.
La todavía inviolabilidad en la práctica del monarca, se mantiene después de su abdicación y él lo sabe. Seguimos estando sometidos a sus caprichos y a sus excesos y lo que es más grave, hasta hace poco pagando la factura. Y todavía quedan reminiscencias de nuestra candidez, seguimos asumiendo el coste de sus ayudantes de cámara en Dubái y, mucho me temo, que de alguna facturilla más.
Ahora, fieles a los hábitos familiares, las infantas Elena y Cristina han aprovechado su mal entendido derecho personal, para saltarse las reglas de una sociedad en estado de pandemia y vacunarse contra el covid. Nada grave si escuchamos a algún imbécil.
¿Cómo explicarle a esta familia que, cuando se atribuyen ciertos méritos dinásticos y gracias divinas, tienen como contrapartida el ser los primeros en honestidad y en ejemplo?
Ese es el destino de las sociedades que rechazan por motivos sentimentales y vasallajes mal entendidos, formas de Estado más modernas y más comprometidas. Eso no significa que los individuos que las encabecen sean siempre mejores, por eso he empezado el artículo hablándoles de un presidente republicano. Sin embargo, al igual que Sarkozy en su día, tienen que ser elegidos por el Pueblo, juzgados si delinquen y cambiados por otras u otros mejores. La elección, si nos atenemos a la razón y a la igualdad, es fácil.
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