O de cuyo nombre no quiero acordarme (dicho al modo cervantino) para exorcizarlo y no nombrar a la bicha y no darle más consistencia de la que desgraciadamente tiene.

Como el mito del eterno retorno

Vuelven a tronar los titulares de los periódicos, se vuelve a escribir la impactante palabra: Estado de Alarma, decretada, no pausadamente, semana a semana, como fue en la primavera pasada, sino para el considerable periodo de seis meses. Como el mito del eterno retorno, como Sísifos que repitiéramos, una y otra vez, la tarea de subir la piedra a la montaña y verla caer.

La nueva normalidad que así llaman a nuestro vivir políticos, demagogos, y vendedores de humo, en verdad, se debería llamar la nueva anormalidad, o la pura anormalidad.

Sin embargo, cunde en mí la duda. Es de tal magnitud, de tal extrañeza la situación que estamos viviendo que, ya sea despierto o en sueños, comenzamos a preguntarnos: ¿Qué es lo real, esto o aquello que vivíamos? ¿Lo que era nuestra vida inveterada, tradicional, cierta, a través de los años, o esto de hoy que parece no tener fin?

Qué es lo real hoy

He escrito un oxímoron, en esta especie de paradoja:  ficción real para lo que vivimos ahora en este innombrable año.

No obstante, hoy comienzo a sentir como ficción real lo que vivíamos antes.

De este modo, lo que era una vida cierta se vuelve en el recuerdo incertidumbre. Se vuelve un pasado evanescente. Se duda si fue real, si existió, o son ya los retazos coloridos de un viejo film, lleno de actores del Museo del Tiempo.

Mientras, lo que verdaderamente es cierto ahora, es un mundo con mascarilla. Un nuevo rostro humano, sin boca, sin nariz, sin expresividad, sin saludos, incomunicados como sombras. ¿Por qué saludar sin cercanías, si gesto, sin tocar? ¿Tal vez, sin amor, sin emoción, sin afecto?

Kafkiana, surrealistamente, podríamos preguntarnos: ¿Lo de ahora es lo normal, lo del pasado es lo irreal?

Pero todo está tan cerca y tan mezclado que andamos confusos, somos seres solo con ojos, sin rostro, o solo con un rostro blanco, azul. Esto es lo real. Teníamos boca, nariz, pómulos, ¿cuándo era eso?

Es una nueva anatomía, una especie humana que empieza a parecerse peligrosamente a los androides, a los robots. Magnífico humorista gráfico de lo cotidiano, El Roto: Los humanos nos diseñaron para hacer su trabajo, y nosotros diseñaremos humanos para hacer el nuestro. Tal vez, ya no se pueda decir la frase de Jorge Manrique, cualquier tiempo pasado fue mejor. No sabemos si eso existió, ahora solo sabemos lo que somos, la nueva anormalidad que ya es normalidad, la vida que llevamos, sine die.

Un buen testimonio

Hago una entrevista, recojo un testimonio que es un certero diagnóstico social. El oficio de socióloga, mi querido oficio junto a otros menesteres que me ocupan en la actualidad, me hace siempre estar al tanto de la gente, tener el oído social a la escucha. Transcribo un breve texto de la entrevista, es una voz desescalada, un testimonio de nuestros días:

En primavera íbamos hacia un horizonte cierto, teníamos un plan. Ahora todos vemos venir la catástrofe, y nadie parece capaz de pararla

Ya me cuesta un poco recordar esos días extraños. Días libres de todas las obligaciones autoimpuestas que componen nuestras vidas de jubilados. Encerrada con dos de nuestros tres hijos en la casa de Cádiz, me sentí libre, más que nunca. No había que ser sociable, no había que ver a nadie, no había que hacer nada. Salir al balcón a las 8 de la noche a aplaudir, saludar a los vecinos poco a poco familiares, intentando fijarme para reconocerlos cuando “todo termine”. El otro día un hombre me saludó parada en la esquina de mi casa charlando con una amiga. Con su mascarilla no sabía quién era. Me señaló el balcón frente al mío. No faltó ninguna tarde a los aplausos.

Frente al orden, al silencio, a la calma de esos días, ahora todo es caos, desconcierto, incertidumbre, inquietud, miedo. Es verdad que al mes de estar encerrados, fuimos conscientes de la catástrofe que venía y la ansiedad apareció. Pero sabíamos lo que hacíamos, estábamos logrando el objetivo, los datos mejoraban, la “curva se aplanaba”. Íbamos hacia un horizonte cierto, teníamos un plan.  Ahora todos vemos venir la catástrofe, y nadie parece capaz de pararla. Ya nadie cree que vuelva la normalidad “de antes” y a veces siento que caminamos sobre el vacío, como el correcaminos antes de descubrir que debajo no hay nada y despeñarse. octubre 2020 (Teresa García Azcárate, Ingeniera Agrónoma)

Una descarga física y mental se ha producido por este confinamiento de la población, por el cierre de todo, por la ola letal que cruza el cuerpo social, más allá del cuerpo físico.

Vivimos hoy una adaptación insospechada al encierro planetario. Así, se le podría ir añadiendo semana tras semana, mes tras mes, hasta llegar a una cadena de año tras año. Y producir una mutación humana. Una vez perdida su gran característica de locomoción.

Finiquitado el siglo del culto al cuerpo, perdido en el recuerdo, veremos por revistas y filmes, lo que éramos antes, y no lo creeremos. Toda una mutación en la genética humana. Y así pasamos a otro estado civilizatorio. Se llamará la Era de las Domésticas Sedes. Continuará.

 

María Antonia García de León es miembro de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna Internacional