En pleno siglo XXI todavía hay alguien que cree que está por encima de todos, alguien que se considera superior a cualquier otro ciudadano y lo peor de todo es que todavía hay gentes que salen con sus banderitas a cubrir su recorrido parrandero, a consagrar la desigualdad y los desplantes del bobo.

Me dirán, queridos lectores, que solo se trata de cuatro nostálgicos o de unas docenas de iletrados. No, amigas y amigos, detrás de las bravuconadas del Borbón, de sus mariscadas, de sus paseos en barco y de sus incondicionales amigos, están gentes que ocupan puestos de representación democrática, gentes dispuestas a consentir los privilegios y las arbitrariedades, a perdonar errores y a consagrar prerrogativas medievales.

El desconocimiento de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso confirma que ni la historia, ni las constituciones, ni los Derechos del Hombre, están entre sus libros de cabecera. En su verborrea acusa de cobardes al Gobierno por un “trato humillante” al emérito por parte de los “enemigos odiadores de España”. Ni su morfología ni su sintaxis son correctas, como tampoco es correcta su aseveración de que “la monarquía está por encima del Gobierno”.

Al margen de su ignorancia supina y su sumisión congénita, las palabras de la presidenta regional nos conducen al quid de la cuestión. ¿Debe continuar una Institución que se sitúa al margen de las responsabilidades y derechos comunes a todos? ¿Deben los españoles ser humillados por un vecino kuwaití, nacido en Roma, con el apellido de un rey francés que tuvo ciento cuatro hijos y que ninguno tuvo capacidad para sucederle?

Desde esta columna por sus supuestas acciones delictivas, sus comprobadas golfadas y su desprecio a una parte de la sociedad que se lo ha consentido, yo también pido al emérito que dé las oportunas explicaciones.