Ejecución de los líderes comuneros

Se podría decir, por tanto, que cada 23 de abril Castilla, como hace Cataluña cada 11 de septiembre, celebra su diada, comparable en muchos aspectos a la catalana, aunque mucho menos difundida a través de los medios de comunicación.

Y es que en 1520, como 120 años después haría la catalana tras la sublevación campesina del Corpus de la Sangre, la burguesía castellana se levantó en armas contra el gobierno de su rey. Por aquel entonces, Castilla era una nación fuerte y pujante que se expandía por el Nuevo Mundo tras completar la Reconquista de la Península Ibérica a despecho del Islam. Sus ciudades eran prósperas y su industria lanera generaba riqueza y dinamismo económico. Entonces, Castilla no era pobre como ahora, y el monarca de turno debía respetar los fueros que nobleza, clero y tercer estado habían ganado en Cortes, unas Cortes herederas de las primeras de la historia, las que el rey Alfonso IX de León convocó en 1188 y que convierten al reino leonés (que en 1230 se uniría definitivamente al castellano) en la Cuna del Parlamentarismo. Pero todo esto se vio amenazado por el afán autoritario del emperador, nieto foráneo de la reina Isabel I, que al heredar el trono apartó de los cargos de responsabilidad a los notables castellanos para colocar en su lugar a extranjeros, concretamente de su Flandes natal.

Por eso, las ciudades bajo el control de la pujante burguesía castellana se levantaron contra su rey extranjero. La minoría conversa, harta del acoso de la reciente Inquisición, se unió a la revuelta, y en un principio hasta la nobleza vio con buenos ojos el alzamiento, deseosa de apartar a los flamencos y recuperar sus puestos de mando, pero enseguida se sumó a las filas de don Carlos ante el cariz protoliberal de esta Revuelta de las Comunidades.

Finalmente los sublevados, los comuneros, fueron derrotados en la Batalla de Villalar.

Desde entonces, el poder de las Cortes castellanas fue cada vez menor, y cada vez mayor el poder del rey, que sólo veía limitadas sus atribuciones en otros reinos de su corona como Navarra, Aragón, Valencia o Cataluña. Como consecuencia de ello, Castilla, indefensa frente a las reclamaciones de los otros reinos, hubo de asumir prácticamente en solitario el coste de mantener el Imperio Español a lo largo de los siglos XVI y XVII, lo que arruinó su economía. Para colmo, la derrota comunera frustró los deseos del textil castellano de aplicar medidas proteccionistas, con lo que las manufacturas lanares flamencas desmantelaron definitivamente el tejido industrial de Castilla, una rémora que ha arrastrado hasta nuestros días y que es responsable en gran parte del escaso dinamismo y desarrollo económico de esta comunidad frente a otras “agraviadas” por el poder real.

En definitiva, una derrota, la de Villalar, muy cara para los castellanos.

Una derrota comparable a la que Cataluña sufrió en la Guerra de Sucesión Española y que se recuerda cada 11 de septiembre, fecha de la capitulación de Barcelona ante las tropas de Felipe V en 1714. Como antes había ocurrido en Castilla, Cataluña perdió poder parlamentario y contrapeso a los abusos reales. El pueblo catalán, como el castellano, hubo de sufrir la tiranía de un rey, pero la liberalización del comercio atlántico y el carácter emprendedor de los catalanes (algo de lo que debiéramos aprender los castellanos) permitió un renacer económico de Cataluña que jamás conocería Castilla.

Por tanto, cuando se habla de agravios y se acusa a otras tierras de opresoras y tiranas, cabría recordar que la tiranía la ejercen los tiranos, los cuales son personas y no territorios, y no estaría de más bucear un poco en la historia para tener presente que, no por menos conocida, Castilla también es víctima de su diada, que los castellanos celebraremos, Dios mediante, este próximo 23 de abril.

Feliz día de Castilla y León