Hemos visto cómo durante este tiempo la prensa venezolana ha reportado sobre suicidios producto de la situación política del país. Muchas personas se han quitado la vida ante la agonía que supone el drama de la escasez y la carencia.

En el año 2017, Mérida (referente histórico de suicidios en Venezuela), se ubicó con el índice más alto de suicidios. El 75 % fueron cometidos por hombres en edad productiva.

La situación se ha repetido también en otras ciudades y provincias del interior del país. Las alarmas se han encendido en torno al tema y nadie sabe como comenzar a prevenirlo.

Según el Informe Mundial de la Felicidad 2018, Venezuela ocupó ese año el puesto número 102 de los paises mas felices del mundo, descendiendo drásticamente desde el 2008 donde llegó a posicionarse en el Guinness World Records como el país como la población más feliz del mundo. Hoy, la realidad es otra, somos menos felices que hace una década.

El suicidio es un fenómeno mundial, en 2015 más del 78% se produjeron en países de ingresos bajos y medianos. Sin embargo, en países desarrollados como Japón el suicidio es cotidiano.

Este fenómeno se produce a cualquier edad, bajo múltiples circunstancias que van desde lo sentimental hasta padecer una enfermedad terminal, no obstante los problemas financieros han trazado el camino para que miles de mortales apaguen su luz.

Los suicidios derivados de crisis económicas han devastado países como Alemania, España, Estados Unidos, Cuba, Grecia, Italia, y ahora a la Venezuela del socialismo del siglo XXI. Nada impresionante, ni casual bajo este dominio psicológico comunista.

Cifras de la OMS del año 2017 revelan que al año mueren 800.000 personas por suicidios en el mundo. Cada 40 segundos una persona muere por este motivo.

En Venezuela, es un problema reciente, con cifras que merecen especial atención. Para el 2017 la tasa de suicidios fue de 19,09 por cada cien mil habitantes. Más de 150 personas lo ejecutaron.

El año pasado, durante las protestas antigubernamentales donde fueron asesinados más 130 personas, la Sociedad Venezolana de Psiquiatría (SVP) publicó un comunicado donde advirtio sobre posibles trastornos mentales como consecuencia de los conflictos socioeconómicos de Venezuela.

Entre los factores de riesgo de autoagresión estimados por la Organización Panamericana de la Salud, se encuentran las barreras para acceder a la atención en salud y los cuidados necesarios, la desesperanza, los trastornos mentales, la pérdida de trabajo o financiera, y los dolores crónicos, entre otros.

El suicidio, es un tema polémico, quien lo comete se lleva consigo un estigma, un tabú. No es justificable, ni digno de admiración, sino el resultado del agravamiento de problemas donde intervienen factores psico-sociales. Pues para que la persona lo ejecute deben darse un cúmulo de razones, lo que descarta la hipótesis de que quien lo comete lo hace por una situación en particular. En personas con enfermedades mentales el riesgo es más elevado.

El duelo por este hecho en Venezuela no es otra cosa que una de las tantas caras de la peste política que ha infectado a la nación. Duelos por homicidios, por accidentes de tránsito y por desnutrición, es la ley del día.

A un paso de la muerte

La crisis de medicamentos que afecta al país es inclemente. Es el reflejo inequívoco de la corrupción política devoradora, la sombra de una sociedad que luce enferma.

Las personas con enfermedades crónicas sufren hasta su último segundo, y las que padecen alguna patología mental no tienen otra opción que resignarse a un callejón sin salida.

Muchos de estos pacientes en Venezuela requieren tratamientos farmacológicos sin interrupción para poder llevar una vida normal, pero el hecho de no poder pagarlos o no encontrarlos cronifica potencialmente la enfermedad.

Los anaqueles de las farmacias se encuentran vacíos, (la Sociedad Venezolana de Psiquiatría afirma que hay una escasez de medicamentos de 85 %), los centros psiquiátricos simulan a los campos de concentración nazi y el gobierno jamás se le ha escuchado hablar sobre el tema.

Algunas enfermedades como el Trastorno Bipolar se logran controlar y la persona puede llevar una vida normal, pero en definitiva no se cura, lo que provoca frecuentes recaídas.

Aquellos que cuentan con familia y vivienda, -pero que no consiguen los medicamentos-, permanecen aislados y presos dentro de sus propias casas, los que no tienen esa opción solo les queda deambular por las calles, avenidas y autopistas.

La madrugada del sábado 8 de Julio, mi vecina, de 62 años decidió quitarse la vida con un arma de fuego. Después de ese hecho me enteré que padecía el Trastorno Bipolar.

Logró llevar una vida normal, pero, a pesar de contar con los medicamentos durante los últimos años su enfermedad avanzó de tal manera que perdió el control total y, tras una depresión prolongada decidió cegar su vida.

Casos como el de ella tiñen de luto al país, pues este tipo de trastorno en muy común en la actualidad. Luis Madrid, psiquiatra venezolano declaró en un canal televisivo (Globovisión) que en Venezuela el 3,6 % de la población padece de algún tipo de trastorno de bipolaridad.

El suicidio conlleva una serie de consecuencias traumáticas en el núcleo familiar que dejan una profunda herida, muchas veces por la impotencia de los mismos al ver como sus familiares reaccionaron de tal manera, o por no adquirir los medicamentos adecuados.

El caso de Venezuela demuestra la incapacidad gubernamental de ejecutar políticas sanitarias eficientes, donde la vida sea el valor supremo.

Mientras tanto, el éxodo, los suicidios y las protestas de médicos configuran el escenario de una Venezuela distópica. Si la salud no es la prioridad la enfermedad y la muerte reinarán.